Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El mejor indicio de lo que hay es esta confidencia de Rivera:
–Cuando veo a los rivales, pienso: ¿por qué no vamos a ganar?
Lo de Rivera, en lógica, es como lo de Sócrates: todos los catalanes son pactistas; Rivera es catalán; luego Rivera es pactista.
Rivera se presentó en La Moncloa con un pequeño pacto (“¡Pacto por España!”) entre colegas comprometidos a respetar (¡esta vez sí!) el Gran Pacto, como llamaban a la Constitución.
Políticamente, Rivera no sabe de mucho (ni siquiera del lastre que para la Segunda República supuso el Pacto de San Sebastián, que era catalán), y, confundiendo socialdemocracia con democracia, dice que pactar es lo propio de las democracias.
Hombre, en la única democracia formal conocida no vemos a Donald Trump, dueño de encuestas tan favorables como las que pueda tener Rivera, acudiendo al Despacho Oval para ofrecer a Obama un Pacto por América porque unos amish, un suponer, se hayan subido a un campanario en Ohio.
En aquella democracia se separan los poderes, no los Estados: el Ejecutivo es un poder separado, y ejecuta. En este “Estado de partidos” (Manuel García Pelayo) todos quieren separar las regiones, no los poderes, y el Ejecutivo, en lugar de ejecutar, pastelea, como desde doña Rosita la Pastelera se llama en España al pactar.
Los nacionalistas catalanes no tienen la gracia de los amish, famosos por su humildad y por su alemán de Pensilvania, como el Pep, aunque no aceptan subvenciones del gobierno, y, si se suben al campanario, es para llamar a la reunión dominical.
Pero ellos son una pata (la otra es el socialismo gonzalón) del dolmen constitucional del 78. Para ver satisfechos sus deseos, no tienen más que amenazar con “quitarse”. Y cuando amainen este ruido y esta furia sin sentido, tendrán su País de Nunca Jamás (¡el régimen… fiscal!), “federado” a un “Frankestein Federal” que traen a España los jóvenes Gene Wilder (Snchz y Rivera), con Pablemos de Igor (Marty Feldman).
Es lo que hay.
Noviembre, 2015