domingo, 26 de noviembre de 2023

En busca de la prevalencia de los idiotas XXIV. Sus obligaciones financieras con la polis


François Crouzet


Martín-Miguel Rubio Esteban


Ahora que la desfachatez de un gobernante desaprensivo, esclavo de sus necesidades patocráticas, condona, por morbus imperii, la deuda de una Comunidad Autónoma, contra los intereses sagrados del erario público nacional y la justicia —porque no se debe a su bolsillo particular, sino a los bolsillos de todos los españoles—, introducimos hoy el sistema de impuestos, las obligaciones financieras y solidaridad colectiva de la Democracia Ateniense, recordando aquello de “Apódote oùn tà Kaísaros Kaísari kaì ta toû theoû tôi theôi”.


          La trierarquía —mantener en buen estado una trirreme y pagar a su tripulación—, el pago de la eisphorá —impuesto sobre la propiedad que se exigía sólo en caso de guerra o de desastre nacional (epidemias, malas cosechas, catástrofes naturales, etc. )— y las liturgias (leitourgíai) —servicios públicos anuales de muy distinto tipo, montajes de teatro, espectáculos variados, actos religiosos, fiestas con grandes sacrificios de ganado, construcciones públicas, rescate de prisioneros de guerra, etc, que suponían 97 en un año normal, y 118 cada cuatro años, cuando se celebraban las Grandes Panateneas— constituían las obligaciones financieras que tenían que cumplir los ciudadanos más ricos, y que garantizaban la seguridad de la pólis y el bienestar de sus ciudadanos. En general, los idiôtai que poseían propiedades inferiores a tres talentos (18.000 dracmas) tenían pocas posibilidades de ser obligados a encargarse de las trierarquías o la mayor parte de las veces sintrierarquías, pues que casi siempre el barco de guerra se costeaba con la paga de su tripulación entre tres o cuatro contribuyentes en un intento de distribuir la carga económica de manera más equitativa, del mismo modo que tampoco eran llamados para hacer frente a las liturgias citadas. Por el contrario, todos aquellos ciudadanos que tenían propiedades estimadas en un valor superior a cuatro talentos casi no tenían ninguna posibilidad para librarse de estas obligaciones financieras para con la pólis. La Democracia Ateniense no tenía inspectores de hacienda, pero tenía un sistema de control —la antídosis— que aseguraba que todos los contribuyentes cumplieran con su deber escrupulosamente. Así, si a un ciudadano se le asignaba una liturgia o una syntrierarchía de un coste superior al servicio que se le había asignado a otro ciudadano más rico, podía desafiar a aquel ciudadano presuntamente más rico en juicio a permutar todos sus bienes o a asumir la obligación más propia de su riqueza. Evidentemente todos los idiôtai cumplían con su obligación con el fisco de la pólis. Con este sistema de la antídosis en España la familia de Jordi Pujol, la de Álvarez Cascos, la de Rodrigo Rato, la de Ana Mato, la de Jaume Matas, la de Luis Bárcenas, la “del” Guerra, la de Luis Roldán, y las de muchos otros próceres de nuestra partidocracia hubieran perdido sus emporios financieros a favor de nuestros ciudadanos ricos más honestos. El coste de la mayoría de las liturgias ordinarias iba, según nos cuentan los oradores, de los 300 a los 2.500 dracmas, y el coste de la mayoría de las trierarquías (posiblemente syntrierarchías) se estima entre 3.000 y 6.000 dracmas. Desde luego que no es fácil precisar lo que se gastaba un “idiôtês” a lo largo de su vida en el honroso desempeño de servicios públicos, y ello se debe a que resulta difícil valorar la exactitud de las afirmaciones hechas por hombres que estaban deseosos de causar buena impresión a quien los juzgaban. El orador que compró el discurso 19 de Lisias afirmaba que durante un período de cincuenta años —del 438 al 388 a. C— su padre se había encargado de la korêgía (gastos anejos a cualquier espectáculo público, como coro, baile o teatro), había servido siete veces como trierarco y había hecho repetidas veces grandes pagos por el impuesto sobre la propiedad (eisphorá), de suerte que el coste total de todas estas prestaciones había sido de nueve talentos y dos mil dracmas. “Mi padre —decía en el discurso lisíaco— durante toda su vida gastó más en la pólis que en mí mismo y en su familia: el doble del capital que ahora poseemos, según mi propio padre calculaba con frecuencia ante mí”. No obstante, tenemos indicios de que esta familia tenía una enorme fortuna, de que los servicios públicos difícilmente eran tan gravosos como este hijo da a entender. También puede citarse el caso del comprador del discurso 21 de Lisias, que cumplió dieciocho años de edad entre el 411 y el 410, y que en el curso de los nueve años siguientes gastó, según su propio informe, 10 talentos y 3.600 dracmas. La época de los grandes desastres y perturbaciones políticas en Atenas, pues la mayor parte de aquellos años fueron los peores de la Guerra del Peloponeso, y afirmaba que había servido ininterrumpidamente como trierarco durante siete años, que había pagado dos veces las eisphorá (3.000 y 4.000 dracmas, respectivamente) y que había desempeñado un buen número de liturgias ordinarias. Y añadía que no habría gastado ni la cuarta parte de lo que había desembolsado si hubiese decidido limitar sus servicios públicos a lo que estrictamente dice la letra de la ley. El caso de un rico patriota, sin duda. Y aun concediendo cierta exageración en lo que decía este joven ateniense, parece cierto que sobrepasó en bastante dinero lo que estrictamente se le exigía. De hecho, la ley disponía que se hicieran provisiones de fondos para hacer posible un descanso fiscal de un año entre las distintas liturgias festivas, y de dos años de vacaciones fiscales entre las trierarquías. Incluso se prohibía llevar a cabo dos liturgias simultáneas en el mismo año, aunque el celo de muchos patriotas había conseguido soslayar esta prohibición de generosidad (vid. v. gr. Demóstenes 20.8, 20.19, 21.155, e Iseo 7.38). Los sacrificios patrióticos voluntarios en Atenas siempre fueron una constante. Decía Carlos Marx en su magnífica obra Las luchas de clases en la Francia de 1848 a 1850, publicada en 1850, que “dado que el impuesto es el pecho materno de que se amamanta el gobierno, el impuesto es el quinto dios, al lado de la propiedad, la familia, el orden y la religión”. Ahora bien, siguiendo la relatividad histórica y sus relaciones sociales que enseña el marxismo, si la definición de los impuestos hecha por Marx encaja como un guante en la Francia en la que adviene el Segundo Imperio, en donde los impuestos sirven para mantener como súbditos a los ciudadanos, los servicios que hacían los envidiados idiôtai de la esplendente Democracia Ateniense construían la libertad y el bienestar de todos. Nótese incluso que aquellas liturgias que sostenían las fiestas con grandes sacrificios de ganado —los atenienses tenían setenta y cinco días de fiesta al año— garantizaban la ingesta de proteínas necesaria para el desarrollo físico de la población, en especial los más jóvenes. La carne que se distribuía tras los sacrificios era un manjar que sólo muy raras veces hacía acto de presencia en la dieta de la mayor parte de los atenienses, a los que otros griegos del interior llamaban ictiófagos, por fundamentar su dieta principalmente en el pescado. A propósito de esta distribución de carne conocemos un decreto del año 336 a. C., registrado en el Corpus de Inscripciones Griegas (II. 334.25-7), en el que se especifica la porciones de carne que deben distribuirse a cada demo (139 demos formaban la ciudad de Atenas) en proporción al número de asistentes a los sacrificios de cada demo. Es así que los ciudadanos más ricos colaboraban en la alimentación de los más pobres gracias a las numerosas festividades que celebraban los atenienses.


