martes, 14 de noviembre de 2023

Tucker Carlson en el Orient Express (o por qué lo despidieron, realmente)



El niño Tucker Carlson con su papá

 

Javier Bilbao

 

La historia les resultará familiar a muchos y como ya hace casi un siglo desde que Agatha Christie la publicó, permítanme incluir el desenlace. El tren en el que viajaba Hércules Poirot desde Estambul a París se convierte en escenario de un crimen del que el protagonista, tras una meticulosa investigación, termina descubriendo que cada uno de los pasajeros tenían un poderoso motivo para cometerlo… Aunque finalmente decide contar a la Policía que fue un desconocido que logró colarse en mitad del trayecto, apuñaló a la víctima a saber por qué y luego desapareció. Era mentira, pero más fácil de explicar que una verdad escandalosa que implicaba a tantos y, además, ¡la víctima se lo merecía! Ea, caso cerrado y a otra cosa.

Algo parecido hemos podido contemplar con cierto asombro esta semana en los medios españoles y su manera de explicarnos el despido de Tucker Carlson por la cadena Fox News. Uno creía conocer desde hace años al personaje y resulta que no. Ha tenido que llegar la mente-colmena mediática con su provisión de «ultra
-», «extrema-» y «conspirativo» (así se sitúa a quien toque fuera de los límites de lo aceptable) a contarnos que este «faro de la ultraderecha» y «periodista mentiroso más famoso del mundo» ha sido despedido por difundir fake news en relación a las máquinas de votación de la empresa Dominion, que le costaron al canal televisivo una indemnización de 717 millones. Ésa es la explicación oficial, mil veces martilleada en las mentes de todos aquellos que no conocían siquiera quién era este tal Carlson. Además, al fin y al cabo ¿por qué debería importarles si acaso no fue así? Eso es lo que me propongo desarrollar a continuación: por los temas que abordó esta estrella del periodismo (aunque historiador de formación) sí nos convendría sentirnos concernidos por quién era y qué decía y no, ese asesino misterioso señalado no sería el culpable en un vagón lleno de sospechosos.


Para empezar cabe señalar que tenía tres veces más audiencia que cualquier otro presentador de informativo y, curiosamente, más seguidores demócratas registrados entre ella que la misma CNN. Si tan próximo era al estadounidense común y corriente —¡incluso al demócrata!— entonces empieza a resultar un tanto extraño el relato inicial de que era un extremista, marginal emboscado y ultra de una facción (aunque ya estemos bastante habituados a la criminalización de las mayorías y a que lo excepcional se considere norma). Es su popularidad y no su supuesto extremismo lo que lo hacía incómodo para el poder. Curiosamente un día antes del anuncio de su despido se publicaba una entrevista a la congresista Alexandria Ocasio-Cortez en la que reclamaba una ley federal impidiera a Carlson expresarse «porque incita a la violencia». Por su parte, en otra entrevista de hace un par de meses el ex primer ministro inglés Boris Johnson se mostraba «horrorizado» por su influencia en los republicanos. Otro político, Robert Kennedy Jr., (de quien la pasada semana publicamos este discurso traducido al español) reaccionaba a la noticia del despido de Carlson atribuyéndolo a la influencia de las grandes farmacéuticas a las que ha criticado duramente en varias ocasiones en su programa. Seguimos. Wall Street Journal, un medio propiedad de los mismos dueños que el canal, publicó un par de días después este artículo difamatorio señalando que la causa del despido sería su supuesto racismo y sexismo —los comodines habituales contra cualquier figura pública a la que se quiera denigrar desde hace años— por lo visto expresado este último en comentarios privados que incluían palabras malsonantes que aluden a los genitales. Respecto a los propietarios de la cadena Fox News, también encontramos el dato curioso de que Carlson criticó en ciertas ocasiones en su programa al fondo de inversión BlackRock y este pasó en febrero a hacerse con el 15,1% de la compañía. Los comentaristas de la CNN, donde Carlson no goza de gran simpatía precisamente, sopesaban aquí el hecho de que el despido no tendría una causa única sino que fue la acumulación de muchos factores a lo largo del tiempo.   

