lunes, 25 de enero de 2021

Antonio García-Trevijano: "En España el estado de ánimo es el del orleanismo, que no tuvo otro objeto que el reparto del botín"


Diario 16, 30 de Noviembre de 1993


A Hughes

GRANDES ABOGADOS

ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO

[Ganó la sentencia del “Madrid” y creyó en la III República. Estudia la lógica del poder, lucha contra la confusión y sueña con la democracia. Ama las novelas de Dostoyevski, el teatro de Shakespeare e Ibsen y la pintura impresionista]

“VIVIMOS COMO EN LA MONARQUÍA DE LUIS FELIPE DE ORLÉANS”


Ignacio Ruiz Quintano

Cuando Rousseau, al comienzo de sus “Confesiones”, decía que se creía un romano, estaba expresando su devoción republicana al estilo de la de Catón, al que César, de creer a los historiadores, persiguió con aquel profundo rencor que sienten de ordinario los políticos de acción contra sus adversarios en el terreno de la idea, adversarios que, según esos historiadores, son tan peligrosos como imposible es el alcanzarlos.

César –el Poder– y Catón –el Derecho– representan el último acto de la guerra civil. De Catón, la leyenda refiere que, arrinconado en Utica, el asilo postrero de la República, y cerciorado de que ya no podía ser útil, se retiró a su dormitorio, leyó el “Fedón” y se atravesó el pecho con la espada, actitud que inspiraría el verso más celebrado de la “Farsalia” –“la causa de los vencedores plugo a los dioses, pero la de los vencidos, a Catón”–, que suele invocarse para ilustrar el hecho de que un hombre puede tener razón frente a todo el universo, como vendría a ser el caso, entre nosotros, del abogado Antonio García-Trevijano, cuya causa, la ruptura democrática, habría sido vencida por la causa de la reforma franquista.

UNA TEORÍA PASIONAL DEL ESTADO

Diecisiete años después de la batalla –o de la grande polvareda donde perdimos a Don Beltrane–, Antonio García-Trevijano, despojado ya de aquel Tom Paine que hacía las veces de seudónimo y homenaje, vuelve a la vida pública como publicista ilustrado de la democracia en los periódicos, en las conferencias y, bien pronto, en los libros.

Hablo y escribo contra la confusión, y la consecuencia de mis apariciones en TV, hasta que las cortaron, y de mis artículos en la Prensa es que cada día me llaman más para dar conferencias en las universidades y en los colegios mayores, que son los ambientes más abiertos. También espero publicar una teoría pasional del Estado que estoy escribiendo contra las teorías jurídica y metafísica de siempre, que no me convencen. El origen del Estado está en la necesidad de distribuir el agua, porque, cuando llueve, llueve para todos, pero, cuando no, el agua es para el que tiene el poder. La teoría hidráulica del Estado es más comprensible que la teoría contractualista. Lo que pasa es que Hobbes, que nació antes de tiempo por el pánico que su madre tenía a la Armada Invencible, vivió obsesionado por la guerra civil.

Si la obsesión en la vida de Hobbes fue la guerra civil, la obsesión en la vida de García-Trevijano es la confusión: vivimos donde la confusión ha hecho su obra maestra, dice Shakespeare para describir el momento en que la ambición de Macbeth asesina al dormido rey Duncan. Y en un país donde los cambios de régimen nunca han sido en rigor más que un cambio del nombre del régimen, no deja de ser sorprendente que haya alguien a quien preocupa, más que el nombre de las cosas, que las cosas respondan al nombre que se les da, comenzando por la primera línea de la Constitución –“España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho”…–, donde, a la luz del sentido común, no cabrían más disparates en menos palabras:

LOS BANQUEROS POLÍTICOS

Pero ¿es que puede concebirse un Estado que no sea social? ¿Existe algún Estado que no sea de Derecho? Salvo el de Atila o el de Gengis Kan, y estaría por ver, yo no conozco ninguno. Otra cosa sería si se dijera Estado de Derechos, en plural, pero no es el caso, claro. En cuanto a lo de Estado democrático, lo niego, porque la Constitución no es democrática, ya que no hay división de poderes. Así que, con eso del impulso democrático, ¿qué es lo que se pretende impulsar?

