viernes, 2 de octubre de 2020

Los sonidos del silencio



Hughes

Abc

La desfachatez pícaro-leninista del Gobierno, su deslealtad a unos principios que no son los suyos y su aplastante dominio mediático dan lugar a cosas como la sucedida estos días con el Rey. Se le retira del acto tradicional de entrega de despachos a los jueces y, horas después, se le hace culpable de la polémica.

El ministro Garzón se reafirmó ayer («cuando uno se sale del carril, hay que denunciarlo»), y recibió el apoyo de la ministra Yolanda Díaz, eufórica siempre a pesar de la ruina caracolera: «Felipe VI debe respetar las instituciones». ¿Una ministra diciendo que el Rey no respeta las instituciones? Como es difícilmente comprensible, nos lo explicó con su habitual condescendencia (el euskoplaining) Aitor Esteban (PNV), estructuralmente insolidario pero ídolo de la izquierda urbana madrileña. Del Rey le molesta el «clamoroso silencio», que contribuye a la «crispación», palabra que, por cierto, es la que usa el párroco de «Patria» cuando le reprocha a Bittori, la viuda del asesinado por ETA, que retorne a su pueblo.

¿Cómo es que un silencio crispa? ¿Acaso no es lo propio de la Casa Real, el silencio?

El silencio crispador del Rey, traducido, significa que cuando se le orilla o aparta, la Casa Real solo tiene dos opciones: guardar un dócil mutismo o salir a apoyar expresamente al Gobierno; y que dentro de estas dos opciones, la primera no les gusta. Deberá procederse a aplaudir al Gobierno.

Esto no es un mensaje dirigido solo a la Corona. Nos afecta a todos: o se está con el Gobierno o se está entusiásticamente con el Gobierno. Si no, se aplicará el protocolo conocido: corrosión de los ministros de Podemos reproducida por retumbantes altavoces mediáticos con mensajes de ligera institucionalidad del PSOE, convertido en organización supraestatal.

Aitor Esteban fue más allá y avisó de que «la arquitectura del Título II (la Corona) no se sostiene». La inviolabilidad, la relativa autonomía de la Institución… todo eso son cosas anticuadas, y no como un régimen foral.

El título II y los demás tiemblan al lado del VIII, el territorial, y mientras llegan los arquitectos (¡la plomada!) nos queda claro el mensaje: el silencio no será suficiente. Habrá que aplaudir.