Diego Alves ante el penalty
Francisco Javier Gómez Izquierdo
El Córdoba tiene dos maneras de perder: merecidamente y por falta de Fortuna. Cuando mi equipo pierde merecidamente se quiere decir que no ha luchado, que no ha atacado y que la mayoría de los jugadores han estado ausentes del partido. Cuando perdemos merecidamente se enfada el entrenador, el aficionado y sobre todo el periodismo local, que confunde más que informa. El periodismo local no acepta las limitaciones de la plantilla, la evidente dureza de mollera de más de un futbolista y que lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.
En los partidos que perdemos por falta de Fortuna, no se quiere decir que seamos mejor equipo que el rival, sino que durante los 90 minutos hemos hecho más méritos y le hemos puesto más voluntad que por ejemplo el Valencia ayer. El Valencia se colocó bien en el campo. Con actitud de pescador paciente convencido que ha llegado a un coto donde se asegura pieza. Sin prisas, viéndolas venir y con el guardameta Alves firme y poderoso.
Nuestro Abel Gómez, por segunda vez titular -la primera fue en Bilbao- buscaba de continuo el balón e intentaba contactar con el egoísmo de Bebé o la frágil inquietud de Héldon. El Diario tiene una fijación inquisitorial e inexplicable hacia Abel, el único centrocampista que ve el fútbol como procede, hasta el punto de convencer al público de que no le perdone que pase hacia atrás o le reproche el error en un desplazamiento de cuarenta metros. Es el único que se atreve a hacerlo, pero el público, al parecer, es soberano.
El público perdona que el chupón Bebé pierda once balones de diez con su regate de fútbol sala, que Edimar suba la banda y no se acuerde de bajar -André Gomes pudo pintar un cuadro antes de rematar escandalosamente solo el primer gol-, los extraños movimientos de Crespo y, en fin, los defectos propios de una plantilla discreta a la que no se puede exigir imposibles.
El Valencia tuvo sus apuros, pero marcó el 0-1 con un jugadón de Paul que remató André Gomes, y cuando conseguimos el empate adelantó líneas y dijo aquí estoy yo. Piatti, ese aguijón mortal, remató de malas maneras una dejada de Negredo; el balón botó a lo falso y se coló sin justicia en la portería de Saizar. Era el 1-2 a poco del final sin capacidad física ni técnica para remediarlo. Nuestra afición no se molestó y la del Valencia nos cantaba “sois de primera”, con esa conmiseración con que se nos obsequia por todos los estadios del país. Somos campeones en victorias morales y derrotas honrosas. Nos queda la buena predisposición del prójimo hacia la camiseta blanquiverde como el mundo la tuvo hacia aquel negrito que nadó en las olimpiadas y todos queríamos que al menos llegara.