viernes, 24 de mayo de 2013

Gordos

José Vasconcelos, Francisco Villa, el presidente de la República Eulalio Gutiérrez y Emiliano Zapata
 durante una comida en el Palacio Nacional, Ciudad de México, diciembre de 1914. 


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    La revista “Nature”, que es la Biblia de la ciencia, se ha hecho eco del estudio oficial de una funcionaria americana, Katherine Flegal, que concluye que los flacos se mueren más que los gordos, otra vuelta de tuerca a la paradoja de la obesidad.

    Y ahora, ¿qué? ¿Puskas o Di María?

    Si Dios ha muerto, todo está permitido. (Que eso fue la posmodernidad.)

    Y, si el sobrepeso es bueno, ninguna panzada nos está prohibida. (Que eso es, en Madrid, el posmourinhismo: el regreso del periodismo deportivo al asador y sus hambronerías.)

    Alguien preguntó una vez a Vasconcelos, humanista mexicano, que quién hubiera querido ser, y dijo que emperador de la China.

    El preguntón se le rió:

    –¡Por Dios, son tan gordos!

    –Más triste resulta lo mío –contestó Vasconcelos–: ser gordo sin ser emperador de la China.

    Esto, antes de la mala prensa de la gordura, creada por la industria americana de los seguros. 

Desalojados de su posición en los 60, en los 90 los gordos se hicieron fuertes en otra, como fue su gran protesta en los cines de San Francisco contra la película “Fantasía” de Disney, exigiendo su prohibición porque la escena del baile de los hipopótamos les creaba problemas de autoestima.

    Por otro lado, si la glotonería es la última estación del consumismo, ¿qué clase de capitalismo es ése que condena la tragonería?

    Con razón en Huntington, el pueblo con mayor sobrepeso de América, todo el mundo corre a gorrazos a Jamie Oliver y su “Food Revolution” al berro inglés.

    Hasta Toxo, el líder vertical del comunismo sindical, ha reparado en esta paradoja de la obesidad ideológica al eludir explicaciones sobre su sueldo:

    –Me niego a a participar en ese indecente striptease.
    
Que es lo que yo diré a mi médico, si a la entrada del verano, y a la vista de alguna lorza, me viene con que hay que hacerse análisis de sangre: “Me niego a participar en ese indecente striptease.”

    Y al irme le tiro el paquete de folios de la doctora Flegal.