lunes, 7 de mayo de 2018

El madridismo vuvuzelo

Soplando para acceder al avión de la Final


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    De Hughes, fecundo creador del “piperismo” y el “mourinhismo” (luego, “termitado” por los  gorrones habituales del columnismo, “mauriñismo”), nos llega el “madridismo vuvuzelo”, que es esta fanfarria de “Uropa” porque España, después de que nos la han quitado, se nos quedó pequeña. 

Roncero ahora es Juncker dirigiéndose chisposín a la estatua de cinco metros de Marx que los confiteros chinos han levantado en Tréveris: “Hola, soy “uropeo”, ¿a qué quieres que te gane?”, a los sones de “An die Freude”.

    En España, que históricamente había sido el Reino del Madrid, atléticos y culés dicen que en Kiev, de no mediar las decisiones arbitrales, estarían Roma y Bayern. Pero están Liverpool y Madrid. El Liverpool da miedo no como equipo, sino como leyenda: cada vez que gana la Final hay boda real en Inglaterra… y movida papal en el Vaticano. Tampoco el Madrid da miedo por lo que tiene de equipo, sino por lo que tiene de Destino Manifiesto para extenderse por el continente que le ha sido asignado por la Providencia, mas no por la Autoridad Divina o de Dios, que tampoco creo que creara el mundo para estar todo el día hablando de fútbol, sino por la Necesidad del Marketing y el Glamour.
    
El Marketing y el Glamour son la Champions. Dado que se puede jugar la Champions sin ser campeón de Liga, lo empresarial es dedicarse exclusivamente a la disputa de la Champions y no desgastarse en otras batallas, pero esto sólo parece haberlo visto el Madrid, que a sabiendas de que el fútbol no es más que un negocio ha cambiado el prestigio deportivo de la Liga por el prestigio mercantil de la Champions.

    Hoy, uno es del Madrid o del Barcelona como es de la Coca-Cola o Pepsi-Cola. Se lo dijo un taxista marroquí (seguramente lector de Abdelkebir Khatibi, el poeta que decía girar alrededor de su verga desarraigada) al director del “As”:

    –El Barca y el Madrid pertenecen a la humanidad.
    
Igual que hay una democracia de la humanidad, donde todos los hombres, aunque distintos, cuentan con idénticos derechos, hay un fútbol de la humanidad, donde la Champions la juegan todos y la gana… el Madrid (ésa es la idea).

    La religión era el opio del pueblo y el fútbol es la religión de la humanidad cuyo profeta ya no es Augusto Comte, sino Zinedine Zidane.
    
Para ganar la Champions se necesitan tres cosas: voluntad de poder, fortuna china y respeto arbitral. La voluntad de poder significa no querer otra cosa que la Champions. La fortuna china es la flor que tienen los chinos para llevarse siempre el gordo de las tragaperras, es decir, la flor de Zidane, presentándose ante un Bayern sin columna vertebral (Neuer, Boateng, Vidal y Robben), o lo que Aragonés llamaba “pasillo de seguridad”. Y el respeto arbitral es que te piten el penalti de Lucas y que te pasen por alto el de Marcelo, acontecimientos inconcebibles hace sólo cinco años, por no hablar de la expulsión de Pepe por el alemán Wolfgang Stark o el pisotón a Matthäus de Juanito, desquiciado por el escocés Robert Valentine.
    
El resto es cosa del sistema, que Breitner, aquel hombre que redujo el marxismo al Libro Rojo de Mao, reduce a “orden defensivo y caos atacante”. Einsteniano en defensa y bakuniano en ataque. La confianza de Einstein en el orden cósmico y la fe de Bakunin en el desorden cósmico (el caos como fuerza creadora), execrado por Marx.

    Cuando dijeron a Azaña que llevaba España al caos, el cuñado de Rivas Cherif contestó que quería verlo para saber qué era.
    
Cáspitas, el caos es este Madrid de Zidane que da lugar a un “madridismo vuvuzelo” (¡tocad, tocad, malditos!) que tiene a la Banda de Cornetas y Tambores del nuevo periodismo independiente compitiendo con el viejo en arpegios pajaroideos por ver de entrar al avión de la Final y estirar, juntos, el chicle de una adolescencia cuarentona, lo cual es bonito.



EL AYUNO DE SALAH

    Mi fe en la flor zidana es la del carbonero, y por eso aún sueño que en Kiev no veremos ni a Firmino ni a Salah. Firmino no es “Ronaldo el Bueno”, el mejor futbolista que ha entrenado Mourinho, pero tiene la imaginación brasileña de Romario y la rapidez europea de Griezmann. En cuanto a Salah, es un jugador de racha, y una racha como la de Salah sólo se corta con una flor como la de Zidane. De momento se nos avisa de que Salah no tendrá que hacer el ayuno de Ramadán en Ucrania, país famoso, por cierto, por sus hambrunas estalinistas: al parecer, viajar a 84 kilómetros de tu casa (Madrid-Buitrago, para hacernos una idea), eximiría a Salah de ese ayuno religioso que tanto se parece al ayuno profesional de Papus, aquel ayunador que Camba conoció en Bruselas y que sólo ayunaba por no morirse de hambre (¡el ayuno como base de la alimentación!). Al fútbol en ayunas jugábamos nosotros en el internado, y a mitad de partido comenzábamos a ver estrellas y el entrenador nos enviaba a la ducha, pero sin plátano. (“Un plátano, ¡y a la ducha!”, era la consigna de Clemente como seleccionador del Combinado Autonómico).