domingo, 12 de noviembre de 2023

Real Madrid, 5; Valencia, 1. Epinicio para Vinicio


 

Hughes

Pura Golosina Deportiva

      


 
Para Martín-Miguel Rubio Esteban, siempre maestro

Antes del partido hubo Asamblea. La naturaleza de las asambleas cambió con Florentino, que transformó al Madrid de club presidencialista en club personalista. Quizás el último animador fuera Toñín el Torero, penúltima voz democratizadora. El muy hincha es el muy crítico.

Florentino explicó al pópulo madridista la situación del club, cosa que se agradece. Habló, más en serio que en broma, de un "madridismo sociológico universal" y se decidió que la Ciudad Deportiva pase a llamarse Ciudad Florentino Pérez, con toda justicia porque fue obra suya. El impacto patrimonial de Florentino ha sido quizás el mayor de todos y es de temer que, tras él, llegue una transición de barbarie sociata y desamortizadora al madridismo.

Pero Florentino deja un patrimonio, deja la herencia deportiva y metálica de las copas (clinc, clinc) la filosófica y el ladrillo tocante y sonante (toctoc). No sólo al Madrid. Es la persona que más ha influido en el skyline de la capital. Con las torres y el Nuevo Bernabéu, el norte de Madrid lleva su firma. En el futuro se sabrá, con sólo mirar al cielo, dónde estuvo el poder estos años.

Lo divertido es que también supimos que fue inventor del hipogeo aplicado al fútbol. Florentino ha hecho un campo en el que se mueve la cubierta (los cielos) y el césped (la tierra). Tiene algo de designio divino. El hipogeo tenía originalmente un uso funerario que aun podría admitirse en el Bernabéu. Ser enterrado allí, crear una especie de panteón VIP para madridistas millonarios y otro para los mejores de nuestra historia. Que los minutos de silencio acaben con la tierra abriéndose y el cuerpo recibiendo madridista y santa sepultura.

Los egipcios construían hipogeos y esto cierra el círculo porque siempre vimos en Florentino algo faraónico: Faraón Flo.

Uno de los grandes problemas del Madrid es que está atrapado en una Liga que le oprime. Y se ve casi en cada partido: o son un bodrio o son un escándalo. Florentino denunció la 'inseguridad jurídica' de un VAR en el que nadie sabe quien traza las famosas líneas y con esto clavó la situación política: ¿quién traza las líneas del VAR constitucional?

El partido fue cómodo para el Madrid. En el minuto dos, un largo paso de Kroos lo controló Carvajal y libre de gluten lo empalmó con la zurda desde lejos para el 1-0.

En algún momento, el Madrid pasaba de una defensa en 4-4-2 a un 5-3-2 gracias al sacrificio de Valverde. Al sacar la pelota, detrás de Camavinga se colocaba Kroos, un poco a la izquierda, como un valido o un gran asesor. Así, el abastecedor del juego era previamente abastecido.

Tras su gran pase, Kroos tiró una falta a la cruceta y luego se lució Lunin con un paradón a Hugo Duro que después repitió. Volvió a gustar y logra una sensación de tranquilidad.

El Madrid no jugaba como ante el Braga, buenas formas valencianistas aunque gran ingenuidad, y Brahim partía muy pegado a la banda izquierda y lejos del área. Al estar tan lejos parecía más pequeño.

El juego era poco memorable y cada cierto tiempo se celebraba alguna genialidad de Vinicius o Rodrygo. El Madrid se reclinó para contragolpear, se hizo rampa para lo que quisiera hacer Vinicius.

Aun plantaba cara el Valencia, que cogió cierto dominio del juego. Su entrenador, Baraja, conserva su seriedad de futbolista a pesar de ser llamado El Pipo, que siempre plantea la misma duda: ¿quién decidió, porque no pudo ser él, llamarle así, ponerle el artículo?

