Rafael González Machaquito
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Cuando el diablo no tiene otra cosa que hacer, con el rabo espanta moscas. Ahora, en las redes sociales, que son el no va más cultural de esta época, nuestros comunistas de granja la tienen tomada con el torero Padilla, que el otro día anduvo por el ruedo con una bandera de los Reyes Católicos a la espalda.
–¡Fascismo! ¡Fascismo!
“Yo no sé si soy comunista o si no lo soy”, dijo una vez Belmonte a un periodista que se lo preguntó. “Supongo que no. Pero creo que todo está mal organizado y procuro ordenar las cosas a mi manera. Esta finca la he parcelado y mis colonos la explotan en beneficio propio. Les adelanté dinero para las primeras siembras y para la adquisición de útiles de labranza. Ya me lo irán devolviendo poco a poco.” “¿Y si no pueden?” Belmonte se quedó un instante pensativo y dijo: “Si no pueden, volveré a torear”. (Luego, cuando los milicianos fueron a buscarlo a la finca para “pasearlo”, se desnudó y, mostrándoles las cicatrices, les dijo que “así” era como él se había hecho con la finca).
De su época de lidiador duro, Padilla tiene en su casa cabezas de toro tan imponentes que su amigo Finito de Córdoba, cuando va a almorzar, le pide que las tape, como hacen en El Vaticano con las estatuas desnudas en las visitas del ayatolá. Padilla, que vive del público, se ha rebajado a pedir perdón a sus denunciadores, que, por otro lado, se contentarían con que el torero se ajustara a la sensibilidad a la moda, cambiando al toro por un cura (“¡Arderéis como en el 36!”), y al águila de San Juan, por una tricolor republicana.
El denunciador contemporáneo es un liberado del trabajo para denunciar el fascismo con sueldo del Estado, y son tantos que han convertido al contribuyente en burro de noria.
Cuando Rafael González Machaquito era maletilla y sufría de hambre y malos tratos fue sorprendido en una finca comiendo peras: el guarda desunció al burro de la noria y puso en su lugar al muchacho, que tardó dos horas en perder el conocimiento. Cuando Machaquito fue figura, compró aquella finca y se dio el gusto de no despedir al guarda, que se pasaba el día llamándole “zeñorito Rafaé”.
En nuestra sociedad, donde los niños ya no leen “Platero y yo”, el burro es criatura tan legendaria como el catoblepas (el independentismo catalán lo convirtió en pegatina totémica, y el animalismo, en bestia exenta de trabajo, como un liberado sindical), y lo más parecido al burro de noria que nos propone la cultura oficial (en este momento no hay otra que el fútbol) es el medio centro.
El medio centro del fútbol es el moderno burro de noria, y para mí los dos mejores son Casemiro en el Real, y en el United, Matic, valiente como un perro y elegante como un duque.
United y Real empiezan como equipo donde termina la gacheto-pierna de Matic y Casemiro, y ahora Mourinho ha contado en el “Times” que el serbio es su futbolista predilecto, “el mejor jugador” a sus órdenes de toda su carrera: “En un partido con el Chelsea –explica Mourinho– lo metí en el minuto 45 y lo saqué en el 75. No fue una situación agradable. Sólo he hecho una cosa así dos veces en mi vida. Al día siguiente, Matic vino y me dijo: ‘No estoy contento, pero fue culpa mía. No me gustó, pero me lo merecía por lo mal que estaba jugando’. Y se convirtió en uno de los míos”.
IWO WANDA
“Cuando me ve llegar con mi cara de cárcel…”, canturrea Neruda. A Griezmann, en cambio, nadie lo ve llegar con su pelo de Barbie, y así hace goles como el de la inauguración del Wanda (¡un gol llamado Wanda!), el campo chino del cholismo-cerezismo, que, por un afán de colosalismo, vivió un Iwo Jima que fue un Iwo Wanda de “Pupas” sin medida, cuando al izar del revés la bandera colchonera más grande del mundo surgió un oso heráldico que parecía bracear boca abajo colgado por los pies, aunque más de un chino lo tomaría por dragón. Como si en el Bernabéu pinchan el epinicio de la Décima y suena el “Oriamendi”.