EPÍLOGO
LA VIDA SE VA VOLANDO
Por Mónica Fernández-Aceytuno
Si bien los pájaros no van al cielo, su vida, cuando se marcha, se va volando.
Yo siempre he vivido con la impresión de que la vida no tiene peso. Me ha parecido siempre, en todo lo que me rodea, algo muy ligero, ligerísimo, que está deseando siempre volver al aire, al cielo, al universo, ¿qué se yo adónde va la vida cuando muere?
No tiene peso la vida y, sin embargo, cómo pesa lo que se ha vivido. Hay sucedidos que tienen el peso de los siglos, y días y días y más días, que pasan como si no pesaran nada. Quiero decir que cada día de la vida tiene un peso distinto. Pero ¿y en los pájaros, en las aves?, ¿dónde va su vida cuando mueren?
Una vez tuve un colimbo en mis brazos, más bien en mi regazo. Era invierno y estaba en una de esas playas de guijarros blancos que se hunden en el bajío, entre pedazos deshilachados de redes verdes y azules. Acababa de suceder lo del Prestige y aparecían en las playas aves cubiertas de petróleo, o enfermas por haber ingerido el crudo. De pronto, un colimbo, pico arriba, los hombros de las alas presos en la arena, con cada ola.
Se moría. Primero en el mar, y después abrigado entre mis brazos. En un instante, se quedó frío junto a mi jersey de lana.
La vida, la despiadada vida, se le fue volando.
Me dejó en los brazos la cáscara inservible de sus alas.
(Del libro Serán ceniza, mas tendrá sentido / Ediciones Luca de Tena, 2006)