Jorge Bustos
(...)
Sáenz de Santamaría debutó en Moncloa sin reivindicaciones ni adornos, yendo al grano, como el delantero que marca un gol en carrera y sin dejar de correr recoge el balón de la red adversaria porque su equipo sigue perdiendo. (La Moncloa, por cierto, atraviesa por un ínterin gélido, un paréntesis deshabitado. Podemos imaginar los pósteres de Tim Burton aún pegados en las paredes de las niñas, aguardando la espátula de Viri). Con 10 minutillos de retraso y sola con su media sonrisa, la portavoz cruza la sala de prensa hasta la mesa. Antes la sala ha chistado tres o cuatro veces, en otras tantas falsas alarmas, como si fuera a aparecer Anastasia, la última zarina. Y es que ya no es Soraya: es la vicetodo. Me fijo en un sortijón áureo que luce en el corazón de la diestra, con el que suponemos que dará capones a los ministros que no le curren 18 horas al día. Expone las resoluciones del Consejo sin un titubeo sintáctico, con fluidez de opositora sobrada y un encantador suavizamiento de las ges que le lleva a pronunciar, con engañosa dulzura, “Centro Nacional de Intelihencia”. Admite muchas más preguntas de las que, nos maliciamos, permitirá en lo sucesivo, y ni siquiera las incómodas la incomodan.
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Sáenz de Santamaría debutó en Moncloa sin reivindicaciones ni adornos, yendo al grano, como el delantero que marca un gol en carrera y sin dejar de correr recoge el balón de la red adversaria porque su equipo sigue perdiendo. (La Moncloa, por cierto, atraviesa por un ínterin gélido, un paréntesis deshabitado. Podemos imaginar los pósteres de Tim Burton aún pegados en las paredes de las niñas, aguardando la espátula de Viri). Con 10 minutillos de retraso y sola con su media sonrisa, la portavoz cruza la sala de prensa hasta la mesa. Antes la sala ha chistado tres o cuatro veces, en otras tantas falsas alarmas, como si fuera a aparecer Anastasia, la última zarina. Y es que ya no es Soraya: es la vicetodo. Me fijo en un sortijón áureo que luce en el corazón de la diestra, con el que suponemos que dará capones a los ministros que no le curren 18 horas al día. Expone las resoluciones del Consejo sin un titubeo sintáctico, con fluidez de opositora sobrada y un encantador suavizamiento de las ges que le lleva a pronunciar, con engañosa dulzura, “Centro Nacional de Intelihencia”. Admite muchas más preguntas de las que, nos maliciamos, permitirá en lo sucesivo, y ni siquiera las incómodas la incomodan.
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