Beatriz Manjón
Abc
Lo malo del sexo en la literatura es cuando es solo sexo. Lo dijo José Ovejero y es aplicable a las series. Pero «Masters of sex» (Canal+) es más que sexo y eso que versa sobre los empíricos estudios sexuales de William Masters, diplomacia de pajarita, a lo Inocencio Arias, pero con la concisión discursiva de Merritt Wever, y Virginia Johnson, quien de alguna manera creía lo que Biedma: «Para saber de amor, para aprenderle / haber estado solo es necesario. / Y es necesario en cuatrocientas noches / —con cuatrocientos cuerpos diferentes— / haber hecho el amor». Julio Iglesias precisó tres mil. Mientras, en TVE, Isabel respondía sobre la asiduidad de sus obligaciones maritales: «Con más frecuencia de la que el decoro aconseja». Si le hablaran a la Leti de «QQCCMH» de decoro, diría que es uno del Space. Para Hernán Casciari «las series históricas con sexo son un género en sí mismo y gustan porque nos sentimos prestigiosos al tiempo que vemos desnudos». En «Masters of Sex», cuya ambientación de época recuerda a «Mad Men», también los hay — ningún full frontal de momento, para eso ya está «True Blood» y Paco León— pero es un desnudo aséptico, vestido de electrodos, tan poco estimulante como ver el pene en formol de Rasputín. Nada queda a la imaginación, no como en aquella escena de «Madame Bovary» con el carruaje bamboleándose como un navío y la mano desenguantada. Otra cosa es cuando empiecen a experimentar con sus propios cuerpos. Por ahora seduce más la desnudez emocional de Virginia —fantástica Lizzy Caplan—, su revolucionaria falta de tabúes, y las contradicciones de Masters, que duerme con sus esposa en camas separadas, a lo «I Love Lucy», y evita el contacto visual, como Sonya Cross en «The Bridge». Sesenta años más tarde se siguen fingiendo orgasmos, pero nadie se pregunta por qué. Dice Casciari que gracias a la mirada femenina este tipo de series no cae en lo chabacano, aunque viendo a Michael Sheen con Ulysses, el dildo translúcido inventado por Masters, no pude evitar pensar que con él en las manos de su David Frost Nixon hubiera confesado antes. A partir de ahora, si a su pareja le duele la cabeza, dígale que es en nombre de la ciencia.
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