viernes, 11 de mayo de 2012

El valor económico de Julio

Julio
(Primero por la izquierda, de pie)

Julio tiene en común con alguna otra multinacional española el suministrar una emoción barata, democrática y universal

Hughes

Dada la falta de competitividad de nuestras empresas y la crisis de la marca España, hemos de pararnos a analizar a cualquier español con éxito. Sin duda, uno es Julio Iglesias, que hace poco dijo algo en lo que no se ha reparado lo bastante: con un buen profesor, afirmó, él podría cantar fandangos o seguiriyas. Lo primero es imaginarlo en una silla de enea, con el cuello de la camisa abierto, maullando quejíos flamencos mientras sus tres rubias le tocan las palmas. Pasada la impresión, uno repara en que Julio podría hacerlo, que incluso es una seria amenaza. Julio es un artista capaz de competir con los chinos. Posee un arte manufacturero de la canción, a partir de un estilo definido y sucinto, de corte oriental. Él reconoce –y estas cosas no son fáciles– que tiene la voz pequeña, pero su estilo de cantar, lindante con el susurro, se ha impuesto a notorios vozarrones. ¿Por qué?

Julio tiene en común con alguna otra multinacional española el suministrar una emoción barata, democrática y universal. Él, con su susurro, conmueve una parcela emocional que está entre lo sentimental y el sueño, una forma de cantar que limita con la nana. Es una especie de duermevela romántico. Julio es ese momento en que la mujer descansa confiada su cabeza en tu hombro a punto de dormirse, el abandono de la enamorada, incluso el relajo poscoital. Julio es el crooner susurrante.
El susurro de Julio desmusicaliza la música, como esos instrumentos electrónicos que pueden tocarse sin saber solfeo. En el estilo de Julio hay una facilidad genial que democratiza la canción. Todos podemos cantar, nos dice él. Tarantos, bulerías o arias. En su relajamiento del tempo de cada canción está la clave para su cantabilidad universal.

Hagan la prueba. Yo llevo toda la mañana susurrando Light my fire, Satisfaction, el aria de Fígaro y una de Peret. Todo puede ser cantado con Julio, y si intento cantarlo de otro modo ya no puedo.

En los duetos es donde mejor se percibe su capacidad para imponerse. Incluso físicamente. Cuando cantó junto a El Puma se puso de perfil y era medio cantante contra un enorme cantante con un pelazo. Pues ganó Julio. Ante el machismo de El Puma ganó el perfilamiento egipcio de Julio. Su perfil perpetuo es algo primitivo y universal, a todo el mundo le gusta lo egipcio y su moreno melanómico le otorga la latinidad absoluta. Julio ha desarrollado más el moreno que la voz. Ha ocupado el lugar del latin lover que dejaron Valentino y Gardel, dando una latinidad sofisticada. En Inglaterra tenía unas vecinas solteronas que una vez a la semana quedaban para escucharle, entre risitas y suspiros. Ellas, simplemente, tenían “a date with Julio”.

Su morenez ha sido su latinización y su éxito, como para Alejandro Sanz lo fue perder el acento materno. Todo gran artista deja algo de sí. Julio ha sufrido, en su camino al éxito, el fenómeno inverso a Michael Jackson, una repigmentación.

-Soy del escenario, pero artista español profundo.
 
Julio es una gran empresa que no podrán expropiarnos.


Es una especie de duermevela romántico. Julio es ese momento en que la mujer descansa confiada su cabeza en tu hombro a punto de dormirse, el abandono de la enamorada, incluso el relajo poscoital