Felipe II, de los Leoni
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Oigo que el gobernador cultural de Madrid, Villalonga, quiere levantar de la plaza de la Villa la estatua de don Álvaro de Bazán, que es un Benlliure, para colocar un Felipe II de los Leoni, que sería el muñeco de la tarta municipal, un César Jiménez, el matador de Fuenlabrada, vestido de príncipe del Renacimiento.
Con don Álvaro de Bazán y Felipe II por el medio, el cambalache sólo puede ser cosa del pianista del gobernador cultural, el inglés Zímozi (don Timothy Benjamin Chapman), contratado por el Ayuntamiento como un Mr Proper para limpiar de “dandruff” (caspa, en español) el casticismo, una cosa que no soporta la nueva derecha española, la que vuelve de Nueva York diciendo Michael “Daglas” para distinguirse de sus padres, que decían Kirk “Duglas”.
En Madrid, “dandruff”, para esta derecha nueva, es Paloma O’Shea, a la que retira la subvención al grito villalonguero de “¡es la esposa de un banquero!”. Y es Manolo Millares, subastado como si fuera Carla Duval. Y es Mingote, académico de la Española y alcalde viñeticio del Retiro, donde a una modesta biblioteca promovida por Rosa León y Concha Denche le ha puesto Villalonga el nombre de Eugenio Trías, que tiene, para él, el “chic” de la “sofía”.
Villalonga va de modernón, pero es el viejo autor novel de Pombo (el café, no el escritor), que siempre tenía un drama sobre Felipe II.
–¿Por qué, para darle más actualidad, no lo titula usted “Felipe Segundo Izquierda”? –le decían los guasones.
–¡Hombre! Felipe segundo no puede ser izquierda; a lo más, derecha –replicaba él, que nunca estrenaba el drama porque siempre le decían que “pasados los Tenorios”.
Ahí es nada: un inglés, Zímozi, decidiendo dónde debe (a) sentarse Felipe II en Madrid, con el apoyo de Villalonga, promotor, para esta causa, de la “democracia digital”, a cuyo dedo aznarísimo debe, naturalmente, el cargo.
¡Caciques y chuletines! Eso, señores, se quejaba Lanza, es lo que hay en España.