Simon & Garfunkel en Toriles
José Ramón Márquez
Joé con Victoriano del Río, qué digo del río, del arroyo de papel de plata del portal de Belén. Vaya gayumbada que se ha marcado el tío en Madrid, petardo gayumbo de los que hacen época, que tenía más cuajo la novillada del Conde de Mayalde del otro día, no siendo de las que meten miedo, que la corrida de hoy del Ganadero de las Estrellas. Es que no se entiende que anden locos por matar los victorianos, que hoy eran más que nunca boquerones victorianos, y que anden yendo y viniendo, venga a veedores, venga a toros, venga a mirar las reatas, venga a zurraquear y después de toda esa movida traer estos seis mamarrachos que han traído a la Primera Plaza de Pueblo del Mundo, que es como si trajesen a los corrales de Florito el Tesoro del Delfín y lo que han traído es un camión de escombros que tenía que haberse quedado en el matadero Madrid Norte, en San Agustín de Gualalix, para haber despachado a esos seis desechos conforme a la certificación ISO 9001/2001a, Toros con Movilidad Rreducida (TMR) que nunca debieron hollar la arena de Las Ventas.
Para que se cumplieran las expectativas de los que animadamente se acomodaban en los asientos a las siete menos cinco quizás podría haber pasado otra cosa y ésa es que en vez de andar el ganado desplomándose por el piso de Plaza, como si don Victoriano hubiese eliminado lo anterior y hubiese comprado una punta de lombrices de tierra, que los toros se hubiesen medio mantenido en pie y hubiesen actuado como toros abducidos, toros zombies, que con ver flamear un trapo encarnado se acercan a él y lo siguen hasta que lo pierden de vista, momento en que se quedan parados con expresión perfectamente idiota esperando a que el trapo vuelva a asomar de nuevo para empezar de nuevo el correteo, favoreciendo el postureo de los coletas. Hay que reconocer que es ése, indudablemente, el toro por el que se pirran los toreros, y decir que sólo es cosa de los de la parte alta del escalafón es mentir porque a las primeras de cambio, todos, a nada que puedan, se apuntan a ellos. Se ha de decir que, en ese sentido, el ganadero se dedica a atender de manera servil los deseos de su clientela y eliminar mediante su selección pecuaria cualquier elemento indeseado relacionado con la casta, la fiereza, la fuerza o la inteligencia. Bien mirado, para los coletas es perfectamente comprensible preferir los toros sandios de don Victoriano, que menuda diferencia tan grande va entre estar frente a estas cucarachas a estar frente a la encastada seriedad y la listeza de la corrida de Baltasar Ibán, que a fecha de hoy sigue siendo la mejor que se ha visto en lo que llevamos de Feria.
Con su pan se lo han de comer los tres que estimaron que hoy sería su día con el cameo de los victorianos, que el año pasado se hinchó a vender toros y que mucho nos tememos que como le empiecen a salir en el registro de los de hoy en Madrid lo mismo se tiene que pasar al charolais, que, bien mirado, está ya muy próximo a lo que cría don Victoriano, salvo en la capa.
Los tres de la gesta con los Victoriano del Río fueron Perera, Talavante y Roca. Y por cierto, ya podían llamarse por el móvil los mozos de espada o ponerse un WhattsApp porque queda de lo más chusco que el que abre y el que cierra el cartel vayan vestidos igual, como si no tuviesen otro vestido. De lo que sí venían imbuidos los tres era de la cosa de la espalda, que a la mínima ya estaban echándose el capote a la espalda para demostrar que los toros en sí mismos no les impresionaban ni lo más mínimo. Entre los tres no dieron un solo muletazo digno de tal nombre, lo digo por si alguno quiere dejar la lectura aquí.
Lo de Perera se despacha en un pis-pas: está como para irse. No es de ahora, que lleva ya unas temporadas que va arrastrando por esas Plazas de Dios su concepto completamente enfrentado a cualquier planteamiento afín al más leve clasicismo. El toreo de Perera se asienta en tres principios: ventaja, ventaja y ventaja, y sin ánimo de exhaustividad mencionaremos su cite con el más descarado de los picos, el echar a los toros lejos, el no estar colocado ni una sola vez… Parece que se le tiene hincha, y no es así, que somos del que lo hace, pero es que lo que trae Perera es un insufrible déjà-vu plúmbeo y solemne que no hay quien se lo coma. Diremos, como descargo y como prueba de que más o menos estamos atentos a lo que pasa en el redondel incluso en tardes como la de hoy, que el inicio de su faena a su primero fue una fantasía entre las rayas compuesta de tres derechazos, un cambio de manos, uno por alto y dos trincherillas que pusieron al personal a favor del extremeño, claro que dicho favor duró lo que se puso a torear ya en serio tan fuera de cacho como uno se pueda imaginar y con mucho muleteo sin objeto ni razón. En el cuarto, se dio la comprobación empírica del teorema del perpetuo movimiento que dice que mientras el toro se mueva tras de el trapo, el entusiasmo de las buenas gentes aumenta de manera exponencial. Lo hizo dos veces y no veas cómo le bramaron lo de ¡Bieeeeennn!. Por eso no se exagera si se dice que si acaso sus toros hubiesen sido incansables y repetidores y Perera les hubiese matado a la primera el público, festivo e isidril, se le hubiera entregado sin ambages y se habría llevado los apéndices que le hubiese dado don Justo Polo asomando su sábana al balcón, pero el juicio crítico respecto del torero sería el mismo, porque tal y como se pone Perera no se puede torear, se puede mover al toro de acá para allá, pero eso no es torear ni por el forro.
