domingo, 21 de agosto de 2022

Remembranzas trevijanistas XVII



 

Martín-Miguel Rubio Esteban

Doctor en Filología Clásica
   

La aparición espectral de la sombra del rey Hamlet ante su hijo perturbó la aparente y teatral felicidad del alegre Reino de Dinamarca, al hacer aflorar inesperadamente la verdadera naturaleza criminal del Estado sobre la costra de la mentira oficial. Incitado por el Ghostof King Hamlet, el joven príncipe y piadoso hijo intentará restaurar las cosas en el adecuado orden moral; objetivo éste que sólo se podrá conseguir con la destrucción de la dinastía y la ruptura política. Del mismo modo, la obra de Trevijano, Pasiones de Servidumbre, 2000, igual que el vaporoso y asesinado Rey Hamlet, nos desveló las brutales transgresiones morales sobre las que se asienta nuestro régimen político. Ninguna autenticidad moral puede existir sobre el crepidomo de este Estado gótico, en el que descubrimos la brutalidad de su verdadera realidad en hechos como el GAL, la Operación Mengele, la corrupción y prevaricación constantes y masivas de todos los partidos políticos, los sobornos a la Prensa, la domesticación del Poder Judicial y los escándalos financieros de la propia sociedad civil, estragada por la sociedad política. Y el caso Villarejo es la guinda, ése sí que es la reencarnación de la sombra del escudero de la sombra del rey Hamlet. Éramos poco y parió la abuela.


La verdad es que este desvelamiento de los oscuros sótanos y grutas del alma pública, en donde se nutren las retorcidas raíces pasionales de la partidocracia reinante, y de sus voceros corrompidos y corruptores, nos llegan a asustar y casi a aterrar moralmente. Pongamos algunos ejemplos. El Estado de las Autonomías parece que va a repetir el Estado de los Virreinatos de América, que todo el mundo sabe en dónde acabaron. Pero el Estado de las Autonomías acabará más pronto en lo que acabaron aquellos virreinatos, porque entonces en el centro del dominio imperial se encontraba la ética del Padre Vitoria o del Padre Las Casas, y los demás miembros de la gran Escuela de Salamanca, y hoy la base ética del gobierno central es la pura amoralidad del fanatismo disolvente de lo Políticamente Correcto y la ambición animalesca. De la decrepitud de nuestro ánimo nacional viene la patología de nuestra servil obediencia pasional. La pasión de inmoralidad proviene de una “civilización de negocios” que ha llevado a la política las reglas amorales de los negocios. Como sucede en el culto a los muertos, recordar el día del refrendo de nuestra Constitución exige olvidar los signos de enfermedad y fealdad moral que marcaron su gestación y nacimiento, y los abusos que permite a los poderosos. La pasión del olvido hace túrpidamente putativas a las generaciones que la padecen. Y lo que parecía privilegio de la legión extranjera, la impunidad del pasado, ha sido convertido por el genio transitivo de los españoles en principio general de su convivencia pacífica. Hemos aprendido, con la libertad dentro de los muros y la falta de libertad fuera de ellos, que todo el pueblo puede hacer de su locura moral una norma, y de la edificación política obrada de arriba abajo, un manicomio nacional para albergar a la muchedumbre de locos por decreto. Los pueblos largo tiempo oprimidos, por la naturaleza represiva de una dictadura, se consideran liberados cuando pasan a estar solamente comprimidos, por la esencia coactiva de un consenso entre los órganos constituyentes del Estado. Todo consenso interno en política nacional supone siempre la traición a uno mismo de los actores de la acción política en una Democracia, vendiendo los sagrados principios a cambio de poseer una partecita del poder del Estado. La disidencia debe exigir respeto cívico o castigo, que es otra forma de respetar el honor de las ideas y de la consecuencia moral mediante su represión violenta, pero jamás tolerancia, que es la repugnante virtud de los amos para con sus súbditos. Los españoles que han nacido bajo este régimen –todos los menores de sesenta años
son escépticos de sentimiento y vulgares de entendimiento. Lo que produce verdadero espanto no es el crimen de los criminales políticos y sus periodistas adláteres, pues esa corrupción la evitaría la separación de los poderes estatales. Lo deprimente está en el apoyo mediático de las oligarquías editoriales al cinismo de los gobiernos generadores de arbitrariedad y corrupción en el mundo financiero, y la lealtad o fidelidad de los votantes a los partidos del crimen o a los de su perdón. Nuestros partidos son órganos representativos del Estado, y no de la sociedad. La transición española pudo vencer, con la mentira parlanchina, la verdad de los hechos históricos y, con el incesante fraude de las palabras, la realidad de los ideales que anteriormente dieron vida a la oposición democrática a la dictadura. No caen en desuso las palabras porque sean crudas o fuertes, sino porque son sentimentales. Y el lenguaje de la transición “neutraliza el corazón”, como diría Baudelaire. Pero no sólo el maestro García Trevijano, como el nuevo Ghostof King Hamlet, nos señala las pasiones innobles que constituyen las emociones que cimientan este régimen, sino también aquellas otras pasiones nobles que han de garantizar en el futuro la libertad política, y a ello dedica el capítulo tercero de su mencionada obra. Esta vez, como un nuevo Nehemías, se dedica a tapar las brechas que las pasiones de servidumbre han abierto en la muralla de la libertad. ¿Hará revivir algún día esta obra las piedras ya calcinadas de entre los montones del escombro?

