Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El swimmer Rivera tiene ese chic del chisgarabís político que mueve al votante-saltamontes en las encuestas como las feromonas a las langostas en las plagas.
Su rollo era la Transición (esa cosa filosóficamente reducible a “quitar criterios morales a la conducta humana por miedo al pasado franquista”), y se presentaba como el segundo Suárez, del que ahora reniega.
–No me trae ninguna cosa buena a la memoria. No me parece que haya nada en él que se pueda reivindicar –contesta cuando le preguntan por José Antonio Primo de Rivera.
Primo decía en el Parlamento que en Cataluña había un separatismo rencoroso de muy difícil remedio, pero culpaba de ello (tesis de Ortega, su maestro) a quienes en Madrid no habían sabido entender lo que era Cataluña:
–Cataluña es un pueblo esencialmente sentimental, impregnado de un sedimento poético, que no entienden ni poco ni mucho los que le atribuyen codicias.
Rivera, en cambio, bracea hoy entre el centralismo de Garicano Goñi y el autonomismo de Pompeyo Gener, que exigía la descapitalización de Madrid (¡la capital debería ser volante!), y mata a Suárez, que en su “Lección Política” del 69 en Segovia defendía el crecimiento de las ideas joseantonianas, “que siguen teniendo alto sentido para los españoles”. En el 76, en las Cortes (“¡Es que yo parto de la base de que esta Cámara es representativa!”), defiende “el Estado que hizo que saliésemos del subdesarrollo y nos incorporáramos a los países más evolucionados de Occidente”:
–Nuestro compromiso histórico ante esa evidencia es muy sencillo: terminar la obra.
En el 77, una duda: “España está saliendo con absoluta firmeza de la larga y triste vicisitud de la dictadura”. Pero en el 79, la reafirmación: “La Transición se ha hecho con arreglo a las leyes del Régimen pasado, del que me enorgullezco. UCD es tan heredera del Movimiento como de la denominada oposición democrática”.
Que “eso sí lo ha dado España, ¿ves?, el encanto de la flauta mágica” (María Zambrano).