El Campesino
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Desde el comisario Conesa en la posguerra, nadie ha hecho más daño en Madrid al Partido (con mayúscula, tratándose del partido por antonomasia) que Tania, la novia de España.
No se trata de sisar. ¿Quién no sisa en un régimen de partidos?
–Sólo con el uno por ciento de lo que he robado –presume El Campesino en sus memorias–, a estas horas estaría rascándome la tripa en la Costa Azul. Pero yo soy un idealista. Un romántico, vamos. El primer buen golpe lo di en una gasolinera del Puente de los Franceses. Y con el dinero, el Partido pagó los viajes y las dietas a unos cuantos personajes para que se reunieran en San Sebastián para aquel dichoso pacto que trajo la República.
De la Pasionaria (“Dolores la sardinera”), con quien el Partido quería comparar a Tania, dice El Campesino que tenía “unos humos que la hacían inaguantable”.
¡Ah, los famosos humos comunistas!
Octavio Paz, que militó en el Partido hasta el pacto de Stalin con Hitler, sostiene que la ruptura con los comunistas es, como con la Iglesia, no un golpe, sino un forcejeo.
–Uno rompe, se reconcilia, hasta que finalmente hay una ruptura definitiva.
Nunca lo perdonaron.
De hecho, Paz es la única figura pública que ha sido quemada en efigie en México: ocurrió en 1984 (¡pues sí, en el 84!), en el paseo de la Reforma, y no llegaron a diez las personas que protestaron.
La misma intelectualidad que calló como puta ante una humareda bárbara sobre la que nunca hubo retractación (o discusión siquiera) saltó como fiera sobre el arzobispo de México que condenó, “por blasfemo”, el libro de Paz sobre Sor Juana Inés de la Cruz. ¡Hasta ahí podía llegar un arzobispo, tildar de blasfemo a un escritor! Y blablablá.
“El comunismo es una estafa”, anotó El Campesino en un cuaderno, y fue acusado de desviacionismo y condenado a dieciocho meses de trabajo forzados en la construcción del Metro de Moscú.
En Madrid, todo el Metro lo han hecho los peperos, y ésa es la suerte que va a tener Tania.