Ya lo dice Jorge Laverón:
a esta Feria le falta el mechón blanco de Antoñete
José Ramón Márquez
La Feria ya. Parece que era ayer cuando vimos exhalar su último suspiro a Sombrerillo, número 60, punto final de la Feria 2012, y ya tenemos aquí, de bruces, la del año trece. El año trece, siempre tan presente, en el que se retiraron Guerrita y Machaco ante la imparable ola de Gallito y Belmonte. Y al cabo de cien años, este año trece en el que vamos a la Plaza por lo que nos gusta ir a la Plaza, casi sin saber quién toreará cada día, que apenas importa.
La empresa concesionaria de la llamada «Primera Plaza del Mundo» vuelve a plantear un año más su Feria de la Oportunidad, con los grandes deseando no venir, con los modestos jugándose las carreras a una carta, con el tundimiento de juampedros que nos tienen preparado; en suma, el déjà vu de los últimos años, tan cansino, retratado a la perfección el otro día, a la salida de una novillada, por un viejísimo abonado de la Andanada 8, augurando certeramente los años que él ya no verá:
-¡La que os espera a los jóvenes!
Y resulta que unos cincuentones éramos «los jóvenes» para él.
En estos días ha habido diversos análisis sobre la feria, sobre el lugar común de los «carteles rematados», sobre los toros y los toreros que están convocados a esta hecatombe que nos espera durante los próximos veintiún días. He de reconocer que uno ha tenido más fe, generalmente, en las liebres que saltan que en las apuestas seguras -salvo honrosas excepciones-, y por ello diremos que particularmente los carteles ni gustan ni disgustan: es lo que hay.
Por hacer un recorrido muy veloz sobre la Feria de San Isidro que hoy comienza, digamos, por la parte de los animales, que con las corridas de toros de Escolar, Victorino, Adolfo y Cuadri; con las de Alcurrucén y Samuel (a ver qué pasa) y con la novillada de Carmen Segovia la cosa ganadera queda cumplida, pues es bien patente mi falta de interés por hierros terminados en -illo, por todo lo que hayan podido traer al mundo D. Juan Pedro Domecq y D. Victoriano del Río, por los atasardios de las premiadas franquicias del Puerto de San Barquero, etcétera. Por la cosa de los coletas -de los postizos, diríamos-, esperamos con atención a aquellos que se enfrenten a los toros de respeto, y además está la incertidumbre del hijo de Teruel, al que nunca he visto, y la incombustible fidelidad a Luque, cuyo padre me invitó a un café en cierta ocasión. También tenemos como cosa de interés el enigma Fandiño y la cosilla de Curro Díaz, que tiene algo que recuerda a toreros de otros tiempos. Y también lo de Talavante, que incluso con las previsibles orejas -para quien eso le importe- puede ser un tostón impresionante. Creo, y ojalá me equivoque, que esa corrida sólo la puede salvar un encierro fuerte y exigente del paleto.
Digamos que los programadores y urdidores de carteles, tan descuidados siempre, han perdido la ocasión inolvidable de enfrentar a Gonzalo Caballero y a Sebastián Ritter* en lo que se podría haber denominado el «mano a mano del rescate» o la «corrida de hermanamiento hispano alemán, memorial Rajoy-Merkel». No cayeron en la cuenta.
Bueno. Hoy empieza la Feria y por más vueltas que le demos al asunto se comprende que no es posible hacer los carteles que a uno le gustaría, porque los toreros que uno pagaría fortunas por ver o están muertos o están gozando de un bien merecido retiro. Ya lo dice Jorge Laverón de manera incuestionable, que a esta Feria le falta el mechón blanco de Antoñete.
*Caballero en alemán