Talavante, el Camaleón, cerraba hoy su paso por la Feria del Isidro y lo ha hecho definitivamente sin pena ni gloria. Lo de su primero fue como para que actuase de oficio la Fiscalía, que el híbrido de bóvido y cucaracha que le tocó en suerte estuvo más tiempo reptando por el suelo que en pie. Se puso por aquí, se puso por allá, sin alma ni convicción, que la verdad es que la cucaracha no se las merecía, y se fue a por el estoque de verdad para hacer con el toro lo que se debía haber hecho en la lóbrega oscuridad de un matadero. El segundo se cayó menos, pero tampoco tenía ni media leche. Por algún momento quisimos ver a Talavante con cierto aire amorantado (de Morante), que este hombre es el Elmyr de Hory del toreo y tiene una innata capacidad de imitación. Las condiciones deplorables del animal y la inspiración del pacense nos permitieron ver lo que sería una faenita de Morante en alguno de sus muchos días de nula inspiración, teniendo como médium a Tala. Ahora ya se ha quitado de en medio el tostón de Madrid y puede completar su temporada, a la que Madrid no le afecta en modo alguno, y dedicarse a ir de acá para allá para que nos vayan contando los vates lo bien que ha estado en tal sitio o tal otro sin escatimar adjetivos.
Y luego Roca. The Rock, por no decir la pedrá que tiene el tío, que ya ha sido entronizado como el Rey del Espaldar. Lo de Roca es perfectamente insufrible si te gusta el toreo y un festín para los ojos si te gusta el circo. Valga decir que en sus delirios capoteros, florilegios de percal volandero, aún nadie le ha visto dar una maldita verónica. Es que ni una. Es que él se pone el capote por la espalda, que hay que ver la obsesión digna del doctor Freud que este hombre tiene con la espalda, y se lía a retorcer el capote y su propio tronco y forma unos festivales textiles que ya no se sabe ni dónde está el toro, ni dónde el torero ni dónde va del uno ni de dónde viene el otro. Una voz desde los altos, una voz clamando en el desierto, le pidió una verónica por caridad; una sola verónica, el lance básico del toreo de capa -junto a su remate natural que es la media- que nos redimiese de toda esa exageración física plena de confusión, pero se ve que hoy no era tampoco el día. En su primero se cargó literalmente al toro. Él venía a hablar de su libro (Tratado de la espalda) y con sus argumentos pueblerinos de cercanías, sustos y ¡ay! y de manera poco conmiserativa se dedicó a arrasar cualquier atisbo de embestida que el toro tuviera. Le cortó lo que pudo, le quitó las intenciones y dejó al animal sin lo poquito valioso que tenía, para ver si le salía su dibujo, pero no hubo manera, que el bicho se quedó exhausto y ya no había manera de montar los volatines con él. La oportunidad le llegó en el segundo, que iba y venía como un perro y ahí sí que desplegó la farfolla de medios pases, de cites deplorables, de recortes, de parones en la oreja del toro, de invertidos circulares con aroma a churro, de resolver a base de culerinas cualquier situación que le saliera un poco incierta y de buscar las cercanías a la caza del ¡ay!. De torero, como es natural, nada. Cuando metió el estoque hasta dentro del animal, del vómito de sangre ya ni hablamos, le dieron la oreja y con ella Roca se fue a Perú, o a donde se vaya, más contento que unas pascuas. Luego hay otros pequeños detalles: que Roca permanezca en el burladero durante el tercio de banderillas del cuarto toro, que se dedique a conversar con un peón en el 10 o que esté por el 4 desentendido de todo mientras banderillean, son cosas que le restan realeza a Roca.
