jueves, 29 de octubre de 2020

Fuego amigo

 

Abc, 23 de Mayo de 2001


Ignacio Ruiz Quintano

La expresión «fuego amigo» fue popularizada por los militares del Pentágono para describir un fenómeno bélico, el de los disparos procedentes de amigos («friendly fire»), causante, por cierto, de casi todas las bajas aliadas durante la guerra del Golfo. Este fenómeno puede ser nuevo en la guerra y para los americanos, pero en la literatura, y para los españoles, no pasa de ser un espectáculo más de la rutina, como descubrió Alberto Guillén con «La linterna de Diógenes».

Guillén era peruano de Arequipa, tierra famosa por sus grandes hombres y por sus borricos: «En Arequipa hay más borricos que grandes hombres. Se lo digo para  que mañana no se disputen mi cuna siete ciudades, como hicieron con Homero Guillén era poeta. Gastaba gafas, bastón y una sortija de ágata en el índice, «el dedo de la voluntad y la fisgonería». Tenía el aspecto de los pájaros que en vez de picar muerden. «Hería su nariz», según Ramón Gómez de la Serna, que lo acogió en Pombo, fascinado por su faz apuñaladora: «Era faz de hombre sanguinario, que ha asistido al sacrificio de los imbéciles en el ara de los sacrificios.»

La obra de Guillen que ahora se reedita es lo que los escritores españoles de 1920, a los que visitó en Madrid, le dijeron confidencialmente. «El cuadro —escribió Azaña— es regocijante y triste a la vez.» Estamos en Madrid. Vende la literatura moral de Ricardo León, pero vende más la literatura inmoral de Joaquín Belda. «A falta de ideas, los españoles nos ofrecen pitillos.» Hierve el ultraísmo. Campan los melenudos, pero campan más los americanistas del ejemplo: «Soy peruano.» «¡Ah! Entonces usted debe de conocer a un tío mío, don Etcétera, que vive en Buenos Aires, ¿verdad?» El Diógenes peruano buscaba a un escritor, y Julio Camba, entrando y saliendo por las conversaciones con su voz ronca de juerguista, hizo de hurón. «¿Dónde anda Unamuno?» «En Salamanca —dice Camba—. Siempre se vuelve allí a coleccionar anécdotas y paradojas. Cuando tiene un repertorio se viene a Madrid. Las cuenta a todos, en todas partes, y cuando todos, absolutamente todos, las saben, regresa a Salamanca, y vuelve a comenzar.» «¿No sabe usted de otros pintorescos?» «Sí, hombre, sí. Puede usted ir  a ver a Grau. Le hará reír mucho. Si usted tiene paciencia, acabará por abrazarlo.»

Jacinto Grau estaba bañándose: «Como usted sabrá, yo soy un genio. Lo que digo yo es: después de Shakespeare, yo. Yo espero el fallo de los siglos. Valle-Inclán es un idiota, porque no quiere leerme. No me importa. Él se hace un mal a sí mismo, desconociéndome, negándome; aunque estoy seguro de que a solas me lee y me admira, y hasta me atrevo a asegurar que... ¡me plagia!» Maeztu: «Grau está en el primer período de Ibsen, cuando nadie lo conocía.» Marquina: «Yo soy periodista. No hay nada más dulce que manejarse un pueblo, que crear una opinión, que hacer corriente, que guiar a una muchedumbre. ¿Ortega y Gasset? Otro que quiere ser profundo a fuerza de ser oscuro.» Palacio Valdés: «A ninguno se le ha traducido como a mí. Después de Cervantes, a mí. ¿Qué va usted a hacer, hombre de Dios? No apunte esas cosas... ¿Que no hay novelistas en  España? Hombre, tanto como eso no. Tiene usted a Cervantes. Me tiene usted a mí. Le voy a regalar una postal. ¿Ve usted? Éste soy yo leyendo mi discurso de la Academia. Éstas son una señoras que me oían de pie. No ha habido sesión más concurrida, según me dicen los porteros. No se olvide de decir que a mí me han traducido a todos los idiomas.» Miró: «Somos pobres. Tenemos poco pan y nos parece que lo que concedemos a otro nos lo quitamos de la boca.» Pérez de Ayala: «Somos como comadres que vivimos de la vida ajena a falta de la propia. Murmurando. Ensayando el palillo de dientes en el  nombre del  amigo. Dando mordisquitos de ratón en...»

Cien años después, han cambiado los nombres, mas no los arquetipos, que ramonean, además, el patrocinio del Estado. ¿Qué significan, si no, los veinte mil millones de inversión en un Plan de Fomento de la Lectura?

 

Alberto Guillén

Jacinto Grau estaba bañándose: «Como usted sabrá, yo soy un genio. Lo que digo yo es: después de Shakespeare, yo. Yo espero el fallo de los siglos. Valle-Inclán es un idiota, porque no quiere leerme. No me importa. Él se hace un mal a sí mismo, desconociéndome, negándome; aunque estoy seguro de que a solas me lee y me admira, y hasta me atrevo a asegurar que... ¡me plagia!»