Curtis Yarvin
«Nomos», como en el gran libro de Carl Schmitt Nomos de la Tierra, es una palabra griega que suele traducirse como «ley». Yo creo que es mejor traducirla por «norma»: las normas de la tierra.
La diferencia entre una ley y una norma es que ningún poder impone una norma. Por ejemplo, lo que entendemos por «Internet» es una norma llamada TCP/IP. Nadie obliga a su ordenador a hablar TCP/IP. Sencillamente no tiene sentido hablar de otra manera.
Internet es hermoso porque no tiene (casi) gobierno central. ¿Con qué criterios deberíamos gobernar la Tierra, que tampoco tiene (casi) gobierno central?
Las normas son bellas porque se imponen por sí mismas sin ley. Y, por supuesto, por definición, no hay ningún poder por encima del poder de los Estados soberanos que pueda imponerles de algún modo una ley positiva; si lo hubiera, no serían soberanos.
Las normas son leyes, sólo que leyes naturales, como la ley de que 2+2=4. Cuando hablamos de ley natural, en contraposición a la ley positiva de un poder supremo, hablamos de una norma que aplicada por todos beneficiaría a todos y cuya desobediencia no tiene incentivo alguno. El protocolo TCP/IP no funcionaría si cualquier nodo de la red tuviera una motivación para desobedecerlo.
Normalmente hablamos de la ley natural de los individuos humanos: las normas ideales para una organización anárquica (por ejemplo, entre náufragos en una isla desierta). El Burning Man puede organizarse casi de esta manera. Burning Man no carece en absoluto de gobierno, ni todos los seres humanos están hechos para ser burners; tampoco se nos irá pronto de la mente la imagen de los parapentistas de Hamás asediando una rave israelí, lobos voladores con ametralladoras para atormentar a estas mansas ovejas humanas. «Paz, amor, unidad, respeto». Dejando aparte a los burners y a otras poblaciones altamente seleccionadas, la mera anarquía no tiene recorrido. Los humanos somos meros chimpancés tuneados y siempre necesitaremos leyes positivas de poder para que nuestra paz esté forjada en hierro. Pero nuestras leyes e instituciones son bienaventuradas cuando no desafían el patrón fundamental de la ley natural que está grabado en piedra por nuestra realidad fisiológica.
Pero entre los Estados también existe una ley natural. Es la ley natural de las naciones, uno de los grandes descubrimientos de la civilización europea en la época clásica. Redescubramos esta Atlántida perdida del nomos, de las normas, e intentemos aplicarla a las noticias nocturnas de esta semana.
Depuración del Derecho internacional
Tenemos mucho «derecho internacional» e «instituciones internacionales». El mundo de 2023 no sólo tiene un nomos: tiene un sistema operativo de gobernanza global.
¿Funciona este sistema operativo? ¿Es buen código? ¿Quién escribió este código, cómo, cuándo, por qué y dónde? Estas son las preguntas básicas de ingeniería que deberíamos hacernos cuando vemos cualquier desastre de gobierno que no parece tener sentido. Comparado con el colapso de un gobierno, el colapso de un puente es un trompazo sin importancia.
Cuando vemos cosas horribles en nuestra pantalla de televisión —úlceras interminables de guerras sin sentido; pifias geopolíticas sin solución—, quizá sea porque el sistema operativo del mundo no funciona bien. No está haciendo su trabajo. O puede que al menos pudiera hacerlo mejor.
¿Por qué no funciona bien este sistema operativo? Una teoría es que el derecho internacional positivo del siglo XXI se ha desviado del derecho natural de las naciones tal y como se entendía en el siglo XVIII.
Una vez que dejamos de creer en las normas en las que fuimos educados, ¿qué hacemos? En primer lugar, debemos eliminar por completo de nuestra mente las normas rotas. En segundo lugar, debemos encontrar y adoptar normas nuevas y mejores.
Dado que la naturaleza del siglo XVIII (personas diferentes que utilizan tecnologías diferentes) es tan diferente de la del siglo XXI, las doctrinas del siglo XVIII necesitarán una actualización. Pero los principios filosóficos fundamentales del derecho natural de gentes nunca cambian y nunca lo harán. ¿Por qué no redescubrirlos? O, al menos, ¿reinventarlos?
Utilicemos una guerra actual —la nueva guerra de Gaza de 2023— como ejemplo de esta idea. Enseguida vemos que esta guerra, una pequeña parte del conflicto árabe-judío en Tierra Santa que ha estado centelleando a lo largo del último siglo, no terminará en paz, amor, unidad o respeto. A John Lennon no le quedará otra que seguir imaginando.
