Patatines al cabrales
Casa Carlos
Caravia
(Anoche)
Cachopo
Casa Carlos
Caravia
(Anoche)
Hughes
Abc
EL cierre del Café Comercial ha provocado unas reacciones asombrosas (reacción, me parece, es la palabra adecuada). Llantos, poemas y el ya inolvidable «Haga usted algo, señora Carmena».
En nombre de la Memoria se ha solicitado la apertura forzosa, y supongo que eterna, del Comercial, la municipalización del Café.
Es paradójico este instinto de conservación en personas a las que no importó mucho el cambio en calles, bustos o instituciones centenarias.
Se esgrime para ello el habitual concepto de la Memoria Colectiva, que está bien para Auschwitz, hombre, pero no para un sitio al que usted va a tomarse un churro sintiéndose Espronceda.
El abuso deriva del proustianismo desatado de cierta clase así llamada intelectual. Llevados en volandas por un narcisismo enloquecido, mojando sin parar el churro cual magdalena proustiana, todo se les hace memoria, memoria personal, y entonces surge el ¡haga algo, señora Carmena!
Esto es fantástico, porque se le pide a la socialdemocracia que nos proteja, también, del Tiempo, de la pérdida. O sea, que el presupuesto sea anti-austeridad y también antielegíaco.
Algo completamente contradictorio, porque la conservación de los espacios, de los lugares, su mantenimiento meramente museístico, es justo lo contrario de su recuerdo. Precisamente porque las cosas desaparecen surge un Proust que las recuerda, en lugar de pedirle al alcalde que haga algo.
¡Memoria mostrenca y embalsamatoria, cérea y de picatoste es la que pretenden!
Además de lamentos ha habido una exaltación de la Cultura de Café. A medida que iban nombrando a los presuntos visitantes, a quienes tuvieron allí su oficina, vi claro que había que cerrarlo. Que su cierre no sólo no era una pena, sino una oportunidad. Por supuesto que debe cerrarse, ¡pero con siete llaves! ¡Y poner un chino!
Porque en esa promiscuidad de churros y sonetos, ¿qué clase de cultura podía haber? ¿Qué pensamiento o qué individualidad podía surgir de eso?
Las fuerzas tertulianísticas, claro, lo lloran como a su templo y abominan de las franquicias de un modo casi soviético. Con ello demuestran una enorme incomprensión del progreso (¡ellos!). Se aferran al velador de mármol como a la lápida de su madre y olvidan que la tertulia ya ha mudado a la terraza, a la nueva tertulia cambiante, modulable, abierta, de la terracita, donde está fermentando la Cultura ahora mismo (también un protoasambleísmo. No se ha estudiado, pero se estudiará, que el 15-M surgió de la erección de una terracita soliviantada). Del Café hemos pasado a la terraza o terracita, donde se seguirá produciendo Cultura a cascoporro. ¿Pero es que acaso no lo ven?
En las exequias destacó un verso: «¿Con qué derecho nos desahucian el alma?». Hombre, pues con el de propiedad.
En las exequias destacó un verso: «¿Con qué derecho nos desahucian el alma?». Hombre, pues con el de propiedad.
Sería hermosísimo un okupa de café con leche.
Porque con lo del Café está en juego también la libertad de comercio. Lo normal ha sido defender la de horario o apertura, pero aquí, por primera vez en la historia del capitalismo, hay que defender la libertad de cierre. A los dueños, a los que se tuvo por «resistentes» igual que ahora por «desahuciadores», se les reprocha que cierren. ¿Pero acaso no pueden jubilarse e irse a su pueblo como todo el mundo?
Este frenesí actual de la conservación lo ha visto mejor que nadie Morante, que, extinguible en tanto torero, se ha presentado en un acto vestido genialmente de lince. Ahora mismo, dos son las vías de autoconservación: disfrazarse de lince como Morante o disfrazarse de grulla de García-Page.
Getafe