La Nueva Balastera
Francisco Javier Gómez Izquierdo
No me pregunten por qué, pero tengo la sensación de que no hay fauna más variopinta que la del aficionado al fútbol. Distinguirán ustedes conmigo al aficionado al que su equipo ha acostumbrado a ganar -Madrid, Barcelona, Bayern, Juventus...- y que se cabrea y maldice a sus jugadores o a su entrenador por empatar, y no digamos perder, con rivales menores. Es aficionado que nunca admitirá la derrota y al que los de provincias miramos a veces con indignación por sus quejas a los árbitros, a los que no piden justicia como disimulan en sus proclamas sino la parcialidad consuetudinaria.
Hay un segundo nivel de hinchas de reconocible y ejemplar fidelidad a los que se puede achacar un mucho de irracionalidad por seguir a sus clubes con los ojos tapados si hace falta y que alcanzan el rango de beatos a santificar en el mundo del fútbol y entre los que los mejores ejemplos los encontramos en el Atleti, Betis, Liverpool, Dortmound... Después está al seguidor inasequible al desaliento -un servidor- que empezó a drogarse de niño con el balón y lo mismo se nos ve en el Nuevo Metropolitano que a en La Nueva Balastera, que como saben es el campo del Palencia. En el último nivel, al que también pertenezco, está el seguidor que durante toda su vida sufrirá padecimientos por apuntarse a equipos menesterosos cuyas prácticas enojosas no sólo nos enfadan y avergüenzan, sino que nos desequilibran y nos matan a disgustos. Quitando los días felices vestido con orgullosa modestia en el El Plantío y la plenitud en el viejo Atocha de un soldado rendido a los pies de Idígoras, Diego, Satrústegui, Zamora y López Ufarte, desde mediados de los ochenta todo ha sido penar. Un penar localizado en el viejo y nuevo Arcángel.
Ha de tenerse al aficionado de los clubes de Segunda como el más puro. El menos contaminado de vicios fanáticos y victoriosos. El aficionado-abonado de Segunda nada más sentarse en su localidad está incapacitado para saber lo que puede ocurrir en el partido de su equipo. Si acude pesimista, como un servidor ayer, por la falta de Javi Lara, el mejor jugador del Córdoba, la irritante debilidad defensiva, la tosquedad centrocampista, la sospechosa dirección técnica, más el rocoso Tenerife, se puede llevar la tremenda sorpresa de encontrar un equipo serio, ordenado por dos medio-centros defensivos, a uno de los cuales, Edu Ramos, le he dedicado más de un adjetivo malsonante y con la sensación de que por fin el míster ha encontrado el camino. Si además el Tenerife parece más indigente que tu equipo, todo lo que crees saber de fútbol se derrumba ante lo evidente. De los chicharreros nada bueno que decir. Ni siquiera a Jorge Sáenz, el prometedor central, le vi acciones destacables. El menos errático me pareció Alberto, más por intenciones que por aciertos, pero es posible que los mejores se quedaran en Tenerife por lesión y expulsión: Villar y Suso. Me extrañó la suplencia del pequeñito Vitolo, por el que siempre he tenido debilidad. Hasta dónde llegaría la falta de combatividad de los tinerfeños que el definitivo 2-0 lo marcó en jugada individual no exenta, eso sí, de técnica, el indolente Carlos Caballero al que el entrenador Carrión concedió los últimos diez minutos.
En resumen, lo que parece claro es que el truco de la Segunda está en arroparse bien atrás con centrocampistas aguadores, Aguza, nuestro particular Casemiro, y trabajar los saques de esquina y falta, como hace Rubén de la Barrera, ese joven y virtuoso entrenador artesano que dirige la Cultural Leonesa. ¡Ah, importante! Un buen portero, mejor, un portero fiable, da confianza y seguridad a la defensa, haciéndola mejor y menos fallona. A la portería del Córdoba ha vuelto Pavel Kieszeck , nuestro portero polaco. Probablemente el mejor cancerbero de la categoría.