     La organización de una solidaridad directa, en especie, propia de la Democracia Ateniense, sin necesitar un intermediario público, gubernamental, que pueda succionar parte de esa solidaridad institucionalizada, ha sido probada en algunas democracias modernas, como es el caso de la Democracia colombiana en la época del presidente Álvaro Uribe, aunque creo que aún continúa, supongo que de peor manera, teniendo en cuenta el estrambótico perfil que tienen los presidentes que sucedieron al Doctor Uribe. Así, en Bogotá, la población está dividida en tres categorías del censo, llamadas “Sisbén”, en función del lugar del domicilio que ocupan en la ciudad —exactamente igual que las tribus de la antigua Roma—, que por lo general corresponden a barrios de pobreza extrema (A), barrios de pobreza moderada (B), y barrios acomodados (C). Pues bien, los vecinos calificados con la categoría A pagan muy poco del recibo de la luz en relación con el gasto real, los vecinos de la categoría B pagan menos del coste real de la electricidad consumida, y los vecinos del tipo C, los más afortunados socialmente, pagan más que el coste real de la electricidad que ellos han consumido. En el fondo es un reparto social del coste de la luz, como liturgia pública de la modernidad, y nos recuerda sin duda las leitourgíai de las democracias clásicas. Ni que decir tiene que hay listillos bogotanos —al fin y al cabo son herederos de la picaresca española— que se censan en lugares en donde no tienen el domicilio real. Pero la intención honrada del legislador es ajena a las transgresiones administrativas de los granujas de siempre.


     François Crouzet sostenía que 1797 fue uno de los años más lúgubres de la historia: los británicos inventaron el impuesto sobre la renta y los franceses el servicio militar obligatorio. Sin embargo, conviene reconocer en honor del humanismo que para subvenir todos los años a la necesidades sociales en general que a todos atañen (seguridad, orden, salud, justicia, educación, pensiones, alta cultura, etc.), la solidaridad colectiva, en suma, supone primero un autocontrol en el gasto particular para poder asumir las necesarias “liturgias” que el Estado nos encomiende, un autodominio propio del hombre libre, autodominio que ha levantado el mundo moderno, la modernidad traducida como democracia liberal. Los esclavos no necesitan para nada autodominarse, porque los domina el amo (James Steuart); es por eso que las dictaduras, las satrapías, los despotismos, sociedades premodernas y anticlásicas, no tienen un sistema ecuánime de recaudación de impuestos. Tienen catástrofes como Pedro Sánchez. Las democracias sí. Reddite ergo quae sunt Caesaris Caesari, et quae sunt Dei Deo.


Leer en La Gaceta de la Iberosfera