Debate sobre el estado de la Nación
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La socialdemocracia (ni socialismo ni democracia) es la plastilina política de Europa, sumida en la ensoñación de un mito nórdico que, reducido a estadística, sólo es más impuestos… y más suicidios (con el permiso de la Salzburgo de Thomas Bernhard).
El juego se reduce a hacer como si todo fuera lo que no es. Como si Rajoy fuera la derecha, y Snchz, la izquierda. Como si eso fuera bipartidismo (imposible en un régimen de partidos-lapas estatales). Y como si un debate en el Parlamento (¡un Parlamento donde la estrella es el Banco Azul!) fuera la separación de poderes de Montesquieu.
La propaganda (y la costumbre) se encarga de todo: detrás de cada partido va un grupo de intelectuales al modo de aquellas penitentes que en la “Madrugá” de Sevilla acompañan al Gran Poder cubiertas con un plástico para protegerse de la cera que los nazarenos les echan con sus cirios.
Lo real es que, al margen de sus lecturas, entre Rajoy, que acostumbra leer el “Marca”, y Snchz, que acostumbra leer la fecha de caducidad de los yogures, no hay diferencia ideológica alguna. Como tampoco la hay entre Rivera y Pablemos (ni entre estos y los anteriores), por citar a los llamados a refrescar el sistema. Por encima de los puntos de vista de cada uno, está el apetito de poder, y la forma más rápida de satisfacerlo es el oportunismo. ¡Si hasta Pablemos se autonombra jefe de la oposición!
Es verdad que Pablemos viene del chavismo, pero tampoco hay que pensar que, si aún no hay candidatos a alcaldes de Madrid, es porque nadie quiere serlo por temor a acabar, cuando mande Pablemos, como el alcalde de Caracas.
Al lado de Varoufakis, Pablemos es un perrillo cusco, y todos hemos visto al ministro alemán Schäuble parar, templar y mandar (a tomar viento) a Varoufakis, que sólo era un “juampedro” impaciente.
El prodigio de la plastilina socialdemócrata es que Albert Rivera y Pablo Casado, el pepero que apunta a Madrid, sean (¡ontológicamente!) dos gotas de agua.