sábado, 31 de octubre de 2020

Retrato de un hombre de pie

 

Abc, 30 de Mayo de 2001


Ignacio Ruiz Quintano

Así tituló Madariaga su teoría de la vaca y el árbol, que es, por la tangente, una teología de la liberación, geométrica y primordial, dispensadora de inmortalidad. Cuestión no de moral, que quiere decir costumbre —la manera de ser del rebaño—, sino de actitud: la de la vaca y la del árbol, lo horizontal y lo vertical. Frente a la placidez de la vaca móvil, la vivacidad del árbol inmóvil. Madariaga asistía al nacimiento de una época en que las fuerzas horizontales ejercen sobre las verticales una  presión excepcional: «Por doquier lo horizontal, la cantidad, triunfa sobre lo vertical, la calidad.» Y el hombre de pie de Madariaga es una síntesis de árbol y vaca, el espíritu del árbol en el cuerpo de la vaca.

Tenemos que el árbol y la vaca, la vertical y la horizontal —la soledad y la multitud—, son las dos coordenadas de la vida del hombre. Pero el reino animal no logró su única especie vertical hasta que al hombre le dio por enarbolarse: su orientación delante-atrás pasó a ser una polarización abajo-arriba. Y, con el tiempo, «Alteza» fue un tratamiento de príncipes.

Para el animal horizontal, una dirección vale otra: sólo ve patas. Es al erguirse cuando se da cuenta de que la dirección de abajo arriba es única y privilegiada, con dos nuevas perspectivas: otra escala de valores y, con ella, él infinito. Porque la distancia horizontal carece de sentido humano, precisamente el único sentido que tiene la distancia vertical, que incita a un anhelo ascendente, condenado a perpetua insatisfacción: ambición, ansia de perfección, heroísmo, conocimiento, dominio, rebelión... Napoleón, desde lo alto, hizo la observación más fina: «Para volver de la tragedia a la comedia, no hay más que sentarse.»

En último término, ¿qué es lo que se mide con la admiración y lo que se imprime en la historia humana, sino la grandeza, la «altura», la talla del anhelo vertical? El gran arte es vertical: una fuerza que recoge todos los planos y los concentra en una emoción inteligente. Eso sí: si no hay emoción, no hay obra; si no hay transmisión, no hay arte. Arte, así, es la facultad de dominar cierto orden de «materia» para someterla al servicio del espíritu. La «materia» del torero, por ejemplo, es el peligro: sólo la muerte impone el retorno a lo horizontal.

Con arreglo al «principio de plenitud», todas las posibilidades han de ser llevadas a cabo, y el toreo, en  primer lugar, es una síntesis de arte y vida, puesto que lo que representa sucede: «El drama siempre renovado del árbol móvil y de la vaca fiera, en el que el árbol móvil mata a la vaca alzándose sobre ella de toda la altura de su inteligencia, de su voluntad y de su sensibilidad de artista.» Así es el toreo en el «Retrato de un hombre de pie». Total, que ser valiente no basta para ser torero, como tener pincel y colores no bastan para ser pintor: el valor estético surge del dolor —el dolor de renunciar a placeres más cómodos en favor de otros más difíciles—, y hay que ser capaz de trascender al conjunto hombre-toro.

A Madariaga, que concibió su teoría durante sus paseos dominicales por la campiña de Oxford, lo de llamar «John Bull», Juan Toro, al pueblo inglés no le parecía ninguna  fantasía. Los ingleses, nos dice, son vacas, vacas felices en posición horizontal y en el seno de la naturaleza. Vacas, por cierto, que nunca tendrán el gusanillo de los toros, con su caldo de sol y enjundia y ese runrún de lidia que hay en Madrid.

Al predominio inglés de la vaca opuso Madariaga el predominio español del árbol. El impulso horizontal transmite la tradición, pero el impulso vertical la renueva. Este impulso constante hacia la elevación era lo que los psicoanalistas llamaban «sublimación». ¡Ser sublimes sin interrupción! El secreto del «Retrato de un hombre de pie». Puede que ese hombre, hoy, sea José Tomás: «Una irrupción victoriosa de síntesis vertical en el campo de los analistas horizontales.» Secta de un solo miembro. Él impone el modelo y los límites de lo vertical. Pero ¿dónde están sus límites?

 


Salvador de Madariaga

Tenemos que el árbol y la vaca, la vertical y la horizontal —la soledad y la multitud—, son las dos coordenadas de la vida del hombre. Pero el reino animal no logró su única especie vertical hasta que al hombre le dio por enarbolarse: su orientación delante-atrás pasó a ser una polarización abajo-arriba. Y, con el tiempo, «Alteza» fue un tratamiento de príncipes