Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Ante el inaguantable tabarrón catalán, los alemanes hacen precisión (el “Handelsblatt.” llama “presidente golpista” al senyor” Mas), y los españoles, literatura joseantoniana (“Cataluña es un pueblo esencialmente sentimental, un pueblo que no entienden ni poco ni mucho los que le atribuyen codicias”…, etcétera).
–Cony! Quina Catalunya ens a deixat Franco! –dijo Tarradellas, al volver a España, al diputado Milián Mestre.
Eran los 70.
Un país de “indecente salud”, había dicho de España, igualmente al volver a España, Ortega (teórico de la sentimentalidad como hecho diferencial catalán), en la primavera del 46.
En el 58, en carta a María Zambrano, Bergamín confiesa “el cambio tan grande que percibo en la realidad española, y no, ni mucho menos, para peor. Nada en Europa me parece más vivo, inquietante, veraz, que esta ‘nueva’ España: la de ahora mismo, la que estoy tratando de comprender y explicarme”.
Y en el 75, “La Vanguardia”, hoy buque insignia de la crema de la “intelectualidá” separatista, publicaba la elegía, francamente sentimental, del conde de Godó al Caudillo, puntualmente recogida por Aguinaga en su “Prontuario del franquismo”:
–La profunda emoción que siento por la pérdida del Caudillo de España viene condicionada por la obra extraordinaria que ha cambiado radicalmente a España en unos pocos años… Con lágrimas en los ojos he escuchado esta mañana la alocución de nuestro Presidente, don Carlos Arias Navarro, quien visiblemente conmovido nos ha leído el último mensaje de Franco, y no solamente yo, sino las personas que estaban a mi lado, no han podido contener la emoción que la lectura les ha producido. Me siento orgulloso de pertenecer y formar parte de la España de Franco.
Quiere decirse que, desde la derrota comunera en Villalar, las opiniones políticas de un español son siempre irrelevantes, pues sólo expresan el oportunismo propio de quien busca halagar al que manda con cosas que quiera oír.