Temores en clausura
Francisco Javier Gómez Izquierdo
El amigo que más quiero y del que estoy seguro que nunca me abandonará anda estos días en disputas con sus jefes porque, dice él, no quiere que sean sus amos. Mi amigo es funcionario de prisiones. De los antiguos. De los que opositaron a mediados de los 80. Cuando los motines, la heroína y los últimos años de la lata de cerveza con alcohol en el almuerzo. ¡Cuántas tensiones, tribulaciones y miedos disimulados en el adecuado reparto de las “birras”, pero sobre todo con la heroína -"uf, la heroína"- y aquel SIDA escondido en una jeringuilla con la que se pinchaban los funcionarios al cachear el colchón del yonqui!
Para aguantar la presión añadida del terrorista que recordaba que una muerte más le salía gratis y si era de carcelero le condecoraban en la Barranka Burunda, el Ministerio de Justicia exigía formación adecuada, y para ejercer el cargo público de funcionario de prisiones, haber acabado el Bachiller Superior. El antiguo, el que traducía la Guerra de las Galias. Hoy, las nuevas generaciones entran todas con carrera. Se quiere decir que saben hablar con los internos.
Mi amigo, que ha tratado a los más famosos criminales, no acaba de entender el empecinamiento cerril del Secretario de Estado señor Ángel Yuste, al que considera harto conocedor de la “problemática”, como se decía antes, penitenciaria, pero poco sensible al ninguneo de sus funcionarios.
El señor Yuste ha sido responsable de las cárceles con el PSOE y el PP, por lo que persona que goza de tanta consideración entre gente tan discutidora, resulta extraño que no luche por desprender a su personal, de sobresaliente profesionalidad y de casi sublime eficacia, de las escandalosas medidas discriminatorias con las que es castigado por los técnicos de los dineros públicos. El señor Yuste, de cuentas, se ve que anda regular, pero si admite que sus funcionarios hayan pasado al ministerio del Interior en ocurrencia nefasta ¿por qué no se preocupa por convencer al ministro de que los funcionarios de prisiones, como los policías con respecto a los mossos, que no están en Cataluña no sólo ganan menos que los funcionarios catalanes, sino que hay notables diferencias con las retribuciones entre las cárceles sujetas a su estricta competencia?
Dice mi amigo que aquellas promociones de mediados de los 80, necesarias por la apertura de nuevos centros, se van jubilando y que estos últimos años no ha habido oposiciones, con lo que no seé cuántos miles de plazas están sin cubrir y por lo tanto ahorrando dineros a los presupuestos y cargando de trabajo a los profesionales penitenciarios. Del crecimiento de la infame burocracia mi amigo no quiere hablar.
Añade mi compadre que haría bien el señor Ángel Yuste en escuchar a sus trabajadores, que no siervos, y hacerse valer ante el señor ministro Juan Ignacio Zoido, sevillano de Montellano, y el señor Secretario de Estado, José Antonio Nieto, cordobés de Guadalcázar, explicándoles que además de con los consabidos delincuentes, los funcionarios de prisiones han de vérselas con peligrosos orates que asesinan a familiares, amigos y desconocidos. Esto último sólo se lo escucho a mi amigo, muy molesto por esa dejadez institucional con esquizofrénicos, psicóticos y demás enfermos mentales a los que los más ilustres psiquiatras del país los sacaron de los antiguos manicomios para que gozaran de libertad junto a familia, amigos y desconocidos. En los módulos de enfermería no cabe tanto desequilibrado y en cada prisión se les habilita un módulo donde cada mañana guardan fila para tomar su medicación. ¡Ésta es otra! ¡El reparto de medicación! A don Ángel Yuste, castellano de Cuenca, no hace falta explicarle nada. Empezó de funcionario de prisiones antes que mi amigo y sabe de las posibles consecuencias con un interno que se hincha a tranquimazines después de un vis a vis o con un interno que cree que le han mirado mal.
No tiene más que presentar al ministro y al secretario de Estado al coloso de Burkina Fasso.
¡Escúchelos por favor, don Ángel!