EDUARDO ÚRCULO
1938-2003
A Eduardo Úrculo se le fue la vida corriendo tras su propio sombrero. Chesteron tenía dicho: “Se tiene la impresión general de que es desagradable tener que correr tras el propio sombrero. ¿Por qué iba a serlo? Un hombre que corre tras su sombrero no es ni la mitad de ridículo que un hombre que corre tras su mujer.” Úrculo pensaba que el viaje –correr y correr– es la memoria a cuestas. Y se murió sin darse cuenta de que estaba despuntando la época del “viaje cero”, porque la técnica moderna aniquila el espacio. Raymond Roussel no se ha cansado de expresar su radical aversión a los estados de excitación provocados por los viajes. Úrculo –gasolina es libertad– podía haber sido otro Phileas Fogg de Santurce, sólo con que hubiera decidido no dar importancia a vivencia alguna de su vuelta al mundo. Pero le perdió la obsesión del sombrero. Es decir, la manía de hacer suya la fanfarronada de Liberty Valance según la cual él vivía donde colgara su sombrero.
IGNACIO RUIZ QUINTANO
(Del libro Serán ceniza, mas tendrá sentido / Ediciones Luca de Tena, 2006)