Después de varias victorias tristes, al Madrid le alcanzó la realidad. La mara acaudillada por el cholo fue la Justicia. El Real fue reducido a su parodia, una constelación de folklóricas que abre los telediarios con su rosario de penas, deshuesada de fútbol y de calle, demasiado lejos del sagrado corazón. Entraron en los salones sin pedir permiso, cegaron las salidas laterales, robaron la cubertería de plata y orinaron a los pies del gobernador, ya sin razones, indigestado de oro y obligado a comer tierra por el indio, que reclama su sitio. A varios jugadores se les marcó con el estigma: Benzemá que se hace pequeño según le silba el público, ya es el niño autista que prometía desde el principio. Pepe y Ramos fueron pareja eléctrica que se vuelve estúpida sin un padre padrone que piense por ellos. A Khedira lo dibujaron para otro sistema. Di María propone sin pausa y encadena pases de gol y pérdidas terroríficas. Arbeola es demasiado consciente del ambiente y eso afecta a su equilibrio, que era su razón de ser. Alrededor de la mediapunta, tirando a la derecha, estaba la capilla ardiente de Mesut. Nadie acudió. Ni Isco siquiera. Desde entonces las diagonales de Cristiano están vacías. Y al final, el público que se echa en brazos del último canterano repeinado. El absurdo antes de cerrar. No hubo incidentes: los muertos desfilaron hacia la salida ordenadamente. Un aplauso para el dispositivo de seguridad.