La cola del autobús del propicio último junio
Francisco Javier Gómez Izquierdo
El año pasado por estas fechas al Córdoba lo amenazaba la 2ª B y no se sabe si por conjunción astral, novenas a San Hugo de Grenoble, patrón de los futbolistas, o mejor a una locura pasajera de la diosa Fortuna, mi equipo empezó a ganar partidos por 1-0 hasta que se puso séptimo en la clasificación. Por arte de un demonio favorable se pudo con el Murcia y cuando Las Palmas nos tenía prácticamente degollados, la estupidez humana vistió a sus criaturas de amarillo y nos regaló un gol a deshora. ¡¡Siendo séptimos ascendimos!!
Fueron tres meses cabalgando sobre una chiripa siempre propicia que enloqueció a la ciudad. Surgieron cordobesistas a miles y empezamos a caer bien en todos los campos de España, porque entre otras cosas la camiseta blanquiverde es de las más futbolísticas y transmite buenas vibraciones. Cada partido caemos mejor, porque los contrarios nos ganan sin merecerlo, y es cosa que los aficionados rivales tienen en mucha consideración, al entender que el Córdoba regala los puntos porque no le acompaña la suerte... y claro está, damos pena y nos tiene lástima.
¡¡La suerte!! Al final va a ser ésa la clave. Toda la que tuvimos nos ha abandonado. ¿Habremos incurrido en sacrilegios? ¿No hemos ofrecido los sacrificios debidos a los dioses? ¿Tendremos depositada nuestra fe en sacerdotes impíos? Tengo puesto que probablemente seamos la peor plantilla de Primera, que necesitamos casta y mucha valentía y que aún así pudiera ser que no fuera bastante para salvarse. Con lo que no contaba es con que nos autolesionáramos como los yonquis de la heroína en las cárceles de los ochenta.
El partido de ayer ante el Español no lo vimos más que los interesados y dejando aparte el tremendo error de Djukic, sancionando a Ghilas por juerguista, no es corriente contemplar tantos fallos ante portería. Los comentaristas de la cadena Gol reconocieron que mereció ganar -no dijeron empatar- el Córdoba y el Marca también lo dice hoy y un servidor hasta se santiguó cuando entendió que el disparo a los cielos de Bebé a puerta vacía no fue sino el soplo demoníaco de criaturas enemistadas con un equipo al que hasta ayer eran tan inclinadas.
No se puede reprochar nada al equipo en este partido. Si acaso al entrenador, por ésas manías disciplinarias sintiéndose general. Un general perdedor de todas las batallas, más ocupado en el corte de pelo y el correaje de sus soldados que en ganar la guerra, que en realidad es para lo que se le llamó desde Córdoba.