lunes, 28 de febrero de 2022

La paradoja de Ancelotti

Luis Bonafoux

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    La margarita de Ancelotti es una flor que, desde lo de París, todo el mundo deshoja… menos Ancelotti, que sabe, por experiencia, que la razón por la que un entrenador es contratado “al final se convierte en la razón de su despido”. Es la Paradoja de Ancelotti, y Ancelotti la descubrió en el Chelsea, donde lo despidieron bajo la acusación de Hombre Tranquilo.
    

Si salgo ganador es porque soy un tipo tranquilo; del mismo modo, si salgo perdedor, también es porque soy un tipo tranquilo. Es una paradoja.
    

Antes de viajar a París los veteranos del Madrid obsequiaron la insignia de oro y brillantes a Ancelotti, acto del que los Herodotos del madridismo extrajeron sus conclusiones: el entrenador-modelo para el Madrid es Ancelotti, que vive y deja vivir, como Del Bosque, como Molowny, y así, aunque el entrenador de los registros siga siendo Mourinho, el Maguregui de Setúbal, en puntos, en goles y en victorias porcentuales.


    –A menudo me han preguntado por qué el Real Madrid contrató a Mourinho –anota Ancelotti en sus memorias–. La respuesta es sencilla: querían derrotar al Barcelona.
    

Y con la insignia de oro y brillantes de los veteranos Ancelotti se presentó con el Real Madrid en el París de Mbappé.
    

El gran Luis Bonafoux (¡más Bonafoux y menos Chaves!) no sabía cómo se las arreglaban los españoles para improvisarse publicistas y traductores en cuanto se bajaban del tren en la estación del Quai d’Orsay, como tampoco sabía qué privilegio tiene París para dar importancia literaria en España a cualquiera que pasa una temporada en la capital de Francia. El Sena, deducía Bonafoux, viene siendo el Jordán de nulidades y medianías, “y en cuanto un imbécil se bebe dos vasos de agua en París, le diputan publicista en Madrid, y yo sé de un zapatero español que, como tal zapatero era conocido en Múnich, y que por haber pasado por París de regreso a España, un periódico de Madrid le calificó de distinguido escritor”.
    

El caso es que el Madrid de Ancelotti, con un centro del campo en edad de retiro, y sólo tres jugadores competitivos (Courtois, Militao y Vinicius), fue atropellado por los atletas de Pochettino, y todos los zapateros del foro madrileño dieron en pedir el despido de Ancelotti, que sabe de despidos más que la paloma azul (la paloma azul era un dicho de Bernabéu, que nunca aclaró a qué aludía).
    

El periodismo es un oficio como otro cualquiera –dice Bonafoux en París, citando a Escobar Laredo–. Sería verdaderamente ridículo que los periodistas, que no tenemos qué comer, tuviéramos convicciones.
    

En el Chelsea, la víspera de los cuartos con el United, Abramóvich le dijo a Ancelotti que, si perdían, no se molestara en volver al trabajo. “No supe si hablaba en serio: perdimos y volví al trabajo”.

 

Pero estaba despedido, y los veteranos (¡los veteranos con Ancelotti!), Drogba, Terry y Lampard, se lo llevaron a cenar y de copas. En el PSG, de Samson hizo su “amigo” Leonardo. Del despido del Madrid aprendió que “el Madrid no es un club para echar raíces”.


    –El Madrid constituye una clase propia: el tiempo para adaptarse y el tiempo para mantener el éxito están más comprimidos que en el resto de los clubes.
    

Los indicios del final en el Madrid fueron los mismos que en el Chelsea: “no se hablaba del futuro, no se hacían planes; es una sensación diferente, la relación se nota distinta”.


    En su primera etapa en el Madrid ofreció Ancelotti, sin darse cuenta, la soga con la que lo ahorcarían: “El club más ambicioso –dijo– tiene que hacer el fútbol más espectacular”. Es la soga que, después del partido en París, agitan los especuladores: contra el PSG se hizo el ridículo (nadie se pregunta si podía hacerse otra cosa, y con quién), y eso es despido. Toda la cháchara de la trigonometría de Álvaro Benito se derramó, de pronto, sobre el nombre de Ancelotti, que en París había ofendido a los dioses del madridismo porque Modric no pudo con Verratti ni Carvajal ni Lucas, que entre los dos no le llegan al cordón del zapato a Gentile, con Mbappé, cuyo nombre desata todas las supersticiones piperas. ¿Y si le ha decepcionado el equipo y ya no viene? Saben que si Mbappé no viniera en su plaza seguiría Asensio, que el sábado, después de regalar un vicegol al Alavés, marcó (¡Marco marcó!) un gol de mortero (esa trayectoria que trazan los goles de Asensio la estudiábamos en la mili) y lo celebró repartiendo collejas a la grada, que podía haberle respondido lo que Manolo el del bulto, padre de Caracol, dijo en el andén de Atocha cuando la locomotora que lo había traído de Sevilla le resopló en la cara.


    –Esos cojones, en Despeñaperros.
    

Ese cojonudismo, en la vuelta con el PSG en el Bernabéu. Y dejen trabajar a Ancelotti.




LA TÍA JAVIERA


    Tres goles como tres rosquillas de la Tía Javiera, “las del baño blanco”, hizo el Madrid al Alavés: uno por cada delantero titular, entre los cuales todavía no está Hazard, cuyo fichaje ha resultado ser como el de Rivera por el bufete Martínez, aunque cuando sale diez minutos parece más risueño que Vinicius, a quien todos, salvo Ancelotti, ningunean (árbitros, futbolistas y cronistas). Ausente Ansu Fati, el ídolo oficial de esos tres gremios es Ferrán, más caro que Vinicius, pero que si falla es porque lo intenta, no porque no sepa.

[Lunes, 21 de Febrero]