El periodismo deportivo y el público pipero insisten en atribuir a la suerte las habilidades de Bellingham, con quien le ha tocado la lotería, de verdad, a Flóper, que se lo guindó a la Premier.
–Con Gago nos ha caído la lotería –presumía, pobre, cada día Calderón, aquel senador de Massachusetts (Palencia), como lo veían sus agentes del marketing y el glamour.
Que el periodismo deportivo y el público pipero machaquen con lo de “la potra de Bellingham” no es porque sean gentuza, sino porque son españoles.
–El pueblo español invierte sus ahorros en la lotería en lugar de dedicarlos a la industria, de la misma manera que, en vez de canalizar sus ríos, organiza rogativas durante las épocas de sequía –escribía Camba mucho antes del nacimiento de Bellingham–. El trabajo no le inspira ninguna confianza, y, además, le resulta incómodo. Que trabajen los pueblos de poca fe; pero no aquellos que creen en la Providencia.
Ellos creen en la lotería porque son españoles, mientras que Bellingham cree en el trabajo porque es inglés. Los mayas creían que el mundo se iba a acabar en 2021, y nosotros creemos que el Gordo navideño acabará en “5”, el número escogido por Bellingham, nuestro Elefante Blanco, en homenaje a Zidane, que también veía cosas raras por la noche. Para la numerología, el “5” es número andrógino, por ser impar y masculino y contener una parte femenina y par, pero, en resumen, número esférico y circular, ya que en cada multiplicación se recupera a sí mismo y continúa al final del número que resulta. Después del Clásico (un truño futbolístico salvado por la baraka de Bellingham), en la tienda del Bernabéu pondría yo un kioskete de Doña Manolita con ristras del “5” firmadas por Bellingham, y si cae el Gordo, le compramos a Mbappé, que es con iba a jugar, hasta que una vez en el altar la novia se quitó el velo y era Joselu. Si después de eso Bellingham no salió corriendo, es que ese muchacho nació de veras madridista, como se vio en el Olímpico de Montjuic, que ahora lleva el nombre de un personaje tremebundo.
–Esta es la vida. Dentro de unos años, todos calvos, que decía el otro. Doña Manolita deja su mostrador con el número de su alma doblado, pasado por sus manos. Y como una oración por ella, uno desea que acierte otra vez y que su número, al llegar a la otra ribera, esté en la lista grande del Señor. Así sea.
Así despidió aquí Ruano, nuestro mejor funebrista, a Doña Manolita, que será donde ha adquirido el número “5” ese pelotazo que es Jude Bellingham, aunque el Clásico no lo cambió él, sino otro jugador de época (y de su misma edad), Camavinga, que salió cuando el pobre Mendy se cansó de subir y bajar su baúl con destino a ninguna parte por la banda. Tenemos un portero normal (a esto cuesta acostumbrarse); una defensa de baluarte que con Alaba se convierte en palomar; unos laterales que no son ni Cafú ni Maldini; un centro del campo que, con Aureliano y Kroos juntos, parece, por su lentitud, la marcha de los elefantes del Libro de la Selva rodada por el Víctor Erice de “El sol del membrillo”; y para remate, sin rematador, con Rodrygo vivaqueando como una mosca de octubre, con lo que toda la suerte del equipo queda en manos de la IA de Bellingham y la alegría de Vinicius, salvo si juega Camavinga, que es toda la energía de este equipo, energía que se sacrifica en aras a la alta política, a imitación de la UE, pues Ancelotti, como Von del Layen, es un administrador de egos, y el ego de Camavinga no está el primero en la lista. Pero, merced a la lesión del mozo de baúles, salió al campo y fue quien dio la vuelta como un calcetín al Clásico.
Al cabestro hispánico, con toda la burricie de la cebada entre ceja y ceja, no le gustaron las bicicletas de Vinicius en Champions, competición en la que acumula más asistencias de gol (es un extremo) que los magníficos pasadores Kroos y Modric. “Congo solongo del Songo / baila yambó sobre un pie”. Para el danzón y zumbón Vinicius, un directivo culé, Miguel Campos, pidió en Twitter “una colleja por payaso”, y Xavi, ex cerebro de España y Príncipe de Asturias a no sé qué, cuando tuvo a Vinicius a tiro en la banda, le tocó la cara. “El negro canta y se va. / Acuememe serembó. / aé; yambó, aé”. Pero a Vinicius “el son le salió redondo / y mulato, como un níspero”, para desesperación de cotorras, piperos y cejijuntos en general, que prefirieron cantar “la asistencia de Modric” (?) en el segundo gol de Bellingham.
Otra discusión perdida, como las que aún se tienen sobre Cristiano Ronaldo. El último, Galtier:
–Cuando te enfrentas a Ronaldo, no hay mucho que puedas hacer. Marcó dos buenos goles. Lo que hizo es extraordinario para un jugador de 38 años. Sigue siendo el mejor jugador del mundo.
La verdad en números redondos.
Los Stones (clavados a los Hermanos Calatrava) bancaron en el Clásico por Gavi y Fermín, y un compatriota suyo, Bellingham, más de los Beatles, les pintó la cara
LEY WENGER
La función del fuera de juego era que el atacante no sacara ventaja de su posición; con el espíritu de esta norma acabó el VAR, que anula goles por un tupé o el cordón de una bota, por lo que todos los defensores podrían acabar jugando afeitados y sin calzar. Wenger, un francés cursi y cartesiano que acude a los cenorrios de Macron en Versalles, propuso una solución lógica: será fuera de juego cuando no haya ninguna parte del atacante solapada con la del defensor. El peligro, para los cenutrios, es que esta ley acarreará la simeonización del fútbol, pues todos los equipos se pasarán al estilo “defensivo”.
[Lunes, 30 de Octubre]