La cuadrilla de Roca venía muy conjuntada, con Juan José Sánchez de negro y azabache, Paco Algaba de gris perla y plata, y Viruta, que fue el único que hoy tomó el olivo, de gris plomo y azabache. Curro Javier lo pasó realmente mal cuando a la salida de un par, acosado por el toro, no hubo nadie que le hiciese el quite y al llegar al burladero, la tronera por la que debía entrar estaba ocupada, por lo que el peón tuvo que tratar de entrar por la otra y exponerse a una segura cornada de la que se libró por puro milagro.
Mañana (hoy para el lector) viene a su “Corrida Carambola de Fernando VII” el King of Seville, Curro de San Blas, al que el diario El País, en su número de hoy, ha hecho un publirreportaje para ir calentando la cosa del indulto.
Para que se cumplieran las expectativas de los que animadamente se acomodaban en los asientos a las siete menos cinco quizás podría haber pasado otra cosa y ésa es que en vez de andar el ganado desplomándose por el piso de Plaza, como si don Victoriano hubiese eliminado lo anterior y hubiese comprado una punta de lombrices de tierra, que los toros se hubiesen medio mantenido en pie y hubiesen actuado como toros abducidos, toros zombies, que con ver flamear un trapo encarnado se acercan a él y lo siguen hasta que lo pierden de vista, momento en que se quedan parados con expresión perfectamente idiota esperando a que el trapo vuelva a asomar de nuevo para empezar de nuevo el correteo, favoreciendo el postureo de los coletas. Hay que reconocer que es ése, indudablemente, el toro por el que se pirran los toreros, y decir que sólo es cosa de los de la parte alta del escalafón es mentir porque a las primeras de cambio, todos, a nada que puedan, se apuntan a ellos. Se ha de decir que, en ese sentido, el ganadero se dedica a atender de manera servil los deseos de su clientela y eliminar mediante su selección pecuaria cualquier elemento indeseado relacionado con la casta, la fiereza, la fuerza o la inteligencia. Bien mirado, para los coletas es perfectamente comprensible preferir los toros sandios de don Victoriano, que menuda diferencia tan grande va entre estar frente a estas cucarachas a estar frente a la encastada seriedad y la listeza de la corrida de Baltasar Ibán, que a fecha de hoy sigue siendo la mejor que se ha visto en lo que llevamos de Feria.
Con su pan se lo han de comer los tres que estimaron que hoy sería su día con el cameo de los victorianos, que el año pasado se hinchó a vender toros y que mucho nos tememos que como le empiecen a salir en el registro de los de hoy en Madrid lo mismo se tiene que pasar al charolais, que, bien mirado, está ya muy próximo a lo que cría don Victoriano, salvo en la capa.
Los tres de la gesta con los Victoriano del Río fueron Perera, Talavante y Roca. Y por cierto, ya podían llamarse por el móvil los mozos de espada o ponerse un WhattsApp porque queda de lo más chusco que el que abre y el que cierra el cartel vayan vestidos igual, como si no tuviesen otro vestido. De lo que sí venían imbuidos los tres era de la cosa de la espalda, que a la mínima ya estaban echándose el capote a la espalda para demostrar que los toros en sí mismos no les impresionaban ni lo más mínimo. Entre los tres no dieron un solo muletazo digno de tal nombre, lo digo por si alguno quiere dejar la lectura aquí.
Lo de Perera se despacha en un pis-pas: está como para irse. No es de ahora, que lleva ya unas temporadas que va arrastrando por esas Plazas de Dios su concepto completamente enfrentado a cualquier planteamiento afín al más leve clasicismo. El toreo de Perera se asienta en tres principios: ventaja, ventaja y ventaja, y sin ánimo de exhaustividad mencionaremos su cite con el más descarado de los picos, el echar a los toros lejos, el no estar colocado ni una sola vez… Parece que se le tiene hincha, y no es así, que somos del que lo hace, pero es que lo que trae Perera es un insufrible déjà-vu plúmbeo y solemne que no hay quien se lo coma. Diremos, como descargo y como prueba de que más o menos estamos atentos a lo que pasa en el redondel incluso en tardes como la de hoy, que el inicio de su faena a su primero fue una fantasía entre las rayas compuesta de tres derechazos, un cambio de manos, uno por alto y dos trincherillas que pusieron al personal a favor del extremeño, claro que dicho favor duró lo que se puso a torear ya en serio tan fuera de cacho como uno se pueda imaginar y con mucho muleteo sin objeto ni razón. En el cuarto, se dio la comprobación empírica del teorema del perpetuo movimiento que dice que mientras el toro se mueva tras de el trapo, el entusiasmo de las buenas gentes aumenta de manera exponencial. Lo hizo dos veces y no veas cómo le bramaron lo de ¡Bieeeeennn!. Por eso no se exagera si se dice que si acaso sus toros hubiesen sido incansables y repetidores y Perera les hubiese matado a la primera el público, festivo e isidril, se le hubiera entregado sin ambages y se habría llevado los apéndices que le hubiese dado don Justo Polo asomando su sábana al balcón, pero el juicio crítico respecto del torero sería el mismo, porque tal y como se pone Perera no se puede torear, se puede mover al toro de acá para allá, pero eso no es torear ni por el forro.
