Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Con la nueva ley de memoria democrática, concepto extrañísimo que obliga a recordar algo nunca visto en España, el personaje Villarejo quedará, en vez de como un mito de nuestra democracia (“la democracia también se defiende desde las cloacas del Estado”, dijo famosamente Gonzalón, nuestro Lincoln), como un maestro de periodistas: todo el periodismo top pasa por la “fonera” del guardia, que es el Estado, y que acuña un decir fundante, “la moscarda”, palabra como del Cobarruvias convertida en el Gregorio Samsa de la Santa Transición: la democracia es ese vendedor de lonas que un día se levanta y es una moscarda por la corrupción de todos con el pretexto de la concordia, como en el Directorio de Barras.
La “memoria democrática” de “nuestra democracia” ya no debería estar a cargo de Paul Preston, que hace tiempo que dio cuenta, y sin gracia (¡Rabelais sólo hubo uno!), de toda la gastronomía española, sino de Ginés Morata, un señor de Almería a quien los bedeles llaman el Señor de las Moscas porque lleva una vida entera dedicada a la observación estatal de la “drosophilla”, o mosca de la fruta, que, fuera del ámbito científico del organismo creado por el padre Albareda, tampoco será muy diferente de la moscarda, o mosca de la vaca, el Gregorio Samsa de la democracia que nos ocupa.
–Quien tenga razón sólo unos años antes de tiempo no lleva razón. Quien arroje luz sobre un asunto que debe permanecer oculto es un traidor. Quien analiza la revolución es un reaccionario. Pero quien analiza a los revolucionarios es un cerdo contrarrevolucionario. Eso está claro, mi buen don Capisco.
El tal don Capisco señaló el punto central de la construcción hobbesiana del Estado en la relación entre protección y obediencia: si cesa la protección, falla la obediencia.
Contra Strayer, el medievalista de Princenton y hombre de la Cia, que defendía el nacimiento natural del Estado, Tilly, que era de Chicago, explicó el éxito europeo del Estado-Nación por su mayor capacidad para extraer recursos de la población local: sus impulsores construyeron el aparato capaz de extraer eficazmente de la población los recursos necesarios y de contener los esfuerzos de esa población por resistirse a esa extracción de recursos; resistencia “popular, profunda, frecuente y violenta”.
En el 85, Tilly tituló un artículo “Guerra y construcción del Estado como crimen organizado”, y proponía la analogía del “impuesto revolucionario” para entender la formación del Estado occidental: “La afirmación de que los Estados nacientes ofrecían a sus ciudadanos protección contra la violencia ignora el hecho de que el Estado mismo creaba la amenaza, y luego cobraba a sus ciudadanos por reducirla”. En resumen:
–El retrato de unos hombres que hacen la guerra y el Estado como empresarios que buscan sus propios intereses y los imponen por la fuerza se parece bastante más a los hechos que sus alternativas: el contrato social, etcétera.
Con el “Estado Compuesto”, los españoles seremos moscardas de un verano.
Julio, 2022