El nomos global del siglo XX y principios del XXI, diseñado por los hombres más eruditos de la época, que profesaban un inagotable deseo de paz, ha fracasado rotundamente en este pequeño rincón de la tierra a la hora de traer la paz. ¿Cómo pudieron equivocarse estos grandes astrólogos?
¿Y cómo podemos librarnos de sus sueños extraños e imposibles y trabajar por un mundo que funcione? En palabras de Paul Kruger, «tomando lo que funcionó en el pasado y utilizándolo para construir el futuro». Empecemos con un ejemplo pequeño y local.
Descerebrados en Gaza
Nací en 1973, el año de la Guerra del Yom Kippur. Cincuenta años después, los judíos de Tierra Santa han vuelto a ser tomados por sorpresa y masacrados. Y de nuevo los judíos contraatacan, recuperan la ventaja y son refrenados por sus amigos extranjeros.
¡Ignora la teoría de la conspiración de que Israel está controlado por los judíos! Israel es como cualquier otro lugar, idiota. Israel está controlado por el Departamento de Estado. De un periódico israelí:
El Secretario de Estado Anthony Blinken se sentó anoche con el gabinete de guerra [israelí] y dictaminó que se hicieran concesiones humanitarias a Gaza.
Blinken permaneció en el cuartel general de las IDF [Ejército Israelí] en la Kirya, en Tel Aviv, y esperó a que el gabinete aprobara sus exigencias. El gabinete discutió la redacción exacta de la decisión durante horas, y en cada ocasión se pasaban borradores entre la sala del gabinete y la habitación de Blinken en la Kirya, a pocos metros de allí.
Aproximadamente a las 3 de la madrugada, llegaron a un acuerdo sobre el texto, que se leyó en inglés en la sala del gabinete. Algunos ministros pidieron que se leyera también en hebreo y alegaron que ciertas palabras podían interpretarse erróneamente. Así pues, los ministros formularon una versión consensuada, que fue trasladada a la sala de Blinken, quien aprobó el borrador.
¡Y luego habrá quien llame imperio a los Estados Unidos! En serio, Jerjes reconocería este procedimiento. Por otra parte, el Secretario Blinken forma parte de la persuasión hebraica, así que…
Blinken, un mocoso globalista/judío internacional como yo, es el mejor amigo de la infancia de Rob Malley, el zar de la política iraní de Biden, hijo del tecermundista literario Simon Malley, que fue el mejor amigo de Yasser Arafat, y que en un paralelismo asombroso con Alger Hiss efectivamente contrató agentes iraníes en el gobierno de Estados Unidos. Irán es el principal patrocinador estatal de Hamás. Así que…
Así que, sobre el papel, Israel se rige por el «orden basado en reglas» del «derecho internacional». ¿Quiénes son los expertos en este orden? Resulta que el Departamento de Estado, al ser tan elitista y todo eso, conoce tan bien las reglas que nunca las rompe. Y por supuesto ¡también puede decirles a los demás cómo no romperlas nunca! Un trabajo duro, pero alguien tiene que hacerlo. La política exterior de EEUU: manteniendo el mundo seguro, pacífico y libre desde 1919, señoras y señores.
Obviamente, el «derecho internacional» y el «orden basado en reglas» de principios del siglo XXI evolucionaron a partir del nomos liberal angloamericano de los siglos XIX y XX. Aunque nuestro nomos actual utiliza el lenguaje diplomático de los siglos XVI, XVII y XVIII, retuerce sutilmente este lenguaje hasta describir un orden unipolar —es decir, un imperio— mientras denigra a su predecesor multipolar calificándolo de «anarquía internacional».
Pero cuando dejamos atrás toda esta verborrea, todo este papel… ¿qué vemos? ¿Qué está pasando aquí? Jerjes reconocería este procedimiento. Pero a uno le da la impresión de que Jerjes al menos elegiría un bando. En el conflicto de Gaza, ¿alguien sabe de qué lado estamos? ¿Hay alguien ahí?
Los Estados Unidos de Michael Vick
¿Qué está ocurriendo realmente en Gaza? ¿Cómo se puede contar la historia de forma sencilla? Una forma de verlo es pensar en perros. En un orden mundial unipolar, el imperio central ama a sus «aliados». O debería. Y usted también quiere a su perro. O debería. Pero…
Una forma de ver la política exterior estadounidense es como un foso de peleas de perros que se hace pasar por una clínica veterinaria. A veces los perros se pelean en el veterinario. Pero en el veterinario, lo normal en una pelea de perros es separarlos. En cualquier contexto en el que separarlos no sea la solución habitual a una pelea de perros, compruebe su GPS. Puede que se encuentre en un foso de peleas de perros.
