jueves, 5 de marzo de 2015

Impropio Osasuna

 Osasuna 87
Roberto, Unzúe, Vicuña, Ciganda, De Luis, Rípodas, Pepín, Zabalza (entrenador)
 Ayudante, Goicoechea, Martín Glez. Roinson, Ibáñez, Castañeda, Bustingorri, Aytes.
 Lekumberri, Sabido, Martín Monreal, Arozarena, Mel, Sola, Pérez Venegas, Sarabia, Lee

Francisco Javier Gómez Izquierdo

      Toca contemplar de nuevo la lucha por la conquista de la Copa del Rey de España por dos clubes cuyas aficiones desprecian lo que ansían y un año más tendremos que avergonzarnos de afrentas enloquecidas venidas de algunas gentes ancladas en un papanatismo de esquizofrénicos enquistamientos. El Barça y el Athletic merecen una final que sus hinchas dedican al engrandecimiento del independentismo y que sus futbolistas disputarán -la verdad es que la cosa pinta muy favorable para el Barça- como si en la batalla les fuera el honor de Su Señor. No dejan de ser curiosas estas finales del fútbol español en las que vascos y catalanes dan lo mejor de sí mismos en presencia de Su Majestad, hasta llegar a las manos si hiciera falta. Inolvidables Maradona, Clos y Migueli practicando Kung-Fu en el 84.

    No. No me han llamado la atención las semifinales de Copa del Rey, previsibles y modorronas, sino la caída en desgracia de uno de mis equipos, Osasuna, del que fui abonado y seguidor en unos años en los que ser de Osasuna era un honor. Presidía el club Fermín Ezcurra, un señor comedido y de una sensatez extravagante en una época de ruina futbolística para todos los clubes menos para  Osasuna. A mediados de los 80 el gobierno de España  repartió millones de pesetas a los presidentes -todos- que habían sido manirrotos e irresponsables, con el “conque” del Mundial 82..., menos a Fermín Ezcurra, por haber actuado conforme a Derecho y como Dios manda y haber declinado empeñarse en gastos faraónicos. Como es corriente en España, se premió la picaresca y se penó a las personas responsables y de buen juicio.

      No recuerdo si fue en el 86, 87 ú 88, el presidente del Cádiz, Ramón Irigoyen,  que mandaba mucho en la FEF, inventó una liguilla final para decidir los descensos y salvar al Cádiz, que dejó descolocado al fútbol español en general y al osasunista en particular, pensándose en Pamplona que a Don Fermín le tomaban por el pito de un sereno. Fueron los buenos años de Osasuna en los que  hasta se jugó la UEFA -la participación en Champions en el 2006 no alcanzó tanta gloria-  con el entrenador Pedro Zabalza, otro caballero de los que ya no quedan, en los que empezaba el extremo Goicoechea, el lateral Bustingorri o el portero Unzúe. El nueve lo llevaba Michael Robinson, que conducía un coche que yo no había visto nunca, y de medio jugaba Javier Aguirre, un mejicano simpaticote que alcanzaría fama como entrenador. Este Javier Aguirre está resultando gafe para los equipos en los que ha prestado servicio y su nombre lo vemos rebotar de sospecha en sospecha, hasta hacernos dudar de tanta casualidad. Personalmente, me escamó un día hace siglos, en el que le oí decir que no le gustaba el fútbol y que era el único modo que tenía de ganar dinero.

       El nombre de Osasuna aparece hoy indigno e ignominioso para vergüenza de aquellos aficionados, uno mismo, que a mediados de los ochenta presumíamos de pertenecer al club más limpio de España, y como en mis conversaciones futbolísticas por el virreinato de Andalucía siempre he puesto el ejemplo del club que fui abonado, como paradigma de las cosas bien hechas, temo que me esperan ratos de mucha guasa. Tengo querencia por los navarros y los malos comportamientos de alguno de los nativos no va a cambiar mi opinión sobre tierra tan noble, pero reconozco que me duelen estas cosas de Osasuna, un equipo del que creía, ingenuo de mí, que solo admitía buenas personas entres sus dirigentes.