Angie Dickinson
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Del sombrero de tres picos (¡el corregidor y la molinera!) al diálogo de tres capas, que es lo de Puigdemont, siempre abierto al diálogo de los bolsillos, con María Soraya, la que no se iba dejar merendar la cena.
El diálogo “de tres capas” (“diálogo oblicuo”, decía Hemingway) consiste en decir lo contrario de lo que se piensa. Al final del “Prusés”, Puigdemont y María Soraya hablan, a personaje cambiado (ella sería él), como John Wayne y Angie Dickinson al final de “Río Bravo”:
John: “Te voy a detener”. Angie: “Creí que nunca lo dirías”. John: “¿Que diría qué?” Angie: “Que me quieres”. John: “Yo no he dicho que te quiero. He dicho que te voy a detener”. Angie: “Es lo mismo”.
El aplazamiento (“uno o dos años”) de la charlotada catalana nos puede salir por el precio de aquel rescate bancario que tampoco se iba a producir. “Hay que dialogar”, y el dialoguista ocupa en la política el mismo puesto que en el cine, donde viene (como se quejaba Foxá, cuyo vicio fue la conversación) detrás del ingeniero de sonido, entre el decorador y el encargado del maquillaje.
Es el “falso diálogo” de la teoría del disenso de Buela: comienza con el consenso como petición de principio, bien escondidas las diferencias de las partes, disimulo que arranca de la “parodia del otro como un igual”. Un nominalismo nuevo, que simula arreglar la realidad con “nomines”, con palabras, con conversación.
–Este consenso está vinculado a la idea de tolerancia liberal, que introduce la idea de disimulo, de simulacro en la política, pues la tolerancia, hoy, no es otra cosa que la disimulada demora en la negación del otro.
La socialdemocracia abusa del término a sabiendas de que en “el diálogo contemporáneo” no pasa nada, pues ese diálogo no habla de la naturaleza del poder y de quienes lo ostentan “y de cómo sacárnoslos de encima”.