En el Imperio Americano Global (EAG), o en cualquier orden unipolar, todos los conflictos pueden clasificarse en cuatro tipos de peleas de perros:
1. Peleas de perros en las que Estados Unidos no tiene ningún perro.
2. Peleas de perros en las que Estados Unidos tiene un perro.
3. Peleas de perros en las que Estados Unidos tiene dos perros.
4. Peleas de perros en las que Estados Unidos salta personalmente al foso.
Esta sencilla teoría puede ayudarle a comprender todo tipo de relaciones internacionales. Por ejemplo, el actual conflicto entre Azerbaiyán y Armenia (vea más abajo) es un conflicto de tipo 1. La actual guerra de Ucrania es un conflicto de tipo 2. La guerra de Vietnam fue un conflicto de tipo 4.
Se verá fácilmente que la guerra de Gaza es una guerra de tipo 3. Nuestras guerras de tipo 3 son las peores, por razones obvias. Al menos las guerras de tipo 4 terminan rápidamente (o solían hacerlo, je je).
Prenderle fuego
¿Qué ha pasado aquí? ¿Por qué tenemos dos perros en la misma pelea? ¿Cómo hemos pasado del orden internacional basado en reglas al nomos de Bad Newz Kennels? ¿El propósito de la política exterior de EE.UU. consiste únicamente en generar porno de tanques y películas snuff rodadas con GoPro?
¿Cuál es la política exterior estadounidense? ¿Cuál debería ser, suponiendo un orden unipolar en el que Estados Unidos sea al menos el primero entre iguales en fuerza económica y militar? ¿Hacia dónde debemos ir? ¿Dónde estamos? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo llegar hasta allí?
Estas preguntas ya fueron respondidas en 1850 por Thomas Carlyle, quien escribió sobre el Ministerio de Asuntos Exteriores británico —el corazón del orden mundial del siglo XIX — que sólo existía «una reforma posible para el Ministerio de Asuntos Exteriores: prenderle fuego». Esto no se hizo.
En 1914, la diplomacia inglesa había apilado el polvorín que incendió el mundo victoriano: una teoría de la gran estrategia cuya base factual estaba constituida en su mayor parte por preocupaciones abstractas sobre proyecciones de la capacidad industrial alemana, etcétera. Tal vez tuvieran razón y todos hubiéramos llevado cascos con pinchos. Pero en cualquier caso, en 1914, el Ministerio de Asuntos Exteriores quería sin duda una guerra —y sin duda hicieron todo lo que pudieron para conseguirla— y sin duda consiguieron una. Y la ganaron.
Y aunque, gracias a las deudas que contrajeron, Gran Bretaña perdió propiamente su supremacía unipolar, y el centro del orden angloamericano se trasladó a Washington después de 1918, las tradiciones y normas de la diplomacia angloamericana han permanecido intactas, aunque por supuesto cambiantes, hasta nuestros días. Cuando hablamos de relaciones internacionales, pensamos en el lenguaje de la tradición angloamericana.
Desde los primeros días del movimiento de arbitraje internacional del siglo XIX, el impulso de esta tradición ha sido abandonar la ley natural de las naciones, un sistema de normas multipolares entre iguales, y sustituirlo por una ley positiva del poder. Este derecho positivo entra en vigor mediante «alianzas» de la potencia unipolar angloamericana con sus leales Estados clientes.
En 1914, por ejemplo, a Alemania se le presentó una disyuntiva diplomática: o bien entrar en guerra para preservar su soberanía, o bien aceptar que la disputa entre Austria y Serbia (siendo el régimen serbio claramente culpable de complicidad en el asesinato del heredero austriaco al trono) fuera juzgada por Inglaterra, a la manera del Secretario Blinken, mediante su método preferido de «arbitraje internacional».
Austria era cliente de Alemania. Serbia, que entonces se deletreaba «Servia» —fue literalmente rebautizada «valiente Serbia» durante la guerra porque «Servia» recordaba demasiado a «servil»— era cliente de Rusia, que era cliente de Francia, que era cliente de Inglaterra. Aceptar que debes ser juzgado por tus enemigos es rendirse a tus enemigos.
En el antiguo nomos de la tierra —las normas a las que todavía se aferraba la diplomacia alemana, un siglo después de Waterloo—, el derecho a hacer la guerra era el derecho más fundamental de un Estado soberano. En el nuevo nomos, hacer la guerra —sin la aprobación del Departamento de Estado, por supuesto— es fundamentalmente un crimen. Una violación de los derechos humanos.
Supuestamente, nos preocupamos mucho por la paz y los derechos humanos. Si nos importaran de verdad, podríamos preguntarnos: ¿está funcionando todo esto? ¿Funciona para los no estadounidenses? ¿Funciona para los estadounidenses? ¿Funciona para alguien? ¿Está logrando un altruismo eficaz?
