Burckhardt
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Con los cuatrocientos boniatos del bono cultural de Iceta, ministro porque una vez leyó un “Makoki”, nuestros jóvenes pueden adquirir “Le quattro stagioni” de Vivaldi
y descubrir que entre la primavera y el otoño está el verano,
renombrado Cambio Climático por los orsonwelles de guardia para su
guerra de los mundos.
En
la década de 1880, una viuda rica de Boston con pretensiones
intelectuales invitó a la madre de Santayana a formar parte del Club
Platón que se reunía en su casa cada quince días en invierno. La señora
Santayana se excusó, lo que intrigó a la viuda, pues ¿qué “era” entonces
lo que le interesaba? ¿Qué era lo que “hacía”?
–En invierno procuro mantenerme caliente y en verano procuro mantenerme fresca –contestó sin sonreír.
¿Quién fue Orson Welles? Según Gil Parrondo, “un tipo insufrible, un
genio con complejo de chato: llegabas a Segovia a rodar y había que
volver a Madrid porque había olvidado sus narices postizas”. Saltó a la
fama en el 38 con su versión radiofónica de “La guerra de los mundos”,
que provocó una histeria colectiva por la invasión de los marcianos,
efecto que ahora los medios intentan reproducir con climas y pestes.
Nada aterroriza como una peste. ¿Cómo justificar científicamente una
peste al año? Con el cambio climático.
La cara visible de esta “luz de gas” es un tipo con cara de huevo que llama Gran Reinicio a su plan para dejarnos arreglado a los demás este mundo antes de irse él al otro, que ya está tardando. Su Huevo de Colón es que en este mundo sobramos casi todos, idea más vieja que el propio Schwab. “No tendrás nada y serás feliz”, es el lema de la Agenda 2030 de la gentil Lilith. Cuantos menos quedemos, a más tocaremos en el reparto.
–Para que esa élite pueda ser plenamente
satisfecha, una masa de personas tiene que morir –escribe Burckhardt en
pleno XIX–. Se trata de la meta del “buen” vivir de la Francia moderna.
Schwab es un pobre idiota, al lado de un Antonelle, glosado por Taine
al hablar de las ideas sociales de los terroristas jacobinos. Para
consolidar la Revolución, Antonelle propone “la igualdad aproximativa de
los bienes”, y para eso era necesario “supprimer un tiers de la
population”. Jean Bon Saint André, que cambió la bandera francesa (qué
buena idea para la gentil Villacís), proponía aniquilar a más de la
mitad de la población, y Guffroy, el “Citoyen Échafaud”, para tocar a
más (y ser más iguales), fantaseaba con reducir a Francia a cinco
millones de franceses.
De esta manera, para Burckhardt, se revela la nueva Francia (reencarnada hoy en la farsa española): no hay intenciones de imponer ni el comunismo ni el socialismo (como siglo y medio después sostiene aquí nuestra nobleza baturra), pues sólo conduciría a una miseria general y a la igualdad de placeres, cuando lo que se desea es una igualdad de derechos, “con la tácita reserva de convertirse en el amo de los otros”.
–El único deseo es una nueva propiedad privada: un poco más uniforme, pero considerable.
Chez Montero, para ir empezando.