Quizás la legitimidad, que, bien mirado, antes que un atributo del Estado, es un estado de ánimo de los ciudadanos.

–En España, hoy, ese estado de ánimo es el mismo que el de la monarquía de Luis Felipe entre los años 30 y 40. O sea, el orleanismo, que nace del golpe contra Carlos X. El duque de de Orléans estaba escondido en el jardín cuando fueron a buscarlo para llevarlo al trono. Hay otro paralelismo: en el orleanismo aparecen los banqueros metidos a políticos, como Laffitte.

EL REPARTO DEL BOTÍN

(En la proclama orleanista elaborada por el periodista Thiers y pagada y financiada por el financista Laffitte antes de sacar del jardín al duque de Orléans –“faute de mieux, crainte de pis”: a falta de nada mejor, y por temor a algo peor– se explicaba que la república “nos expondría a terribles divisiones, arruinaría nuestras relaciones con Europa” y se anunciaba que “el duque de Orléans es un rey-ciudadano”. El orleanismo nació con la Revolución de Julio y no tuvo otro objetivo que el reparto del botín: para De Tocqueville, “las clases medias se atrincheraron en todos los cargos, aumentaron enormemente el número de esos puestos y se acostumbraron a vivir de los fondos públicos casi tanto como de sus propios esfuerzos”; para Sainte-Beuve, menos diestro en el eufemismo, “los corruptos de diez regímenes unieron sus fuerzas con los disipados de la víspera, con los afiebrados trepadores y los fatigados intrusos, para formar una verdadera escoria sobre la faz de la tierra”.)

–¿Cómo acabará esto? Hombre, el orleanismo dio lugar a la Revolución del 48. Y vino la República. ¡Ojalá!

Mientras, la cosa es que los españo0les todavía andamos con la democracia como decía Quevedo que andábamos con las mujeres: ayunos de lo que es y ahítos de lo que lo parece.

CLASE INTELECTUAL, CLASE ESTATAL

Estas frustraciones históricas son características de países pobres acostumbrados a vivir del Estado, lo que crea una mentalidad estatal. En España, las clases intelectuales son clases estatales, incapaces, por tanto, de elaborar una teoría del Estado. Aquí no hubo Ilustración. Y, a diferencia de Italia, tampoco hemos tenido pensadores. Italia ha dado al pensador moderno más original, que es Gramsci. Nosotros, en cambio, sólo hemos dado propagandistas. Tenemos la misma lógica del poder que las pandillas del colegio, con las mismas tácticas. Lo que pasa es que al que tiene el poder se le atribuye una gran inteligencia. Padecemos la rutina del poder, que tiene una tremenda fuerza, y así es muy difícil ser innovador. ¿Azaña? Azaña tuvo talento literario, pero no político: nunca entendió, políticamente, los movimientos de masas. Luego está la izquierda, que cree que el poder es sustantivo: habla del “aparato del poder”, cuando el poder no es más que una relación mando-obediencia. El poder no está en la pistola: la pistola necesita que haya alguien que la empuñe y que enfrente haya alguien que no tiene pistola.

En el fondo, toda nuestra herencia intelectual sobre el poder debe de reducirse, oficialmente, a la creencia de que el Poder crea el Derecho, lema básico, por lo demás, de todos los golpes de Estado, y críticamente, a un chascarrillo de lord Acton –el poder corrompe; el poder absoluto corrompe absolutamente– y a una figura retórica de Ossorio y Gallardo: “En la vida política, hasta la verdad es mentira; en la forense, hasta la mentira es verdad”.

Mi vocación era la justicia, y me hice abogado. Pero la realidad era el franquismo, un juego de intereses económicos injustos que me llevaron al estudio de la economía, y de la economía a la política, y de la política, a la historia, y de la historia, a la antropología. El pleito que más me marcó fue el del diario “Madrid”, cuya sentencia gané.


Antonio García-Trevijano con Morante de la Puebla en Las Ventas