Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En Sevilla los locos de Renacimiento (“¡Biblioteca de rescate!”) nos regalan una reedición de “Los españoles en París”, de Luis Bonafoux (poco que ver con las “Españolas en París” de Ana Belén y Máximo Valverde, que mañana, por cierto, actúa en el pueblo de Cervantes).
Prologa el regalo Alfredo Valenzuela, maestro del periodismo de agencia cuyo magisterio consiste en lucir a Bonafoux como César (Rincón) al toro.
–¡A lo negro, maestro, a lo negro! –gritaba el peón a un maestro que remoloneaba al sacar al toro del caballo antes de la democracia y los petos.
A lo negro va Valenzuela con Bonafoux, periodista de “pata alante” en las cosas de España y el oficio.
–Tuvo dos hijas, a las que llamó Lágrima y Clemencia.
Los españoles de Bonafoux que viven en París (unos 35.000) “viven en París y en Madrid al mismo tiempo”, y se les tiene en concepto de “aventureros, gorrones y mendigos”.
–Ce sont des espagnols!... –gruñe el transeúnte a su paso.
Y dice Bonafoux, dreyfusista, comunero, anarquista y antiyanqui (“la sonora trompera de Bonafoux”, dijo Rubén), que “una de las cosas más tristes que tiene esta tristísima colonia es el tipo del obrero (“el perfecto sinvergüenza”).
–Y todos republicanos. La democracia para ellos consiste en llamar “la Cristina” a la reina, “Benito” al señor Pérez Galdós, y de tú a todo el mundo. ¡Y vaya usted a decirles que contribuyan con una peseta a la fundación de un Círculo republicano!
En cuanto al periodismo…
Los periodistas, por lo general, no son ricos, dice Bonafoux, que detesta la bohemia física: la única bohemia que aplaude (“¡qué pocas veces!”) es la bohemia de la independencia.
–El periodismo –según su amigo Escobar– es un oficio como los demás. El bodeguero da su ginebra a quien se la paga. El periodista debe poner su pluma al servicio de quien se la compra. Sería ridículo que los periodistas, que no tenemos qué comer, tuviéramos convicciones.
Hay que ver lo que ha cambiado la cosa en cien años.