Una tarde me acerqué con mi amigo César Carrero, excelso pintor rebajado a genio de la informática, a Madrid para ver el estreno de Noches de amor efímero, de mi amiga Paloma Pedrero. Habíamos quedado antes con Antonio García-Trevijano, para ver los tres juntos la obra, y fuimos vecinos de butaca de Enrique Múgica Herzog, a la sazón Defensor del Pueblo. Enrique Múgica estuvo en la cárcel por comunista en los años 60, y en la cárcel les decía a sus compañeros correligionarios que si se hacían socialistas –como él mismo se había hecho en prisión– acabarían de ministros en el momento que muriera Franco, y la verdad es que acertó por completo. Oportunismo profético de primera. Efectivamente él mismo y los que le oyeron obedientes acabaron siendo ministros o miembros de los altos órganos del Estado durante el largo reinado de Felipe González. Enrique Múgica fue siempre un arribista sin honor ni conciencia, y fue el gran muñidor del informe calumnioso contra Trevijano en relación con las actividades políticas de éste en Guinea Ecuatorial. Un pájaro de cuidado, y como pájaro con gran éxito en el régimen del consenso entre traidores. Se entrevistó con el general Armada una semana antes del 23F. Otra ignominia nacional.

  
¿Te ha gustado la obra de Paloma?


  
No mucho. No me gusta el teatro que se basa en grititos. Si he venido ha sido por ti, porque te quiere mucho y se ha portado muy bien contigo.


  
Eres injusto, Antonio. El teatro de Paloma es notable, y sus personajes son sacados de la vida real. Es una observadora de la vida formidable.


  
El teatro supone más cosas, Martín. Y más esenciales desde el punto de vista del género.
 

Antonio amaba el teatro clásico, sobre todo el de Shakespeare, del que se sabía de memoria muchos “fragmenta memoralia” de la gran traducción del egregio manchego Luis Astrana Marín, que debería ser más reconocido en su muy literaria región natal. Y era corriente en cualquier conversación que Antonio metiese alguna cita del cisne del río Avon. El significado de las obras de Shakespeare se mantuvo perenne como debate interior durante toda la vida de Antonio. Así, El Mercader de Venecia se mantuvo siempre vivo con un significado críptico, misterioso y hasta un poco perturbador para Antonio.

Hoy, desgraciadamente, vivimos un teatro de director, de director omnipotente, y no de compañía –la trinidad de las antiguas familias de actores, escritores y directores de escena
, porque para una Administración fuertemente politizada es más fácil corromper a uno que a toda la compañía. El gran teatro siempre será literatura teatral. Cuando la literatura decae en el teatro, queda el teatro como un entretenimiento muy banal, carente de sensibilidad y reflexión, incapaz de crear un impacto verdadero en la conciencia. En estos momentos, lo que más se acusa es la escasa sensibilidad literaria del espectador de hoy. Hoy el espectador no escucha: sólo entiende por impresiones qué se quiere decir en general. No degusta en absoluto las palabras. La imagen y los alaridos han fagocitado a la palabra literaria. Nadie quiere tomarse el trabajo de reflexionar en teatro, de poner un poco de su parte. Todo se lo dan masticado y enfatizado, puerilizado. El teatro actual ha despedido con malos modos a la literatura, por esos los intelectuales y lectores de literatura ya no van al teatro. ¿Quién le presenta a un empresario de hoy una obra teatral con ciertas aspiraciones artísticas o literarias? Vade retro, Litteratura. Fuera los escritores, fuera los intelectuales, fuera todo el mundo que no sea farsante, empresario o político ignorante, que es un pleonasmo. El teatro ya es sólo un negocio empresarial o un negocio político. Pero que el teatro ya no atraiga al hombre de libros es malísima señal, porque al fin y a la postre no deja de ser literatura. Si el teatro no es un estimulante para la vida intelectual, es que apenas existe. La Administración ya no respeta al escritor, y mucho menos a sus textos. Hipertrofiadas de ideología, gentes sin sensibilidad artística, cuyos fines sólo son la conservación del poder o el oportunismo político, gestionan las danzas de Talía y Melpómene.

[El Imparcial]