Un momento, ¿pero entonces dónde queda aquello de Dominion y la indemnización millonaria que nos habían explicado los medios españoles? ¿Es que toda esta gente no se informa por la Cadena Ser o El País? Permítanme un inciso antes. 
Durante años Hillary Clinton ha estado proclamando en toda entrevista y acto público donde fuera invitada que le habían robado las elecciones y que Trump era un presidente ilegítimo, mientras que diversos políticos demócratas han denunciado repetidamente que las máquinas de votación no eran fiables y podían ser manipuladas. Todo ello por lo visto no escandalizaba a nadie hasta que medios y representantes de otro signo han osado seguir por esa línea. Pero ya sabemos que la política contemporánea consiste en aplicar dos varas de medir haciendo creer a los votantes que es la misma para todos. Dicho esto, la cuestión respecto a este caso concreto que nos atañe es que Carlson en relación a las acusaciones contra Dominion mantuvo siempre un perfil bajo, exigiendo pruebas tanto en público como en privado a quienes sostenían tales acusaciones, mientras que otros presentadores de su cadena como Sean Hannity fueron mucho más atrevidos al respecto y, sin embargo, conservan su puesto. Tal como explica aquí quien fue compañera suya y presentadora en el canal, Megyn Kelly, si alguien dentro de Fox News no puede ser responsabilizado por el coste de esa indemnización es precisamente él. Pero se hizo publica la semana pasada y el despido esta, así que Post hoc ergo propter hoc. 


 ¿A quién pudo molestar Carlson?

A la luz del aforismo de Gracián acerca de que tan difícil como decir la verdad es ocultarla, vemos cómo para evitar exponer las causas del despido se recurre a un argumento al que se le notan las costuras. ¿Entonces a quién pudo incomodar para que siendo una estrella mediática tan rentable para su canal se prescindiera de él de manera tan abrupta? Quiero decir, aparte de políticos, fondos de inversión y grandes farmacéuticas, como ya hemos visto. Hay que empezar señalando como primer sospechoso a alguien al que nunca ha desaprovechado la ocasión de criticar: George Soros. «¿Por qué se permite a un billonario nacido en el extranjero cambiar los fundamentos de nuestro país?», se preguntó el verano pasado durante un minucioso repaso de 12 minutos a la trayectoria de este magnate. No fue la única ocasión en la que ha tratado de indagar el alcance sus tentáculos en el ámbito cultural, mediático y político. Aquí encontramos otro monográfico que le dedicó también el pasado año y hasta llegó a realizar un documental sobre la manera en que Hungría ha contrarrestado su influencia, como puede verse a continuación


Su lista de enemigos no acaba ahí, naturalmente. Tras licenciarse en la universidad, Carlson vivió un tiempo sin saber hacia dónde dirigirse profesionalmente, por aquel entonces incluso llegó a postularse sin éxito como candidato para trabajar en la CIA. Quién le iba a decir que décadas después sería una de las figuras mediáticas más críticas con esta institución… Una reciente desclasificación de documentos le llevó en este programa a tirar del hilo de la implicación de dicha agencia de espionaje en el asesinato de Kennedy, aunque también la ha vinculado con hechos mucho más recientes como las revoluciones de colores y primaveras árabes, así como la voladura del Nordstream. Las prácticas del FBI tampoco se libran de su escrutinio y ha denunciado cómo persigue a sectores del catolicismo, así como el control que ha ejercido sobre Twitter, el espionaje al que someten a los propios congresistas del país al que sirven y, finalmente, ha solicitado insistentemente el indulto a Julian Assange, la última vez hace un mes. Cabe puntualizar que el interés por las agencias de inteligencia parece ser mutuo, dado que en este programa denunció estar siendo espiado por la NSA (National Security Agency). Alguien de dentro se puso en contacto con él y le dijo que estaban espiando su correo, proporcionándole como prueba ejemplos que sólo el propio Tucker conocía.


En estrecha relación con lo anterior, Tucker Carlson también se ha distinguido por su reiterada oposición al complejo militar-industrial, retomando la expresión que hizo célebre Eisenhower en su discurso de despedida o D.C. War Machine como él la llama en otras ocasiones. Tal como ha explicado en diversas entrevistas es una espina clavada en su conciencia el haber apoyado la guerra de Iraq en 2003 —el hecho del que más se arrepiente de su carrera— y desde entonces denuncia incansablemente el intervencionismo militar estadounidense en el mundo, ya se trate de Siria, Irán, Libia, Taiwán, Afganistán o Ucrania. De él condena el terrible coste humano que supone, así como el coste económico para los bolsillos estadounidenses de tal política exterior, la amenaza de una escalada que desemboque en una guerra nuclear y también lo absurda que resulta la pretensión de imponer las neurosis culturales estadounidenses a todo el planeta, como en esta memorable intervención en torno a la difusión de la ideología de género en Afganistán durante la ocupación americana. Como efecto colateral de lo anterior, ya en clave de política interna, considera ese estado de guerra permanente una grave amenaza para la democracia pues exige conformidad de la población y tilda de traición cualquier opinión discrepante.   


