jueves, 14 de septiembre de 2017

Identidad y Alteridad. La segunda parábola de San Martín

 Saint Martin y Sint Maarten


Jean Palette-Cazajus

En esta ocasión no se trata de una capa sino de una isla partida en dos. Pero creo que la parábola resulta todavía más interesante. Algunos se habrán enterado de que una de las tierras más castigadas por el ciclón Irma ha sido la pequeña isla antillana de San Martín dividida entre Francia y los Países Bajos y destruida en un 95%. La parte holandesa, 34 kms2, se conoce como Sint-Maarten. La parte francesa, 53 kms2, como Saint-Martin. Desde 1648, ambas viven en perfecta armonía si bien su realidad económica y social resulta bastante contrastada. La población es equivalente, 37 000 habitantes en la parte neerlandesa, 35 000 en la parte francesa. En 1764 vivían en la parte francesa unas 40 personas y  todavía en 1962, la población no pasaba de los 4000 habitantes. Carezco de datos para la parte neerlandesa.

Algunos habrán leído “Colapso”, conocido libro de Jared Diamond. Obra polémica, publicada en 2005, muy comentada en su momento, que describía el destino trágico de la isla de Pascua atribuido a los graves problemas ecológicos y demográficos que escaparon del control de los moradores. El autor venía a decirnos que el destino de la mítica isla del Pacifico era el modelo reducido de lo que nos esperaba en un porvenir más o menos próximo. Luego vino la polémica. La seguí desde la distancia, pero creo entender que, básicamente, nadie cuestiona ya la tesis pesimista de Jared Diamond. En este sentido, la historia reciente del islote antillano también merece que le dediquemos un momento de atención.

 Marigot, antes de Irma

En 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, los americanos instalan un aeropuerto en la parte holandesa. Es el principio de un proceso de americanización que dura hasta hoy. Mientras la moneda de la parte francesa es el euro, la de Sint-Maarten es el dólar y el inglés el idioma oficial. Después de la guerra, algunos grupos de turistas americanos de alto poder adquisitivo empiezan a frecuentar la parte holandesa. Sint Maarten capta plenamente el mensaje y empieza la construcción intensiva de hoteles e infraestructuras turísticas. Es el principio del turismo de crucero favorecido por el hecho de que el único puerto en aguas profundas de la isla se encuentra en Great Bay, cerca de Philipsburg capital de la parte bátava. El pragmatismo calvinista sabe adoptar rápidamente las “sanas” medidas fiscales y económicas susceptibles de “fidelizar” tan preciosa clientela: puerto franco, secreto bancario y casinos.

Como se puede imaginar cualquiera que tenga una mínima idea de Francia, en Saint-Martin imperan o tratan de hacerlo las leyes igualitarias y morigeradas de la República y en particular su secular tendencia a una pesada fiscalidad. Sólo a partir de 1986 se lanza también la parte francesa al cultivo de la especificidad agropecuaria del crucero. En territorio holandés siguen estando las discotecas más calientes y los numerosos burdeles cuya “mano de obra” viene tradicionalmente de la República Dominicana y de Colombia, últimamente de los países del Este. En la parte francesa, terrazas de café, restaurantes y tiendas de moda. En esta zona las construcciones son –me temo que habría que decir “eran”– de tamaño razonable, tratando mal que bien de no atropellar descaradamente el paisaje, y las autorizaciones para edificar han sido algo más quisquillosas que en Sint-Maarten. Allí reina el hormigón y más de 200 edificios salen de tierra cada año. Han entendido muy bien que a la trashumancia de cruceros le importa ya un comino el exotismo tropical y las palmeras. Sólo le interesa encontrarse, a su bajada de la pasarela, con aceras asfaltadas donde andar con tacones y espacios climatizados donde gastar, beber, comer y divertirse. Es bien sabido que buena parte del pasaje de los cruceros no suele bajar del barco ni siquiera en las brevísimas escalas en ciudades prestigiosas. 

 Irma estuvo aquí


Los traviesos cachorros de la CUP no andan tan equivocados en su diagnóstico sobre el turismo. El problema, como siempre ocurre con la extrema izquierda, es que el tratamiento preconizado es sistemáticamente peor que la dolencia tratada. El caso es que en Saint-Martin como en Sint-Maarten, fuera del turismo, no sobrevive prácticamente actividad económica alguna. En Saint-Martin como en la parte neerlandesa encontrar un nativo remite a la metáfora de la aguja y el pajar. En la parte francesa, la población inmigrada entre 40 y 59 años representa el 50% del total. Para el conjunto de edades, la cifra es superior a una tercera parte, contra 4% en la cercana isla de Guadalupe y 9% en la metrópoli. La mayoría de ellos son haitianos, por la cuestión del idioma, luego vienen los dominicanos y los “dominiqueses” o sea los que vienen de la Dominica, otra isla vecina, anteriormente bajo dominio inglés pero donde se hablaba el criollo francés. Los chinos van siendo cada vez más numerosos. En total son más de 115 nacionalidades en aquel pañuelo de bolsillo. De ellos más de la mitad son clandestinos o “sin papeles” como se dice en Francia y cerca del 80% carecen de toda formación educativa.

