martes, 15 de mayo de 2012

Quinta de Feria. Tocando pelo

Gonzalo Caballero
El primero en tocar pelo en San Isidro
(El primero en ponerse en el sitio)


José Ramón Márquez


Sixteen years /
sixteen banners over the fields
Bob Dylan

    A Las Ventas, una vez más con la vieja piel para la vieja ceremonia, una vez más la lucha del hombre, de las fuerzas del conocimiento, contra el toro, las de la barbarie; la lucha del varón que, ataviado con los atributos de la mujer y usando las añagazas de la mujer, una capa y un vestido, se enfrenta al símbolo genésico de la masculinidad, el toro bravo, para arrebatársela en el acto sublime de la estocada, único momento junto al de la cogida  en que la confrontación del hombre y la bestia no se plantea como círculos concéntricos. Femineidad y virilidad frente a frente en la lucha eterna de los cuerpos, en esa máxima forma del amor en la que ya tan sólo se trata de arrebatar al ser amado hasta su más íntima esencia, en ese infinito juego de las esferas en que la penetración, la estocada o la cornada,  no son sino la última frontera de una lucha en la que cada cual crece y se engrandece sólo a costa del otro, y crece y se engrandece precisamente cuando el otro sucumbe en un último y despiadado acto de amor que tan sólo puede ser sellado por la muerte rápida y eficaz. Evocación del toro blanco que es la pura esencia de lo viril, de ese jabonero claro en que se transforma Zeus, que en griego significa Dios, para raptar a Europa en una simbología prístina en la que no cabe el equívoco.

    Dicho queda lo anterior, que es un refrito de cosas mal leídas y peor entendidas para significar que la tauromaquia, como el coñac Veterano, es cosa de hombres. Que uno no tiene nada contra Conchi Ríos, y la desea los mejores éxitos, pero que ése no es el rollo que a uno le va, que lo de una señorita torera desmonta todo lo del genésico, lo de los atributos, lo de la virilidad y todo el resto del universo simbólico que hay alrededor de la corrida, y escacharra fatalmente, en el universo simbólico, toda esa cosa tan cultureta, que te lleva de cabeza a la Hélade, que si no fuera tan incorrecto decir que lo de los toros es cosa de tíos, en seguida te pilla Dragó con lo de la virilidad y las demás cosas que hemos puesto ahí arriba y te hace un máster en la carpa de la cultura, a seis mil pavos por lo menos, y como vea que hay veta, no te deja salir de allí ni a sol ni a sombra.

    Sea lo que sea, el caso es que no entré a ver a Conchi en su primero y me salí de la andanada en su segundo, que como me pago mi entrada, hago con ella lo que me da la gana, y ya me salí una vez cuando toreaba el pelmazo del July, del que ya no se acuerda nadie por cierto, y del que siempre me ha estomagado su deleznable forma de torear. Repito que no tengo nada contra Conchi, pero su rollo y el de las señoras toreras no me va. Quizás podrían tener una oportunidad de sobrevivir si no hubiese tantos hombres que se dedican a suplantar la personalidad femenina en la plaza, para solaz de un  público impresionable que los tunde a orejas en un incomprensible ejercicio de equívoco. Por ejemplo, ahí está Manzanares, de quien se han dicho mil cosas laudatorias excepto lo de ‘torero macho’.
    
Para Conchi Ríos, Tulio Salguero y Gonzalo Caballero echaron cuatro novillos de Buenavista y dos de Fernando Peña, que me parece que este es el fecundo industrial que vende azulejos en la carretera de Toledo, y si no, da lo mismo.

    La verdad es que, con la matraca de toros que llevamos estos días atrás, la movilidad de los novillos fue algo digno de elogio. Se movieron de acá para allá, embistieron con sus juveniles ímpetus y no dieron sensación de estar rendidos hasta que los estoques atravesaron sus anatomías. Acaso diríamos que dio la impresión de que fueron un poco pobres de presencia en general, pero con el lío de entrar y salir, que en vez de en Las Ventas parecía que estábamos en el Madison Square Garden, lo mismo estaban bien presentados, o sea que les daremos el beneficio de la duda que, total, a estas horas son ya los pobres doce canales colgadas de un gancho.

    De Tulio Salguero diremos que es más de lo mismo, que si le pones en la corrida de ayer lo mismo le da un agua a Tendero, pero que por lo que muestra da la impresión de que la mercancía que trae no interesa.

    A Gonzalo Caballero le vimos el año pasado en una matinal y llamó la atención su inequívoca decisión de torear de manera clásica, a despecho de sus muchas carencias. Era ésa una novillada sin  picadores, y menos de un año después le tenemos de novillero con caballos presentándose en el trago que es Madrid, que hay que recordar que Lagartijo el Grande se tiró lo menos cuatro años en varias cuadrillas -Pepete, los Carmona, el Gordo- aprendiendo el oficio, y, sin embargo, a este Gonzalo Caballero le han pasado de la matinal al compromiso de Feria en un abrir y cerrar de ojos.

    En su primero, un colorado chorreado de Buenavista que atendía por Palmero, número 52, Gonzalo Caballero dio un grandioso aldabonazo a la actual novillería, presentando una faena, tal y como hizo el día de los utreros, basada en la tendencia innata a la pureza, al cite de frente, al toreo de inclusión que decía el gran Pepe Alameda, a la tauromaquia en la que el hombre ataca al toro y no se queda esperando a que el bicho, con su tontuna, le haga el trabajo. Caballero, por fortuna nada que ver con Manuel Caballero, presentó en Las Ventas una inmejorable tarjeta de presentación por su personalidad, eso que apenas nadie tiene hoy en día, y por su incuestionable decisión de hacer las cosas con arreglo a los cánones de la verdad y de la pureza. Mentiríamos si dijésemos que la faena fue perfecta, porque resaltó en algunos momentos la palmaria falta de oficio del novillero, pero en este caso valió más la disposición que demostró el torero que la perfección de la ejecución de los muletazos, de los que cabe reseñar una extraordinaria serie al natural.

    Rezaremos porque los taurinos con sus cosas no estropeen a Gonzalo Caballero y que tenga entereza para resistir las nefastas influencias que le esperan a la vuelta de la esquina y para mantener su personalidad que, hoy por hoy y haciendo excepción de Alberto Durán, es única en la novillería que ha pasado por Madrid.

    Como además de servir para descubrir a un torero, la tarde fue agradable de temperatura y nadie dio el invertido circular, podemos decir que todo fue perfecto, salvo la pena de constatar que no tenemos entrada para el miércoles, aunque para remediar eso siempre nos quedarán el Pepito o el Globero.

La papela de Abella

Paseíllo
Conchi Ríos, Gonzalo Caballero, Tulio Salguero


El cuerno de Lavandero (flecha derecha)
Abella no quiere verlo (flecha izquierda)

El Guernica del día

El lord Protector de Gonzalo Caballero en la Andanada
(Y el que más chifla)

Palmero

Erasmus

El triunfo de Caballero

El cuarto de Telemadrid
Merendando como si el mundo se fuera a acabar

 Melenitas

Rosco, el defen sor de la tauromaquia de Conchi, 
hablando a sus discípulos en plena faena

Los descamisados del presidente
¿Palco de Autoridad o lonja de pescado?

El adiós de Caballero

Márquez con Mozo, 91 años, a la salida de la novillada, 
a la que no asistieron ni políticos ni escritores

Nada que ver con Dragó
(Calle de Gómez Ulla)