Otro objetivo frecuente de los dardos de nuestro protagonista ha sido el Foro Económico Mundial y sus reuniones en Davos, al que reprocha destruir la economía mundial mediante la imposición de una agenda climática y ser una conjura de élites decadentes contra el ciudadano corriente. En relación con lo anterior, también se opone frontalmente a las monedas digitales y la supresión del dinero en efectivo por lo que tendrían de herramientas de control social. 


Por supuesto, a lo largo de este breve repaso no podemos dejar de lado una línea editorial fundamental de Carlson en su informativo: la denuncia de las ideas progresistas o woke segregadas por los campus americanos, que terminan extendiéndose en metástasis a todos los ámbitos de la sociedad. Empezando por la Teoría Crítica Racial, doctrina que orbita en torno a la existencia de un racismo estructural y un privilegio del que acusar a toda persona de raza blanca (independientemente de sus ingresos o circunstancias vitales) que se ha convertido en materia de enseñanza en los colegios estadounidenses pese a la oposición de muchos padres, quienes han tenido en su programa un espacio para hacerse escuchar. La inmigración es otro asunto recurrente en sus reflexiones, lo que ha generado en ocasiones una notable polémica que llevó a algunas compañías a declinar anunciarse en su programa, como contaba aquí una emisora rival. Su tesis fundamental al respecto es que abrir las fronteras a la inmigración masiva supone socavar la democracia, dado que los gobernantes ya no tendrían que convencer y servir a sus ciudadanos sino que pueden importar otros nuevos a los que mantendrán como voto cautivo mediante subsidios. La pérdida de su mayoría en Estados tradicionalmente republicanos sujetos a una fuerte presión migratoria parece avalar esta idea. Precisamente en relación a los países hispanoamericanos de los que suelen provenir, Tucker como fiel heredero de la tradición anglosajona ha expresado en alguna ocasión opiniones leyendanegristas anti-españolas demostrando así que el mejor escriba tiene un borrón.


Sobre el feminismo cabe resumir que no es partidario y hace apenas un mes lo daba ya por muerto debido a haber incluido en su seno al movimiento transexual. Lo que nos lleva a un episodio particularmente perturbador en el que nuestro protagonista ejerció de Casandra. El pasado mes de marzo dedicó un espacio al activismo trans en el que recogió ejemplos de cómo está inmerso en una espiral de fanatismo y paranoia por el que cree legítimo el uso de las armas para reivindicar los llamados «derechos trans». Esta fue su conclusión: «Lo que estamos viendo aquí es un estado de histeria política, miedo alimentado a propósito con el fin de tener a gente en un estado de agitación, a gente armada ¿Cómo creéis que terminará eso?». Tres días después en Tennessee —un Estado que recientemente había legislado contra los espectáculos de drag queens en público y los tratamientos de cambio de sexo en menores— una terrorista transexual acudió a su antiguo colegio y asesinó a tiros a seis personas. El manifiesto en el que reivindicaba el atentado aún no se ha hecho público por las autoridades. 


¿Qué conclusión cabe extraer de todo lo que hemos visto hasta ahora? Parece claro que estamos ante alguien que no ha tenido miedo a pisar charcos a la hora de intervenir en el debate público, que sostenía la —a ojos españoles— extravagante creencia de que el periodismo no debía estar al servicio del poder sino de los ciudadanos y que, en definitiva, enfadó a muchas personas con influencia que han respirado aliviadas al ver que al menos de momento se lo han quitado de en medio. Como en el Orient Express, los pasajeros conjurados han dado cada uno una puñalada y aún no sabemos cuál fue exactamente la que lo mató. En cualquier caso, los periodistas que lo tildaron con esos calificativos tan poco amables que veíamos al comienzo podrán estar tranquilos sabiendo que a ellos esto nunca les va a pasar. 


No podemos concluir sin enlazar esta donde aporta las claves de su carrera profesional: cierta suerte inicial que lo enfiló en el buen camino y su profunda convicción moral, intelectual y religiosa en la libertad de expresión y de conciencia. Admira incondicionalmente a todos aquellos que en busca de la verdad son capaces de alzarse contra la corriente hegemónica y disentir por incómodo o incluso peligroso que eso pueda ser y él, a su manera, ha tratado de hacer lo mismo. Ahora quedamos expectantes sobre cuáles serán sus futuros movimientos, hay quien lo ve dando el salto a la política…

 

Leer en La Gaceta de la Iberosfera