Merkel
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La otra noche, mientras esperábamos para cenar a Hughes, que ha tenido que traducir a todos los poetas ingleses para poder consagrarse al estudio de los centros ungulares (con la uña) de Carvajal en la banda derecha del Bernabéu, mi amigo Márquez me ponía entre la espada y la pared de una cuestión inquietante:
–¿Por qué, si el padre siempre fue Kirk Duglas, el hijo tiene que ser Michael Daglas?
Parece una bobada, pero de Duglas a Daglas va el mismo trecho que de toro a buey, pues de Duglas a Daglas se puede ir, mas de Daglas a Duglas resulta imposible.
–Entre los juncos y la baja tarde / ¡qué extraño que me llame Federico!
Sólo que ahora Federico ha dejado de ser nombre de poeta, como Neftalí o Gustavo, para pasar a ser nombre de perro.
Con la gran transformación laica de la sociedad española, los perros de piso acaparan los nombres del santoral cristiano, mientras que sus dueños deciden ponerse nombres extraídos de prospectos farmacéuticos, como Diosmina o Glicerol.
–Vamos, “Federico”, dale la patita al señor –dice, simpatiquísima, Diosmina, a su “bull terrier”, cuando se interesa por él un forastero.
Pero por regla general, y éste es un asunto contrastado por nuestros mejores costumbristas, allí donde hay un nombre raro hay una cosa no menos rara.
En la tele, por ejemplo, sale un ex portero de fútbol que se llama Cañizares y que nació en Puertollano, y, sin embargo, peina pelo rubio Fay Wray y dice “Yonas” a un tal Jonás y “Yesé” a otro tal Jesé.
Y luego nos hacemos cruces con Ana Botella, que ni se tiñe de rubio (ni siquiera se sabe si se tiñe de algo, teniendo el mimo peluquero que Dragó) ni habla de fútbol ni dice “Yesé”, aunque ya sabemos que no es Ángela Merkel, la ubérrima frau, tan risueña en su zapateril “fracaso” (todo hombre es el fracaso de un ángel, dejó dicho Pemán), con esa femineidad de morrito de Tim Robbins y párpado de Anthony Hopkins, que es quien debiera encarnarla un día en el cine.