Isabel Rodríguez dice que Sánchez “es guapo, y eso hay muchos que no
lo soportan”. Isabel es ministro, pero habla como una menegilda a la
salida de “¡Mecachis, qué guapo soy!”, la comedia de Arniches.
La
belleza salvará al mundo, nos previno Dostoyevski, y a eso se agarra
Sánchez para salvar al menos su cargo. Bolaños, que lo cuida como la
hormiga al pulgón, le lee el párrafo en que Hobbes admite que la belleza
física de un tío es un poder, pues predispone a los desconocidos y a
las mujeres a su favor. Ahí está, puntual, el cheque mensual de Úrsula,
la baronesa de la UE (la Mayra del “Un, dos, tres…”, si no fuera mala), a
Sánchez, para que eche de comer a España, la nación más antigua de
Europa, que debe PIB y medio y anda a la quinta pregunta.
–Hoy
entregamos a España el segundo pago por valor de 12.000 millones de €,
por el avance en economía digital, salud, educación, mercado laboral y
saneamiento de las finanzas. ¡Enhorabuena a España! –tuiteó a la entrega
del último.
Cheque por soberanía (y lo que se tercie). “Cicisbeo
de Estado” (¡chulos de Europa!), y Úrsula es como nuestra Sra. Robinson,
mezcla de marquesa de Serafín y la condesa de E. que flirteaba con
Ruano. El primer día lo citó por carta, que firmaba “Agustina”, en un
café de Argüelles. Lo desconcertó la pobreza con que iba vestida: “como
de mujer caída muy de lo alto, una pobreza digna, aristocrática, un
tanto fúnebre y como húmeda”. Le pidió mil pesetas. “¿Puedo valer para
usted eso?” Mil pesetas del 32 eran muchas pesetas. “Las que me pagaba
ABC, adonde fui por ellas, porque jamás he ahorrado”. Se las entregó y
se despidieron “para siempre”, que fue el día siguiente.
–Ha sido usted como yo esperaba que tenía que ser y vengo a traerle sus mil pesetas. ¡Estoy enamorada de usted!
Ya no se llamaba Agustina, sino Maruja, y decía ser la institutriz de
la condesa E. Hasta que una tarde apareció con un abrigo de piel
magnífico y grandes joyas. “¿Aún no has entendido nada? ¿Quién puedo
ser?” “La condesa de E.” “¡Creí que no lo ibas a adivinar nunca!”
Extraña e histérica criatura. Ahora su nombre era María. “Hablábamos de
un libro de Ortega y empezaba a llorar y a decirme que ella no me
gustaba”. Una tarde le telefoneó en vez de acudir a la cita: “Vete de
Madrid… Mi marido se ha enterado de todo y quiere matarte”. “Pero ¿por
dónde se ha enterado?” “Se lo dije yo todo”. El conde, mezcla de
masoquista y de cabestro calderoniano, no era cosa de todos los días: ella jugaba con los tres, con el masoquista, a quien informaba de su
vida; con el cabestro calderoniano que cogía una pistola; y con Ruano,
que acabó desafiado a duelo a espada francesa, con guante hasta el
hombro. A muerte, dijo el conde. Tuvo de padrino a Manuel Bueno, luego
asesinado en Barcelona por los milicianos, que lo sacaron a patadas,
enfermo, del piso donde unos días antes había dicho a Ruano:
–Aquí, Ruanito, no pasa nada. ¿Somos algo más que unos proletarios de la pluma, y mal pagados?
[Martes, 9 de Agosto]