miércoles, 22 de febrero de 2017

La política

El Sr. Kamprad, fundador de Ikea y mentor de la cultura política española


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Los disparates políticos que oímos en España son consecuencia de al menos cinco generaciones de españoles sin política.

La política es la lucha por el poder. El general ganó una guerra y eso le dio para gozar del poder sin disputa durante cuarenta años. Después vino el consenso, que es la negación de la política, pues sustituye la lucha por el reparto. La palabra que a los del consenso no se les cae de la boca es “diálogo”.

En el consenso, “dialogar” significa “negociar”. “Do ut des”. Y si la cosa se tuerce en Cataluña es porque el catalán, en contra de lo que se cree, no es buen tratante: si en un negocio la otra parte se lleva algo no le parece negocio. La solución, desde el consenso, es el disparate. 
¿Entonces la solución federal es un acuerdo confederal? –preguntan (¿pregunta groucho-saducea?) al jefe de la cultura del consenso durante cuarenta años.
Yo estoy por un modelo federal, no confederal –contesta el personaje–. Y todos los federalismos son asimétricos.
Ese personaje pasa por ser el custodio del legado cultural de Ortega, a quien una noche, como cuenta Camba, sacaron de la cama para llevarlo a poner orden entre los diputados de la República, unos energúmenos para quienes era lo mismo ensamblar las piezas de un puzzle, a fin de formar un cuadro, que coger un cuadro y hacerlo añicos, al objeto de crear un puzzle.

El lunes, en el Círculo de Bellas Artes, un orate socialista que tiene de la república la idea del felpudo de Ikea, llamó a montar la España federal como quien monta un sofá diseñado por el señor Kamprad.
Nadie en la España oficial sabe distinguir una confederación de una federación, y, por lo que dicen, la idea que todos manejan de esos conceptos tiene que ver más con Villar, el de la federación de “fulbo”, que con Hamilton, el de los Estados Unidos de América, que primero fueron confederación (cuyo fracaso los llevó a la federación). Hombre, puestos a copiarles la federación, ¿por qué no copiarles la democracia?