En la parte francesa el paro es del 27%. En la parte holandesa es la tercera parte. Se comprenderá mejor cuando sepamos que en Sint-Maarten el sueldo mínimo es la mitad que en Saint-Martin. Cuando sepamos que en Sint-Maarten, que vive a la americana, no existe cobertura social. Para ser atendidos,  los pacientes acuden en masa a los hospitales de Marigot, la capital de la parte francesa. En Saint-Martin existe la CMU (Cobertura Médica Universal) a la que tienen derecho los propios “sin papeles”. También muchos consiguen beneficiarse del RSA (Renta de Solidaridad Activa), unos 546 euros mensuales, a la que tienen derecho las personas sin recursos. Como decía Le Monde hace dos días, en la parte holandesa están los beneficios económicos, en la parte francesa el gasto social. De modo que miles de desgraciados, particularmente jóvenes, acuden donde parece que el hueso tiene más carne que roer.

 Factorías industriales en Sint-Maarten

Lógicamente, todos habrán inferido la existencia de un altísimo nivel de inseguridad y delincuencia. Todo el mundo pudo ver en televisión las surrealistas escenas de saqueo tras el paso del ciclón. Se contabilizan 23 veces más robos a mano armada en Saint-Martin que en la metrópoli. El número de homicidios es 16 veces superior. La legislación de Sint-Maarten se hace la vista gorda sobre la proliferante venta de productos de lujo falsificados y el tráfico de droga es virulento en toda la isla. Lo único democrático es la cocaína que cunde en cualquier ambiente. Saint-Martin y Sint-Maarten son una plaforma giratoria ideal para las remesas procedentes de Colombia o Venezuela y su posterior reparto hacia Europa y Estados Unidos. Los informes sociológicos muestran que las comunidades inmigradas viven cada vez más replegadas sobre sí mismas y con una tendencia cada vez más perceptible al enfrentamiento. Los propios estratos acomodados no destacan por su conciencia cultural o nacional. Lo que les llevó a Saint-Martin fue en gran medida la apetencia por el negocio fácil, bordeando con frecuencia la legalidad, el chollo fiscal o el tropismo pedestre del trópico. “Tristes Trópicos”, escribía hace muchos años Lévi-Strauss al que nunca han leído ni leerán. 

Por esto resultó espectacular el clamor unánime que subió de la isla al día siguiente de la catástrofe, acusando a Francia de tenerlos abandonados. ¿Unánime? Bueno,  los que se expresaban de manera más vehemente hablaban un francés muy pulcro y educado. Desde su paraíso fiscal, exigían la intervención inmediata y eficaz del Estado sin hacerse muchas preguntas sobre su escasa aportación personal a los recursos de dicho Estado. ¡Hombre! vista la situación se podía comprender. Pero en seguida me acordé de un libro del politólogo Marcel Gauchet, leído hace ya algunos años. Analizaba minuciosamente la evolución de los comportamientos modernos, tan variados como imparables, pero que coinciden en negarle al Estado todo derecho a inmiscuirse en nuestras vidas individuales salvo cuando las cosas vienen mal dadas en cuyo caso se le exige que cumpla a rajatabla con su obligación de “Estado providencia”, de paraguas tutelar.

 Marigot: el Estado... o su espejismo

 Aquellos que parecen distanciarse de todo sospechoso sentimiento nacional, que no dudan en proclamar su profiláctica distancia con cualquier sentimiento de pertenencia, atreviéndose a veces a usar aquello tan cursi y raído de "ciudadano del mundo", aquellos que parecen anticipar el porvenir radiante, cuando dejarán de hacer estragos las nefastas y obsoletas adscripciones, estos suelen ser generalmente puñeteros egoístas para quienes el vínculo histórico o comunitario sólo reaparece en caso de necesidad personal. En el momento en que unos se ponen, a deshora, en camino para forjarse un sentimiento nacional y recurren, como suele ser de reglamento en semejantes casos, al victimismo y al odio federador, otros vienen de vuelta y juegan la baza del solipsismo autista. Unos y otros son las dos caras de una misma moneda y se cruzan en medio del vado. Creo que ni unos ni otros serán jamás capaces de nadar.

Macron en Saint-Martin, 12 de Septiembre