jueves, 7 de enero de 2021

Sin público, no es Copa


 Real Zaragoza:

Casuco, Morgado, Amorrotu, Pérez Aguerri, Camús y VITALLER

 Señor, "Pichi" Alonso, Güerri, Amarilla y Valdano

 

Francisco Javier Gómez Izquierdo


        Si usted tiene más de 50 años, nació en pequeña aldea y jugaba más o menos al fútbol es muy probable que haya disputado en las fiestas mayores un partido de rivalidad a vida o muerte contra el equipo del pueblo más grande de su comarca. Lo de más grande hacía que la derrota no pareciera afrentosa y la victoria fuera celebrada como la conquista de las Galias en un tiempo de malos latines, pueblerinos orgullos y torpes entusiasmos.
     

La Copa a un partido era como ese Moncalvillo-Palacios de la Sierra o el Canicosa-Quintanar que en El Plantío transformaba a nuestro Burgos de 2ªB contra un Zaragoza pinturero en Primera donde el héroe era el portero maño Vitaller bajo una ventisca de nieve sobrecogedora o aquel Granada que nos descubrió a un Izcoa tan vacilón como infranqueable. En Córdoba, como en Burgos, Toledo o Soria hemos tenido las mismas sensaciones adolescentes cuando nos sabemos Davides ante Goliats. Hará unos 20 años, mi tierno infante, en eliminatoria ante el Betis, con 5 o 6 abriles, me confesó nada más entrar al estadio que le hormigueaba la tripa. "¿Te encuentras mal?" "No, no. Me gusta".
    

La Copa a un partido no tiene sentido sin espectadores. El chico contra el grande es garantía de hacer caja, es una oportunidad para que el niño y el hincha de pueblo o provincia vea a Messi y Ronaldo hoy o a Iríbar y Cruyff ayer. La Copa es una noche mágica e inolvidable donde todos los vecinos de Novelda o Alcorcón, ajenos muchos de ellos al mundo del fútbol,  duermen eufóricos por tumbar al filisteo.
     

La dispar y disparatada reglamentación autonómica en esta peste de la China permite muy pocos o ningún espectador en los campos modestos de 2ªB y así la Copa transcurre sin el más importante componente de la competición: el público. Ese público que hubiera gozado viendo caer al Atleti en Cornellá pero en el campo del Español o al Getafe en El Arcángel de Córdoba.
     

No estuve en la gesta contra el Getafe porque la selección de aficionados para asistir a El Arcángel es descorazonadora para sujetos tan poco amigos de las redes sociales como un servidor. De principio se admitían los 400 de cada partido. Como quiera que prefiero ver al equipo en Liga en directo -aún no me ha tocado- no quise participar en el sorteo, pero la Junta de Andalucía consintió en que podíamos asistir 2.500 el día antes del encuentro. Casi seguro me hubiera tocado, pero si eres "agraciado" tienes que ir a retirar una entrada con tu nombre, llevar una declaración jurada que diga que no tienes COVID y por supuesto guardar una cola de horas. Luego está el protocolo para entrar al partido: una hora mínimo antes de empezar y acatar las indicaciones del personal al término del encuentro que puede alargar la salida otra hora u otras dos. Eso no es ir al fútbol. Eso más parece una visita a Alcalá Meco que una fiesta del fútbol.
     

Por eso lo de ayer del Atleti, aunque se vista como descalabro colchonero, pudiera ser que a la larga resulte más rentable y provechoso que si te elimina el Barça, un poner, en cuartos.
     

¡Ah! Puede que sucumba y participe en el sorteo para dieciseisavos en la que casi seguro tocará un grande, aunque más me gustaría poder asistir a la semifinal Real Sociedad-Barça de esa Supercopa que ha gafado don Rubiales.  Estoy indagando el modo de entrar, pero creo que el fútbol profesional tiene vedado del todo lo que da sustancia al fútbol: el aficionado.