Talavante, el Camaleón, cerraba hoy su paso por la Feria del Isidro y lo ha hecho definitivamente sin pena ni gloria. Lo de su primero fue como para que actuase de oficio la Fiscalía, que el híbrido de bóvido y cucaracha que le tocó en suerte estuvo más tiempo reptando por el suelo que en pie. Se puso por aquí, se puso por allá, sin alma ni convicción, que la verdad es que la cucaracha no se las merecía, y se fue a por el estoque de verdad para hacer con el toro lo que se debía haber hecho en la lóbrega oscuridad de un matadero. El segundo se cayó menos, pero tampoco tenía ni media leche. Por algún momento quisimos ver a Talavante con cierto aire amorantado (de Morante), que este hombre es el Elmyr de Hory del toreo y tiene una innata capacidad de imitación. Las condiciones deplorables del animal y la inspiración del pacense nos permitieron ver lo que sería una faenita de Morante en alguno de sus muchos días de nula inspiración, teniendo como médium a Tala. Ahora ya se ha quitado de en medio el tostón de Madrid y puede completar su temporada, a la que Madrid no le afecta en modo alguno, y dedicarse a ir de acá para allá para que nos vayan contando los vates lo bien que ha estado en tal sitio o tal otro sin escatimar adjetivos.
Y luego Roca. The Rock, por no decir la pedrá que tiene el tío, que ya ha sido entronizado como el Rey del Espaldar. Lo de Roca es perfectamente insufrible si te gusta el toreo y un festín para los ojos si te gusta el circo. Valga decir que en sus delirios capoteros, florilegios de percal volandero, aún nadie le ha visto dar una maldita verónica. Es que ni una. Es que él se pone el capote por la espalda, que hay que ver la obsesión digna del doctor Freud que este hombre tiene con la espalda, y se lía a retorcer el capote y su propio tronco y forma unos festivales textiles que ya no se sabe ni dónde está el toro, ni dónde el torero ni dónde va del uno ni de dónde viene el otro. Una voz desde los altos, una voz clamando en el desierto, le pidió una verónica por caridad; una sola verónica, el lance básico del toreo de capa -junto a su remate natural que es la media- que nos redimiese de toda esa exageración física plena de confusión, pero se ve que hoy no era tampoco el día. En su primero se cargó literalmente al toro. Él venía a hablar de su libro (Tratado de la espalda) y con sus argumentos pueblerinos de cercanías, sustos y ¡ay! y de manera poco conmiserativa se dedicó a arrasar cualquier atisbo de embestida que el toro tuviera. Le cortó lo que pudo, le quitó las intenciones y dejó al animal sin lo poquito valioso que tenía, para ver si le salía su dibujo, pero no hubo manera, que el bicho se quedó exhausto y ya no había manera de montar los volatines con él. La oportunidad le llegó en el segundo, que iba y venía como un perro y ahí sí que desplegó la farfolla de medios pases, de cites deplorables, de recortes, de parones en la oreja del toro, de invertidos circulares con aroma a churro, de resolver a base de culerinas cualquier situación que le saliera un poco incierta y de buscar las cercanías a la caza del ¡ay!. De torero, como es natural, nada. Cuando metió el estoque hasta dentro del animal, del vómito de sangre ya ni hablamos, le dieron la oreja y con ella Roca se fue a Perú, o a donde se vaya, más contento que unas pascuas. Luego hay otros pequeños detalles: que Roca permanezca en el burladero durante el tercio de banderillas del cuarto toro, que se dedique a conversar con un peón en el 10 o que esté por el 4 desentendido de todo mientras banderillean, son cosas que le restan realeza a Roca.
La cuadrilla de Roca venía muy conjuntada, con Juan José Sánchez de negro y azabache, Paco Algaba de gris perla y plata, y Viruta, que fue el único que hoy tomó el olivo, de gris plomo y azabache. Curro Javier lo pasó realmente mal cuando a la salida de un par, acosado por el toro, no hubo nadie que le hiciese el quite y al llegar al burladero, la tronera por la que debía entrar estaba ocupada, por lo que el peón tuvo que tratar de entrar por la otra y exponerse a una segura cornada de la que se libró por puro milagro.
Mañana (hoy para el lector) viene a su “Corrida Carambola de Fernando VII” el King of Seville, Curro de San Blas, al que el diario El País, en su número de hoy, ha hecho un publirreportaje para ir calentando la cosa del indulto.
Ay, ay, ay, que me sabe a Calisay
Sin billetes, pero con cemento
Preparado para torear bajo la lluvia