Hugo Duro pudo marcar (falló mucho), no lo hizo y llegó el 2-0, acabándose ya el busilis. El gol fue algo especial. Rodrygo asistió desde la derecha a Vinicius, que llegó al remate y decidió ejecutarlo con el pecho. Si ante el Braga había usado la espalda, contra el Valencia marcaba de pechamen. Resolvió Vinicius un dilema del fútbol que ha parecido siempre un fallo de programación, como el de un videojuego. Cuando la pelota llega a una altura tal que siendo difícil para el pie tampoco admite fácilmente el cabezazo, el futbolista se suele cortocicuitar y, ante una disyuntiva de aspecto imposible, se lanza en planchas temerarias o golpea sin precisión. Pero Vinicius encontró la solución, inventó una manera de salvar ese problema: se lanzó en plancha y remató con el pecho. Fue un remate en plancha-pecho, llegando al balón como un surfero tumbado en su tabla ola abajo.

Vinicius es un catálogo de suertes, técnicas, gestos. En cada partido hace cosas distintas, nuevas. Vinicius se tendría que dar en los colegios. Hoy yo tendría que salir a la calle vestido como él, driblando como él, sonriendo como él, lanzándoles caños a los policías que me dirían "caballero caballero, dónde va" y sin embargo se le mira con sospecha. No es suficiente con aceptar a Vinicius. Hay que celebrar a Vinicius.

Pero es la triste España que tenemos. El estadio, ajeno, dialogaba:

-Hola Fondo Norte

-Hola Fondo Sur

Al volver del descanso, Ancelotti se echó al coleto media caja de chicles. Excesivos. La segunda parte no merecería tanto.

Comenzó con el 3-0, otro de Vinicius. La cogió en su zona y en lugar de irse al exterior del engaño optó por los adentros y chutó seco, cual latigazo, y pegado al palo. De repente también tiene un cañón.

El Valencia se quebró juvenil y el Madrid corrió y fue aprovechando los muchos errores ajenos. Así llegó el cuarto: Rodrygo recibe el regalo del portero Mamardashvili y ejecuta con clase y sosiego: amago por aquí, remató por allá.

Fueron minutos buenos. Contras felices a las que se sumó Camavinga con alguna jugada espectacular. Salió de la habitual presión pandillera en la esquina de una banda con un caño de ruleta y su propulsión vertical, como un Redondo potentísimo al que sólo le faltase un puntito de malicia final para romper el fútbol. Camavinga lleva la técnica depurada al límite físico actual: es flexible, dinámico, potente y sólo se echa de menos que su zurda se ponga a salvo de su exuberancia. A veces se anhela, viéndole jugar, que su criterio se baje un instante de su propia velocidad. Una milésima de quietud para refinar aun más el juego. Cuando consiga eso, Camavinga será una razón para ver el fútbol. Una especie de revival noventero en un cuerpo del siglo XXI. Ahora mismo, ver al Madrid es decidir quién será mejor, si Vinicius, Bellingham o él, y las fantasías se van, infantiles pero tan florentinianas por su grandeza, a un nuevo galacticismo en el que se sume Endrick, con sus nuevos muslos.

Empezaron los cambios, el pachangueo. Entraron a la vez Lucas y Fran García, ¡uf! dijimos todos y se notó lo que la Liga tiene de gran bodrio. Tan bodrio es que mi inquietud se fue, como persiguiendo una mosca, a algo extraño. El partido se veía por Dazn y al salir de las repeticiones aparecía un símbolo, quizás el símbolo de la Liga, dos eles raras, que tenía algo antiguo y poco deportivo y recordaba un poco al del batallón ucraniano Azov. Para los diseñadores tampoco tiene que ser una época fácil.

El partido estaba muerto y volvió a morir definitivamente cuando se fue Vinicius en el 81. Pero llegaron goles. El 5-0 de Rodrygo y el 5-1 de la honrilla valencianista sobre todo de la honrilla de Hugo Duro, que marcó un gran gol tras haber podido marcar cuatro.

Hubo seis goles y pudo haber dieciséis, pero la sensación fue de encuentro blando y poco serio.

Al acabar, un joven jugador del Valencia le explicaba al periodista lo que fue el partido. Lo hacía en español, porque era de aquí, pero parecía rumano, el jadeante idioma a pie de campo:

-Ellos llegan te la meten.