domingo, 13 de junio de 2021

Al paso que vamos

 

Abc, 27 de Marzo de 2002


Ignacio Ruiz Quintano

 

Ha de saberse que las cosas abandonadas a sí mismas tienden a embrollarse y no vuelen a ponerse en orden. Así lo establece la segunda ley de la termodinámica, cuyo conocimiento resulta imprescindible para rematar un córner, desfilar en una procesión o cruzar por un paso de cebra. Lo del  paso de cebra lo dijo Alfonso Guerra cuando en España para llegar a tiempo a los toros había que ir en  "Mystère", pero nadie le hizo caso, y ahora vienen los ayes.

Antes  de  la  termodinámica,  cruzar  una  calle  se regía  por  la  ley  de  la  caballerosidad, que al final quedaba reducida a la más simple casuística. JulioTorri  recoge  un  magnífico  ejemplo  en  sus   "Fantasías mexicanas": dos caballeros se encuentran en el angosto callejón de la Condesa y ninguno de los dos retrocede para que pase el otro.  "Paso al noble señor don Juan de Padilla y Guzmán, Marqués de Santa Fe de Guardiola, Oidor de  la Real Audiencia  de  México!", vocea el primero.  "Paso a don Agustín de Echeverz y Subiza, Marqués de la Villa de San Miguel de Aguayo, cuyos antepasados guerrearon por su Majestad Cesárea en Hungría, Transilvania y Perpiñán!", repone el segundo. "Por mi bisabuelo me lo hube a don Manuel Ponce de León, el que sacó de la leonera el  guante  de  doña  Ana!",  abunda  el  primero.   "Mi tatarabuelo Garcilaso de la Vega rescató el Ave María  del  moro  que  la  llevaba  atada  a  la  cola  de  su bridón!",  insiste  el  segundo.  Tres  días  con  sus  noches se suceden y aún están allí los linajudos caballeros, sin que ninguno ceda el paso al otro. Al cabo de estos tres días, y para que no sufra mancilla ninguno de ambos linajes, manda el Virrey que retrocedan al mismo tiempo, y el uno vuélvese hacia San Andrés, y el otro, por la calle del Puente de San Francisco. Mas  la  ciencia  descubrió  la  termodinámica  y  latermodinámica nos trajo los semáforos, que han reducido  al  peatón a una expresión   matemática, E=mc2, que indica que la energía es igual a la masa por el cuadrado de la velocidad de la luz verde, roja o ámbar, aunque,  como  comprenderán  ustedes,  esto viene a ser muy relativo. Para empezar, la masa no es una propiedad intrínseca de un cuerpo, sino que depende de su relación con el observador que la mide, que en  un  Estado  de  Derecho  es  el  Ayuntamiento, constituido  en  árbitro  de  la  prisa,  origen, por cierto, de todos los conflictos.

La vida, según Ortega, consiste sobre todo en prisa, y no hay más remedio que escoger un programa de existencia, que en una ciudad como Madrid es esa prisa de alejarse de la oficina sólo comparable a la prisa  de  acercarse  al  bar.  Dado  que  la  masa  de  un cuerpo disminuye cuando emite energía y aumenta cuando la absorbe, es normal que, vistos desde afuera, los transeúntes madrileños parezcan bajitos, pero enérgicos, que quiere decir indignados, con una indignación  tan  absurda  como  la  de  Jerjes  cuando castigó al Helesponto.

La controversia ya ha estallado en la capital, donde la velocidad peatonal para cruzar un semáforo es de 1,3 metros por segundo —frente a los 0,9 de Barcelona o los 0,7 de Vitoria—, que, bien mirado, no debe de diferir mucho de la empleada por los israelitas cuando atravesaron el Mar Rojo. En términos políticos, a la derecha, que va en coche porque está en el poder,  le  parece  poco,  pero  a  la  izquierda,  que  va saltando a la coxcojita porque está en la oposición, le parece  mucho.  Mi  opinión  es  que,  cualquiera  que logre cruzar el paseo de la Castellana desplazándose en esas geodésicas de espacio-tiempo marcadas por el  Ayuntamiento,  debe  someterse  a  un  control  de dopaje.