lunes, 23 de febrero de 2015

El billar de Fernando VII



 Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Madrid y Barcelona presentan la mejor nómina de jugadores del fútbol mundial, pero son entrenados por Luis Enrique y Ancelotti, que no tienen precisamente el glamour de Sam Shepard dirigiendo por video las operaciones del Black Hawk derribado en Mogadiscio.
   
Luis Enrique es el casticismo madrileño (hay que decirlo: su culerismo no puede ser más impostado): en esta Liga le toca perseguir al Madrid, pero en cuanto le salta la liebre (tres veces van) su galgo se para a mear.
   
Ancelotti es “il dolce far niente” italiano, y no le importa que Simeone le coma los derbis, pues sabe que esta Liga es una breva que le va a servir en bandeja la ley de la gravedad.
   
También a Newton le cayó la manzana y la posteridad no lo recuerda por su flor, sino por su sabiduría. (Es verdad que la filósofa Sandra Harding dice ver en los principios newtonianos un manual de violación, pero eso sólo sirve para acreditarla a ella como pipera del feminismo.)
   
Ya en el partido del Bernabéu el Barcelona de Luis Enrique dio muy mala espina. Dominó la primera parte jugando a las tabas, que es en lo que derivó el tiquitaca, Messi falló el 0-2 por una desgana insólita y cuando, al filo del descanso, el frufrú del piperío (¡los hélitros del grillo!) hacía presagiar pitada llegó el empate reparador. La impresión que se desprendía de aquella actitud era que la tropa culé quería cargarse a Luis Enrique, el castizo.

    Cómo será la cosa que hasta el ingeniero Pellegrini, que viene a Barcelona con el City del jeque a jugarse los octavos europeos, ha introducido una serpiente en el jardín culé: espera, dice, que esta vez no le expulsen a nadie. O sea, el viejo sueño de Mourinho de que le dejaran jugar con once contra el Barcelona, pero lo que en el portugués era una declaración que incitaba al fascismo es en el chileno una rosa de San Jorge.
   
¡Ya querríamos haber visto así de farruco a Pellegrini cuando viajaba con el Madrid a Barcelona!

    Total, que al Madrid su único competidor le ha puesto el campeonato español como le ponían las carambolas a Fernando VII (que no era Felipe II, que no tenía billar en El Escorial, como cree ese sin par Carmona que quiere la vara de alcalde de Madrid).
   
No es ninguna broma, ¡oh dioses del glamour!, ganar una Liga con Isco de figura (¡ese Ferrari, por Dios, ese Ferrari!) y Casillas de portero (quinientos partidos ligueros en la semana que la pierna de otro Casillas, el camarero, salió por los aires en la rueda de prensa de Monedero).
   
¡Cuántas paradas, cuántos goles salvados en este tiempo! –cantan los rapsodas del piperío con música de Kiko Argüello.
   
En cuanto a la competición internacional, tampoco es que se presente más oscuro e incierto el reinado de Witiza. Cuando se tiene a los mejores jugadores no hace falta recurrir a la bizarría que reclama Arrigo Sacchi (el tío, ay, que dijo que Casillas es un portero que siempre se ha entrenado mal) para la selección nacional de Italia.

    –Hay demasiados jugadores de color en los equipos primavera.
   
No tendrá nada que ver, pero cronológicamente el fútbol italiano se vino abajo cuando la justicia ordinaria (al revés que España, Italia ha dado mejores juristas que futbolistas) se puso las barbas con el doping.



FLEMA INGLESA
    En Inglaterra los árbitros también lloran (que es decir se ríen): lo vimos el sábado en Stamford Bridge con un tal Martin Atkinson. Chulear al Chelsea de Abramovich puede formar parte del paquete de sanciones europeas contra Putin, pero ese tal Atkinson, penaltis al margen, asistió con un cinismo la mar de flemático a la agresión (similar a la de Goicoechea a Schuster) de Barnes, jugador del Burnley, a Matic, jugador del Chelsea, que salvó la pierna (y la carrera de futbolista) de milagro; entonces empujó a su agresor, y el tal Atkinson procedió a la expulsión… de Matic (¡Dios salve a la reina!) animando con una mueca de su mejor flema… a Barnes. La crueldad triunfando sobre la descortesía.