lunes, 21 de mayo de 2018

Un respiro ante el Almería. 2-0

 Mi presidente en la caseta del Córdoba horas antes del partido

 El sector almeriense acallado por los sonidos de la Feria

Francisco Javier Gómez Izquierdo

      Jugábamos ayer contra el Almería nuestra final. Mejor, nuestra semifinal. Quizás mucho mejor nuestros cuartos y medio porque el pelotón de los torpes de Segunda se puso ayer valentón y humilló a los cabos gastadores del desfile. Lo hizo al paso ante la tribuna de autoridades con el consiguiente sobresalto de generales y el regocijo indisimulado del resto del escalafón y el emocionado público que sigue los disputados duelos que se suceden en la reñida competición.

       Había doblado ya la rodilla el Rayo ante el Alcorcón con un escandaloso 4-0 y también el Cádiz ante un Barcelona B que está por morir matando cuando mi peña se abría paso en la Calle del Infierno hasta la calleja habilitada para acceder a El Arcángel. En el Arenal se mezclaban las guapas, los guapos y los ansiosos de camiseta verdiblanca que apuraban rebujitos bailando enloquecidos y creo que temerosos de perder el ánimo y la categoría.
     
Ante el Almería era nuestra final, como digo, pero no como la del Real Madrid ante el Liverpool, que aunque pierda lo tiene todo hecho; ni como la del Atleti ante el Olympique de Marsella, que al ganarla la familia rojiblanca alcanzó un éxtasis casi sobrenatural. No. La final de ayer contra el Almería es como si el caimancito que somos consiguiera subir a un islote  fatigado por la hambruna y acosado por caimanes gigantes dispuestos a clavarnos el diente. El islote es mínimo. Mide 6X2 metros y está rodeado por cocodrilos terroríficos. Todos asustan. Yo he contado media docena. Están -estamos-  tan hambrientos que nos vamos a devorar entre nosotros y nuestra confianza está en que antes de llegar al islote uno, dos o tres de los seis, perezcan. Lo mismo nos da que sea ante depredadores interesados (los Almería-Alcorcón y Albacete-Barcelona B  de la próxima jornada no son partidos para corazones débiles) o cazadores espontáneos que disfrutan derribando cualquier pieza que se ponga a tiro (el Gimnástico de Tarragona tiene que vérselas con Huesca y Rayo).
     
El terrenito al que hemos llegado es mínimo y quebradizo, pero ya tenemos estudiado el modo de conseguir ventaja y permanecer  seguros las dos jornadas de veda que quedan. El domingo próximo llegará un cazador despreocupado  que puede que pruebe calzado y escopeta: el Reus de López Garay. Con esperarlo por la orilla que seguro asomará y lanzarle dos dentelladas asesinas salvaremos la vida y es posible que la honra. Contra el cazador gijonés del último día y con el aire que da el Arcángel es hasta posible que con dejar pasar hora y media sin sobresaltos ni querellas contraproducentes tanto en Gijón como en Córdoba podamos comer perdices.
     
El partido de ayer fue angustioso porque no se podía perder. Guardiola marcó el 1-0 tras una primera media hora más que aceptable por orden, seriedad (magníficos Ramos y Aguza) y el acostumbrado talento de Reyes. Por guardar el resultado el equipo se echó atrás en decisión o quizás querencia peligrosa, pero el Almería carece de imaginación, salvo la de Fidel, ayer con su proverbial abulia, y la del suplente Pozo, que salió en la segunda parte dolido y protestón con el árbitro. La salvación de los almerienses se fía a Suleyman y Alcaraz, dos mediocentros correosos y corretones de esa escuela tan de Lucas Alcaraz que hasta le costó el puesto de trabajo hace varias jornadas... y a Juan Muñoz, al que se anuló un gol por fuera de juego de los que no se anulan. Para mí lo mejor estuvo en el joven  lateral izquierdo (manía con los laterales) Estupiñán, pero más por su velocidad que por su técnica. 

Con el equipo volcado a por el gol del empate, ¡eso sí!, sin juego ni ocasiones, nuestro Araújo, que parece más músico que futbolista, marcó el 2-0 en el 93 tras una carrera de 40 metros. Importante gol que nos favorece en caso de empate a puntos, cosa nada rara, y nos garantiza una feria de mayo mucho más optimista de lo que un servidor pensaba.