Martín-Miguel Rubio Esterban
A mediados de octubre pasé unos días en el paraíso santanderino, desde la montaña palentina (Cervera, Ventanilla con su Curavacas, el entrañable Barruelo de Santullán –hermano Bernardo Fábrega–, Brañosera y sus osos golosos de miel), hasta el Santander de Reinosa y sus fuentes del Ebro, Barreda, Mazcuerras y su Concha Espina, Suances y sus palayas de orates, San Vicente de la Barquera y sus casonas de Gerra, Comillas y su Gaudí más revolucionario, y, por supuesto, Santillana del Mar, epónimo del mayor poeta medieval y sede de la Fundación de Jesús del Gran Poder. La Fundación de Polanco y socio tiene guía, guía ducha y polimática, polihistora, que te enseña todas las obras de vanguardia que posee esta fundación (pintores comunistas mayormente), la colección de muebles de fórmica más kitsch, y aquellos lugares que preservan los recuerdos de la antigua dueña de la casa, una hija de Isabel II, María de la Paz, que se casaría con un príncipe bávaro, y que durante la Iª Guerra Mundial ofició de maravillosa enfermera para con los muchos heridos alemanes que recogía en su palacio. Y claro, la aguda guía nos enseñó también la habitación que contenía la legendaria historia de El País. A grandes rasgos comentó la historia del periódico oficial del régimen, pero no dijo nada en su relato sobre el intento de asalto al periódico que tuvo nuestro maestro Antonio García-Trevijano. Tras la desaparición del Diario Madrid, Trevijano, que representaba los ideales democráticos más puros, y, por tanto, los más rupturistas con el franquismo, intentó hacerse con el medio que iba a ser el órgano oficial de la Santa Transición, que era El País, a fin de hacerlo heraldo de la Democracia sensu stricto. Poseer El País hubiera significado el advenimiento de una Democracia sin tutores, de una democracia real. Pero el bello intento de nuestro maestro fracasó. En la época del asalto (1979) Polanco y su familia tenían directamente algo más del 10% de las acciones de El País, y con las tres personas más cercanas a él tenía otro 6%. Polanco tenía a la sazón el cargo de consejero delegado. Cebrián supo a través de Juan Goytisolo, que había escrito artículos calumniosos contra Antonio en el periódico, que Trevijano, borrado ya del Gran Libro de la Transición, estaba comprando acciones en nombre de otros para hacerse con El País, y quiso entrevistarse con el asaltante. Cebrián acudió a la cita con García-Trevijano sin que lo supiera el superno Polanco. García-Trevijano le reconoció que había invertido hasta 200 millones en la compra de acciones de PRISA, algunas al 400% de su valor nominal, y que tenía en ese momento el 33%, más otro 4 o 5% en opciones de compra ya firmes. Ninguna acción estaba a su nombre. Reconoció que en aquella operación habían intervenido dos consejeros y varios accionistas, y mencionó en concreto los nombres de Joaquín Muñoz Peirats y Vidal Lario, de acuerdo a la investigación de Mercedes Cabrera. García-Trevijano, como pura finta en la esgrima política, con argumentos sujetos al cimbel, le dijo que Polanco, por sus necesidades empresariales, estaba dispuesto a poner el periódico a disposición de un grupo de UCD, y con el objetivo de evitarlo él había apoyado la loable acción de Darío Valcárcel, y lo que quería de Cebrián era saber qué haría si ponía a su disposición esa mayoría accionarial. El antiguo redactor del Arriba [Pueblo e Informaciones] debió quedar petrificado, y eso que ya era entonces el príncipe de los camaleones. Estupefacto al descubrir que de facto el revolucionario Trevijano, que había sido como coordinador de la Junta Democrática el principal opositor a Franco, era el dueño de El País, Cebrián, para quien el nuevo régimen devenido del franquismo lo estaba tratando como a uno de sus próceres-protagonistas, enmudeció de terror, como buen esclavo de sus nuevas necesidades –después de haber sido esclavo del amo uniformado–, y le pidió a Antonio un par de días para contestarle. Reunidos y adunados los amos nominales y áulicos del periódico, parte sustancial de la Reforma Política, amigos en ese momento del maravilloso lema de “live and let live”, y enemigos de una democracia real, respondieron a Trevijano que perdiera toda esperanza, que a pesar de sus 38% de acciones, el periódico, primogénito del nuevo régimen, seguiría manteniendo la línea de defensa de una Transición no rupturista, de una democracia con burbujas, no como el Trinaranjus de la época. Como llegó a decir Darío Valcárcel, los años pasados en nómina del antiguo Movimiento Nacional imprimían carácter en los héroes del nuevo régimen. Manuel Fraga Iribarne y Ramón Tamames, ya excomunista, estuvieron también en la operación de El País. El periódico siguió creciendo al calor del poder, que se transustanciaba en dinero, con el apoyo incluso de Jordi Pujol para su flamante edición en Cataluña. Como pensaba el antiguo falangista Polanco había que hacer todo lo posible para que la realidad catalana fuera conocida por el resto de España, comenzando por “el hecho evidente de que Cataluña era una nacionalidad. Con todos los sacramentos históricos desde hace muchos siglos”. Montar una redacción de El País en Barcelona tendría el efecto de “catalanizar” la edición madrileña, lo que sería una excelente colaboración para el futuro de todos. Polanco, ya hipercatalanizado, llegó a decir a Pujol con excitación y arrobo:
–No sólo lo creo posible, sino además deseable, que un catalán llegue a ser presidente del Gobierno español (¿Estaría pensando en el propio Pujol o en Roca?)
Aquellas palabras siguen explicando hoy algunas editoriales de El País sobre Cataluña. La noche del 5 de octubre de 1982 salió el primer número de El País en Cataluña. Jordi Pujol estuvo en las instalaciones de El País, como padrino de la botadura, durante largas horas hasta que salió el periódico de las entrañas de los rotativos. La típica adulación de los españoles, nunca dominada por el pudor, llegó a comparar El País con la Agrupación al Servicio de la República que creasen a comienzos de 1931 José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala, padres fundadores de una IIª República, que muy pronto ya no la reconocerían como hija. La victoria del polanquismo fue absoluta, y lo sigue aún siendo ya sin Jesús del Gran Poder coronado de fronda penea. Trevijano, consciente de que el Régimen había blindado con todos sus medios el periódico contra ese libre mercado por el que apostase el gran escocés Adam Smith, decidió vender sus acciones con la mediación de Juan Luis Cebrián y de Ramón Mendoza, en un pacto que por el lugar en donde se fraguó se llamó “el pacto de Valdemarín”. Ya que había perdido la batalla política, Trevijano, al menos, hizo todo lo que pudo, como forma de resarcirse moralmente, para que fuese un buen negocio económico. El País se ataba así, con un nudo gordiano, al régimen que lo protegía, y el periódico se convertía en el mayor heraldo (y dinamizador) de las virtudes y excelencias del luculento régimen. El verdadero BOE del Estado. Hasta hoy.