El viejo y el nuevo camino
Si tener dos perros en la misma pelea—mientras rondamos cerca del foso, amenazando con saltar nosotros mismos— es la reductio ad absurdum de la política exterior unipolar, ¿cuál es la política exterior adecuada de un Estado soberano que es fuerte o totalmente supremo?
En mi opinión, Carlyle también acertó en eso:
Nuestro interés inglés en [cualquier] controversia, por muy grande que sea, es bastante insignificante; sólo tenemos algo que decir al respecto:
«Rabien y alboroten todo lo que quieran, malditos huérfanos y despojos; luchen y contiendan como mejor les parezca, y macháquense unos a otros hasta la aniquilación a su gusto. Nosotros, gracias a nuestros heroicos antepasados, habiendo avanzado tanto por delante de ustedes, ahora no tenemos ningún interés en absoluto en ese enorme conflicto, lúgubre pero inevitable. Nuestro dictamen concluyente es que en ese caso los muertos deben enterrar a sus muertos: y así tenemos el honor de ser, con distinguida consideración, sus enteramente devotos,
–FLIMNAP, SEC. DEPARTAMENTO DE ASUNTOS EXTERIORES».
Realmente creo que Flimnap, hasta que lleguen tiempos mejores, debería tratar gran parte de su trabajo de esta manera: cauteloso [para no] ofender a sus vecinos; decidido a no involucrarse en cualesquiera de sus operaciones de autoaniquilación.
Alexander Hamilton, escribiendo para George Washington, lo expresó de forma más sucinta:
La gran regla de conducta para nosotros con respecto a las naciones extranjeras es, al extender nuestras relaciones comerciales, tener con ellas la menor conexión política posible.
John Quincy Adams, escribiendo para James Monroe, lo dijo de nuevo:
Nuestra política con respecto a Europa, que fue adoptada en una etapa temprana de las guerras que durante tanto tiempo han agitado esa parte del globo, sigue siendo, sin embargo, la misma, que consiste en no interferir en los asuntos internos de ninguna de sus potencias; considerar al gobierno de facto como el gobierno legítimo para nosotros; cultivar relaciones amistosas con él, y preservar esas relaciones mediante una política franca, firme y viril, satisfaciendo en todos los casos las justas reclamaciones de cada potencia, sin someternos a las injurias de ninguna.
Hasta Gene Roddenberry puso su granito de arena con una política exterior interestelar de Flimnap, con la Orden General 1, también conocida como la «Directiva Primaria»:
Ninguna nave estelar puede interferir en el desarrollo normal de cualquier forma de vida o sociedad alienígena.
En la era de Elon Musk, la «Directiva Primaria» empieza a sonar casi literal. Pero cuando Alexander Hamilton está de acuerdo con Gene Roddenberry, ¿qué podría ser más americano? ¿Cuál es la política exterior de Flimnap? No es otra que el viejo nomos de la tierra: el viejo orden de Westfalia, tal y como lo elaboraron escritores desde Grocio a Vattel. Pasado, presente y futuro pueden darse la mano en la ley natural de las naciones.
Pero a menos que tomemos este supuesto aislacionismo como la política exterior tradicional estadounidense, hay un lado más oscuro en la historia de Estados Unidos.
Porque podemos leer estas exhortaciones no como una afirmación de buenas ideas que son obvias para los estadounidenses, sino como un rechazo de ideas terribles que siguen sucediéndose entre los estadounidenses.
Hamilton y Adams, por no hablar de Roddenberry, son como borrachos hablando de lo horrible que es la bebida. Y como borrachos, como americanos, deberían estar al tanto de ello. Y no hay nada más americano que el imperialismo misionero. Los británicos lo inventaron, pero nosotros lo perfeccionamos.
Desde el ciudadano Genêt en 1793 hasta la guerra de Gaza de 2023, los estadounidenses siguen volviéndose adictos a la heroína de la política exterior. Nosotros siempre hemos estado colocados con nuestras propias provisiones. Para nosotros, es un vicio casi inofensivo. Pero para el resto del mundo, el opio político estadounidense es una droga mortal. A los consumidores les encanta: pregunten a los ucranianos. Te presentarán sus muertes, amputaciones, etc., con el loco regocijo de un yonqui exhibiendo sus llagas y su sonrisa vacía. Y también a los pitbulls les encanta el foso.
¿Es usted adicto al imperialismo misionero angloamericano? Póngase a prueba con dos sencillas comprobaciones. ¿Le preocupa de verdad, emocionalmente, la difícil situación de los palestinos? ¿Sabe usted dónde está Stepanakert? Si sus respuestas son «sí» y «no», respectivamente, necesita ayuda.
Leer en La Gaceta de la Iberosfera