José Ramón Márquez
¡Vaya matracas los culturetas! Llevábamos ya un tiempo viendo cómo erigían esa carpa que estaban montando en la explanada de Las Ventas y nos hacíamos la ilusión de que allí iban a poner la feria del marisco gallego, ésa que va ofertando por todos los pueblos sus pulpos marroquíes, su ribeiro de recuelo y sus gambas del Atlántico Austral, y ayer, como un mazazo, la realidad se nos vuelve a caer encima a plomo, lo mismo que se le cayó encima el toro a Eusebio Fuentes, que saltaron los dos al callejón y el de negro cayó sobre el de oro, cuando vemos allí dentro retratados a todos los que no fueron a la corrida del 2 de mayo, capitaneados por el sempiterno Gárgoris, viejo feriante, vendiendo su mercancía de cultoro a miles de pavos, con ese desparpajo aprendido en la célebre “Enseñar a un sinvergüenza”, que este Dragó-Gárgoris es el Pepe Rubio de los libros, y explicando de pé a pá los taurobolios como si el mismo Mitra le hubiese contado los arcanos de su culto. Claro que lo que ni Mitra sabe es que el final feliz del particular taurobolio del Gárgoris es llevarse las tauropelas, o sea, las Habidis, que aquí no se habla para nada de la sangre del dios regando al iniciado, que por algo esto es pura cultura y aquí la sangre no pinta nada, porque aquí lo que se lleva es la lluvia dorada de los leuros sobre esta Dánae del Dorian Gárgoris, que si miramos la escena tal y como la pintó Rembrandt van Rijn, el Gárgoris haría el papel de la joven tumbada en bolas, Abella, a quien sus íntimos llama Abeya, el de la vieja custodia que asoma tras los cortinajes, y Wert –¿culture man o culture club?- el angelote que derrama copiosamente su oro sobre la sensual madre de Perseo.
Con la cultura hemos ido a chocar y ahí no tenemos nada que hacer, que de ésa no nos salva ni Sansón. Ahora sacarán a paseo bajo la carpa del falso marisco gallego la cruz de guía de Goya y detrás toda la estación de penitencia con su ecce homo García Lorca y con ese pintor francés llamado Picasso, nacido por accidente en Málaga, que según nos tiene contado Olano atravesaba la inexpugnable línea fronteriza que el franquisme tenía establecida para poder asistir a los toros en Figueras:
-Buenas tardes, don Pablo -decía el picoleto encargado de la férrea custodia de la frontera.
-Buenas tardes -decía el pintor afincado en Cap Ferrat.
Y seguían hacia la Plaza.
Arrabal & Morante
Y luego, como es natural, después de Gaby, viene Fofito. Arrabal se sube también al taurobolio a soltar sus cosas, como aquella madrugada inolvidable de TVE, en que totalmente curda se sentaba en las rodillas de Campillo y recitaba versos en latín soliviantando al Gárgoris. Viene Arrabal con su letanía de Morante, el Michelín de la Puebla, que ya se ha enterado el hombre de que el de la Puebla se llama Morante y no Morente, como aquella tarde en Sevilla, que se desgañitaba Arrabal con lo de Morente. Para decir sus cosas, siempre jocosas, Arrabal elige como vestimenta un kimono chino, acaso como homenaje a don Luis Mazzantini, que fue el primer torero que se conoce que vistiera esa prenda en su hogar.
Y así nos tendrán durante un mes ad infinitum, con el mantra pelmazo de la cultura; y venga y dale con la cultura de las narices. Y si lo único que pedimos es que nos echen ver toros de Cebada, de Pichorronco, del Conde de la Maza, de Moreno Silva o de Miura, aunque salgan malos, ellos ya tienen preparadito otro buche de juampedros y cultura para echarnos; y si lo que queremos es fiereza y casta, ellos tienen preparados inmediatamente una conferencia y un opúsculo culturales sobre el toro artista, que no hay nadie que teniendo al alcance de la mano esos dones culturales se resista a ellos y se líe a ponerle peros al desdichado bragado meano de lengua rastrera que corretea por el ruedo sin ton ni son, con la esperanza de que alguien le despene, porque o estamos con la cultura o no estamos.
Y si estamos, entonces aceptemos que se debe reducir a la mínima -o mínina- expresión al malhadado toro y que el bichejo debe esforzarse al máximo en intentar no estorbar la magia que se consigue en la Plaza cuando aparece tan tranquilo Cayetano, con su frasco de colonia de Loewe, o cuando asoma la gaita el Manzanares (y su cuadrilla, por supuesto) con el faldellín.
A ver si Gárgoris o Habidis le explican a Wert que más de la mitad de todos los toreros que salen en el imponente volumen III del Cossío apenas sabían leer ni escribir, que algunos no se ducharon ni una sola vez en su vida y que la mayoría de ellos, ante la más mínima ofensa o asomo de ella, tiraban de faca o de revólver, según las épocas. A ver quién le explica a ese hombre que todo ese rollo del cuento cultureta es más falso que esos pastorcillos de pega que retrata Cervantes, Grisóstomo o Ambrosio.
Claro que en realidad todo eso es lo que menos importa, que lo que se ve crudamente es que esto de los toros culturetas es sólo una excusa como cualquier otra que se han buscado para que se mueva... el mercado.
Claro que en realidad todo eso es lo que menos importa, que lo que se ve crudamente es que esto de los toros culturetas es sólo una excusa como cualquier otra que se han buscado para que se mueva... el mercado.
Eusebio Fuentes