viernes, 3 de febrero de 2017

Utopía

Tomás Moro

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Mientras en España las élites intelectuales pastoreadas por el periódico global canjean cuescos y regüeldos antitrumpianos, el Parlamento británico aprueba (498-114) la activación del Brexit, con el que, por cierto, no estaban de acuerdo los diputados. Ésa es la grandeza (inconcebible en España) del sistema representativo inglés (a pesar de la mayoría simple y la paradoja de Arrow): el diputado se debe a su distrito, no a su jefecillo de listas.

Como hiciera con el absolutismo real o con el mundo del mar libre, Inglaterra se mueve “con lentitud y sin ningún plan preconcebido”.

Inglaterra vuelve a ser un país “of Europe, not in Europe”.
Estamos en 1580, cuando la reina de Inglaterra hace saber al ministro español que, para ella, el mar y el aire (contra el Derecho natural escolástico y el Derecho civil romano) son libres. Esta decisión por el mar es más importante que el estatalismo continental: Inglaterra se convierte en la base de un nuevo nomos de la tierra, anunciado en una palabra artificial, “utopía”, de Tomás Moro, que no hubiera sido imaginable en la boca de un hombre de la Antigüedad. En esa palabra, según Carl Schmitt, se manifiesta la posibilidad de una tremenda abolición de todos los asentamientos en que se basaba el antiguo nomos de la tierra.

De criadores de ovejas que venden su lana a Flandes a partisanos del mar (¡populistas!), precursores de una libertad esencialmente no-estatal (el Estado, hoy, son los 170.000 folios de normativas de Bruselas) que hizo rico a un país pobre, venció a su peor enemigo y lo convirtió en amo del mar, borrando los límites entre Estado e individuo, entre existencia pública y privada, entre guerra y paz:

Obraban a propio riesgo y no se sentían protegidos por un Estado. Así impusieron dos conceptos de libertad frente al Estado: la libertad de los mares y la libertad del comercio, cuyos navíos eran navíos no-estatales.
¡Y nosotros con estos pelos de “consensitos” de Juncker y Donald Tusk!